Según una encuesta realizada por la Usina de Percepción Ciudadana en 2022, el 73% de los uruguayos leen al menos un libro por año, pero si hablamos de literatura infantil, no abundan estudios que nos digan cuantitativamente cuánto leen los niños en nuestro país. 

Aventurarse en el mundo de la lectura desde la infancia es sumamente beneficioso para el desarrollo y la etapa de crecimiento del niño. Generar el hábito de leer ayuda tanto en el desarrollo cognitivo como en el emocional. Además, estimula la imaginación, potencia el vocabulario, favorece a la memoria y la concentración. 

Si bien vivimos en una era tecnológica y se tiende a pensar en que los videojuegos y el entretenimiento virtual han sustituido a los libros como fuente de diversión y ocio para un niño, Micaela Faingola, dueña de Germina, una librería exclusiva de literatura infantil, asegura que “la tecnología no sustituye a los libros”. Asimismo cuenta a Sala de Redacción que si bien es verdad que las ventas han bajado en los últimos años, no cree que sea a causa de la tecnología. Esto puede deberse a diferentes factores, pero “uno de los más evidentes es el turismo en Argentina”, que lleva a que muchos compren en el vecino país por sus bajos precios. 

Maite Gonzalez Vallejo, quien comenzó trabajando como maestra y luego decidió dedicarse a la literatura infantil y a los clubes de lectura, sostiene que “son necesarios los espacios de pertenencia donde se pueda hablar de lectura”. Manifiesta que se necesita trabajar con todas las temáticas, tanto las buenas como las malas, con el público lector infantil. 

En Uruguay desde el año 2005 existe el Plan Nacional de Lectura, que tiene como objetivo promover la lectura y escritura mediante diferentes actividades artísticas o culturales. Especialmente está dirigido a los sectores socialmente más desfavorecidos o vulnerables, entre ellos, niños de “Gurises Unidos” y jóvenes del Centro Educativo de Capacitación, Artes y Producción (CECAP). Asimismo, busca a través de acciones y políticas relacionadas a la lectura velar por la inclusión social y el desarrollo. 

Dentro de este programa, que se aplica en los departamentos de Montevideo, Salto y Paysandú, se desarrollan diferentes talleres de animación a la lectura, ferias artísticas y actividades barriales. Además, se distribuye material bibliográfico a través de las bibliotecas nacionales y se hacen visitas a centros educativos. En las bibliotecas públicas hay espacios específicos para niños. Por ejemplo, la Biblioteca Nacional tiene su propia sala infantil y juvenil. 

La Intendencia de Montevideo (IM) también plantea diferentes instancias para impulsar la literatura infantil, la más conocida de ellas es la Feria del Libro Infantil y Juvenil, que se realiza una vez al año y es coorganizada junto a la Cámara Uruguaya del Libro. Allí se llevan a cabo diferentes charlas, juegos y otras iniciativas. Incluso algunos fines de semana y días específicos como el Día de la Niñez, se plantean diferentes propuestas en distintos barrios o plazas de deporte. Generalmente la información se divulga en la página “Bibliotecas de Montevideo”, donde dan aviso e invitan a participar.

Las bibliotecas solidarias, un proyecto de ANEP (Administración Nacional de Educación Pública) que se aplica en más de 300 escuelas en todo el país, ha logrado de alguna forma atraer a más niños lectores y que la literatura llegue a aquellos que, ya sea por posibilidades económicas, por falta de conocimiento o de un adulto referente, no pueden acceder directamente a los libros. 

La biblioteca solidaria funciona de una forma diferente en cada escuela. Generalmente se forma con un grupo de padres o colaboradores que quieran participar. En la escuela 190º “Australia”, ubicada en Pajas Blancas, un grupo de padres es el que se encarga del funcionamiento de la biblioteca tratando de estimular la lectura. “Comenzamos acondicionando un salón que se usaba como depósito, conseguimos bibliotecas, estantes, cajones”, cuenta Jacqueline Gazzo, una integrante del grupo. Asimismo, recuerda que anteriormente los libros que tenían en la escuela estaban en cajas cerradas y  “no había un lugar físico que motivara a tomarlos”.

En la semana, cada clase de la escuela cuenta con un día y un horario asignado para visitar la biblioteca. Allí se hacen actividades lúdicas como juegos de mesa y diferentes propuestas. Generalmente, entre dos o tres integrantes del grupo eligen un libro y leen en sala. Finalmente cada niño tiene unos minutos para elegir si desea llevarse un libro a su hogar durante una semana. Luego debe devolverlo, y en el caso de no haberlo terminado se les permite volver a llevárselo, o puede elegir uno nuevo. 

Gazzo manifiesta que realmente asombra la respuesta de los niños. “Uno piensa que a los chicos hoy solo les atrae la tecnología” pero -asegura- la clave es ofrecer la lectura de una forma atractiva, didáctica e inteligente, y ellos se suman. “Sucede lo que nos ha sucedido…esperan impacientes el día de biblioteca”, resume. 

El libro es un gran acompañante de procesos y momentos, sirve para compartir, para aprender, para conocer. Motiva al niño a crear escenarios, a imaginar qué puede pasar, a percibir nuevas cosas del mundo que lo rodea. Además, los vuelve más tolerantes y empáticos, los ayuda a comprender mejor al otro y a expresar mejor sus propios sentimientos. 

El Centro Cultural de España en Montevideo, propone un Club de Lectura para niñas y niños de entre 7 y 12 años como espacio para compartir la experiencia de leer mediante dinámicas que tienen como objetivo enriquecer el cuestionamiento, el diálogo, la creación narrativa, la reflexión, entre otras cosas. Esta propuesta es llevada a cabo justamente por Maite Gonzalez Vallejo y Lucía Navrátil, Licenciada en Psicología, y es apoyada por el Plan Ceibal e Infantozzi. 

“Los niños son mucho más sencillos y fáciles de lo que creemos”, dice Faingola, de la librería Germina. Explica que no hay que subestimarlos, que simplemente se les debe ofrecer propuestas, llevarlos a la librería, dejar que ellos elijan, que tomen el libro, que lo vean. Una cosa es ponerles un capítulo o darles un rato el celular, y otra cosa es que ya no jueguen con juguetes ni lean libros. “Como todo, está en manos de los adultos responsables”, evalúa. 

Muchas veces el libro capta la atención por su portada. González sostiene que la ilustración cuenta como lenguaje y que a su vez, une lo literario con lo icónico. Si bien es verdad que las imágenes atraen a los más pequeños, la ex maestra e impulsora de clubes de lectura asegura que no debemos quedarnos con que solo son para ellos, porque forman parte integral de las historias y “siempre a los niños y jóvenes les seduce un libro ilustrado”. 

Por su parte, Sofía Aguerre, autora y lectora desde muy pequeña, cuenta a Sala de Redacción que como hija única el libro fue un gran acompañante durante toda su infancia y adolescencia. Además agrega que “el libro tiene que ser llamativo, que el niño lo vea y le interese”, y asegura que la escena que eligen los autores como portada es la más importante porque tiene que tener algo que deslumbre al futuro lector. Debe contener mucha acción y generar curiosidad, para que el que lo vea se pregunte qué está sucediendo. Las ilustraciones que están dentro del libro tienen el rol de acompañar la lectura y muchas veces ayudan a entender mejor la historia. 

Generalmente tendemos a relacionar la lectura a lo académico, ámbito que muchas veces se traduce en “lo aburrido”. Leer puede ser tedioso para un niño porque desde muy chicos nos acostumbran a que la lectura tenga un fin muy puntual, como una actividad de preguntas y respuestas sobre el contenido del libro. Maite explica que “existen espacios para la lectura recreativa y, aunque no son suficientes, se está haciendo un gran trabajo para poder llevarla más allá de las consignas sesgadas en lo normativo y asociadas a la evaluación”. González concluye que hay muchas iniciativas que intentan promover la lectura por placer, por diversión, sin tener que realizar obligatoriamente una actividad posterior, pero “es un trabajo de hormiga y todavía queda mucho por hacer”.

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