Con 63 años, Julio César Filippini mantiene su “sangre rebelde”. No disimula la amargura cuando habla de lo que fue su debut profesional ni su sonrisa cuando se refiere a su familia. Un encuentro en primera división le bastó para trascender en el fútbol y salir campeón uruguayo con Defensor.  Un saludo radial a su hermano y sus compañeros del Penal de Libertad, en tiempos de dictadura, desató que los militares lo buscaran y que su carrera como profesional empezara a culminar.

En marzo de 1976 habían pasado casi tres años desde el golpe de Estado en Uruguay, con el que comenzó la dictadura cívico-militar que se sostuvo hasta 1985. En este período y en los años previos de la represión 196 personas desaparecieron y se cometieron innumerables violaciones a los derechos humanos.

En ese entonces, Julio Filippini formaba parte de la cuarta división de fútbol del Club Atlético Defensor. Mientras, su hermano Eduardo se encontraba preso en el Penal de Libertad. Eduardo era tupamaro, fue detenido en 1975 y liberado 10 años después. Mercedes, su hermana, se exilió en Argentina. “Acá la estaban por agarrar. No era nada, era comunista, sólo tenía pensamientos distintos” a los del régimen, narra Julio.

Tano

Por su apellido, los compañeros del primer equipo violeta lo apodaron “Tano”. En 1976 el director técnico de Defensor, José Ricardo De León, se acercó a Julio Filippini y le dijo que iba a debutar en primera.

El domingo 28 de marzo de ese año entraba de titular contra Nacional en el Estadio Centenario. Con 19 años, Tano fue decisivo en el cotejo. En los 75 minutos que estuvo en el terreno de juego le cometieron un penal, hizo un gol y fue la figura de la cancha. El partido culminó empatado en dos y fue un debut soñado para el hábil número 17. 

 Recreación del gol hecha por el periodista Víctor Hugo Morales, a pedido de los hijos de Filippini, como regalo de su cumpleaños número 60.  

Al salir del vestuario lo interceptó Américo Signorelli, periodista que hacía notas de campo. Lo conectó con Víctor Hugo Morales, relator que daba sus primeros pasos en los medios y entrevistaba al mejor jugador de cada partido. Filippini concluyó la nota con una dedicatoria especial: “A mi hermano y a sus compañeros del Penal”. “Bien, recibido”, respondió Morales.

Nadie lo supo entonces pero en ese momento la carrera del popular Tano comenzó a terminar.

Julio Filippini con la remera de Defensor en 1976.

¿Volverías a saludar a tu hermano y sus compañeros?

—A pesar de que amaba el fútbol, lo volvería a hacer. 

¿Habías pensado el saludo antes del partido?

—En aquel momento dije que no. Pero en realidad sí. Yo les conté a unos compañeros que si me tocaba hacer un gol y me entrevistaban, se lo iba a dedicar a mi hermano.

Tiempo después, Tano le llevó la camiseta del debut a su hermano: la violeta número 17, que quedó en el Penal, porque cuando Eduardo salió en libertad se la dejó a sus compañeros.

Filippini

Luego del encuentro contra Nacional, Julio se escondió en la casa de su suegra por cuatro días. Durante esas jornadas no pisó la calle: sabía que lo estaban buscando. El lunes siguiente al partido los militares fueron al entrenamiento de Defensor. No lo encontraron y se llevaron detenidos a todos los jugadores. A las horas, los soltaron.

“Era un momento muy difícil. La juventud no tiene ni idea de lo que era. Si no lo vivís, no es fácil expresarlo y que lo entiendan. Cuando dicen que salgan los militares o la Policía a la calle, es muy jorobado eso”, dice Filippini sobre la época dictatorial.

La primera vez que salió de la casa de su suegra fue directo a Canal 4 para pedirle disculpas a Morales. Al otro día del debut de Filippini había sido detenido por responder “bien, recibido” al saludo que efectuó Julio. Acto seguido, los militares le hicieron escuchar la nota y lo amenazaron: “Tarjeta amarilla”, le dijeron al periodista.

“Te están buscando”, le advirtió Morales a Filippini, al mismo tiempo que le otorgó un papel con el nombre y número del coronel del Ejército que estaba al mando de la operación.

—Sólo fue un saludo a mi hermano- exclamó Filippini en llamada con el coronel.

—El operativo de las Fuerzas Armadas termina aquí- respondió el militar.

Gol y medio

Hasta el día de hoy sus compañeros de la cuarta división, con quienes comparte juntadas periódicamente, le dicen “Gol y medio”, debido a su actuación en aquel partido contra Nacional en el que se llegó al empate, en el que convirtió un tanto y generó un penal. El diario El Día lo destacó: “Impresionó favorablemente el juvenil Filippini, de buen shot y certero para resolver situaciones”. Estuvo sólo 75 minutos en la cancha, pero su “gol y medio” aportó al título violeta.

Compañeros de Defensor en 1976. De izquierda a derecha: Fredy Clavijo, Ricardo Conde,  Alberto Santelli, Roberto Gadea, Julio Filippini -atrás- y Daniel Mayol.

Una semana después del hecho volvió a entrenar con el equipo. Practicaban juntos cuarta y primera división. Pero después de su debut no volvió a jugar en primera ni tampoco fue al banco de suplentes. Defensor hizo una campaña sin precedentes y luego de 22 fechas se coronó campeón uruguayo. Por primera vez, un equipo que no era Nacional ni Peñarol alzó la copa. 

En la última jornada de aquel campeonato, Filippini festejó desde la tribuna. A su vez, Defensor elaboró un disco con los goles del torneo, pero el que Julio le hizo a Nacional no lo incluyeron. La grabación radial del tanto y su entrevista tampoco aparecieron.

¿No te hizo ruido que no te convocaran más al equipo principal luego de tu buen desempeño en el debut?

—El “la rompí” nunca entró por mi cabeza. Además, no había repetición del partido, ni siquiera está mi gol en el disco de Defensor. Es un mensaje claro y es lo que puede llegar a confirmar algo. ¿Por qué no está el gol mío? Y -se detiene- tengo clarísimo que el esfuerzo y la gloria la tienen el resto de mis compañeros. Lo único que me reconforta es que como salimos un punto arriba de Peñarol y el partido que jugué empatamos, ese punto me lo merezco, digamos.

A finales de 1976 lo liberaron del cuadro. Julio no buscó explicaciones, y se fue sin preguntar los motivos de que no le hubiesen renovado el contrato. Al tiempo tuvo propuestas de Bella Vista y Fénix, pero optó por no volver a calzarse los cortos a nivel profesional. Su carrera siguió en Liga Universitaria y en Universidad Mayor.

¿Que te dejaran libre fue una decisión política?

—No sé si fue algo político, ningún directivo me dijo por qué me dejaban libre. Yo pensé: “No soy bueno y punto”. Luego, algunos dirigentes de inferiores me mencionaron: “Julio, te dejaron libre por un tema político”. En aquel momento ni pensé hacer nada, me fui y ya está.

Julio César

Juana Portas -madre de Julio- nació en Bélgica. Su hijo la describe como “una ama de casa bien a la antigua, dedicada a los hijos”. Cuenta que heredó de ella su parte sentimental. Filippini no disimula la emoción al hablar de sus progenitores: los recuerda con cariño y esboza risas cuando rememora su niñez. “Mi madre me gritaba ‘Julio César’ cuando estaba en la calle y me llamaba a comer. Se escuchaba en todo el barrio. Yo iba corriendo. Si alguien me dice así es porque es de la infancia”, contó.

Juana y su esposo Romilio Osmundo -padre de Julio- escucharon la nota que le hizo Morales cuando estaban dirigiéndose a su casa luego del partido. Dieron marcha atrás y lo fueron a buscar, porque eran conscientes de que sus declaraciones iban a tener consecuencias. Al respecto, Julio relató: “Con mi hermano preso y mi hermana exiliada, yo era el único que les quedaba ahí”.

¿Por qué decís que heredaron la sangre rebelde de tu padre?

—Mi padre me decía que yo iba a ser el comandante de la revolución -se ríe-. Lo de mi viejo es una historia para escribir un libro y hacer una película. Mi padre era paraguayo, teniente militar. Cuando allá fue la revolución, él se pasó a ese bando. De ahí viene nuestra sangre revolucionaria. Pero lo agarraron y lo mandaron a una isla en el norte de Paraguay. Estuvo preso y cuando se enteró de que al otro día lo iban a fusilar, se escapó con dos compañeros en bote y se fue remando hasta Brasil. Después se embarcó en Asunción, en un viaje que pasaba por Argentina y Uruguay. Fue escondido. Cuando pararon en Asunción, subieron pasajeros y vio una pelirroja atrás, que terminó siendo su esposa y mi madre. Bajaron en Uruguay y al tiempo se casaron.

¿En dónde estuvo exiliada tu hermana Mercedes?

—En Argentina estuvo con su esposo un año y pico, pero ahí también la empezaron a buscar y se tuvo que ir a Holanda. No sabía el idioma, aprendió holandés y se recibió de médica allá. Todo esto con 23 años, la verdad que brillante. 

¿Pudiste disfrutar la liga ganada con Eduardo luego de que salió en libertad?

—Siempre invité a Eduardo a los festejos conmemorativos del campeonato. Mi hermano fue uno de los motivos de todo lo sucedido. Tenemos una gran relación.

Entrevista a Filippini, en 1976. Periódico La Mañana.

El Tata

Filippini tuvo tres hijos, Damián, Nicolás y Matías, con su ex esposa Adriana Prieto. Además, su familia está compuesta por cuatro nietos: Elena, Tomás, María Emilia y Piero. Por ellos, ahora Julio es “El Tata”.

No escatima detalles al hablar de la vida de sus hijos. Afirma estar feliz por ellos y cuenta que están en contacto permanentemente. Parece enorgullecerse. “Son muy unidos entre ellos, siempre están pensando en cómo ayudarse”, dice.

Ahora su vida se encuentra más próxima a las oficinas que a la pelota, aunque sigue corriendo por izquierda: se muestra cercano al Movimiento de Participación Popular y ocupa el cargo de director general de la Agencia de la Promoción a la Inversión de Canelones. No puede jugar al fútbol por una lesión de rodilla, pero señala entre carcajadas: “Estoy a ocho kilos de mi mejor peso”.

44 años después de su debut no logra gambetear el recuerdo agridulce de ese partido: “Hay cosas -referidas al fútbol- que las revivo y me cuesta hablar”. Explica que intenta no pensar demasiado sobre su carrera porque se amarga.

¿Revivís tus tiempos como futbolista?

—Cada vez que… sí, sí -hace una pausa-. Cuando estaba en facultad estudiando iba por la calle relatando un gol. La lectura la iba relatando como un gol, pensando jugadas, recordando.

¿Qué pensás sobre lo que te sucedió aquel 28 de marzo?

—Eso tiene una vigencia de 40 y pico de años. Es algo que nunca pensé que iba a ser así. Fue una declaración, un saludo para mi hermano y sus compañeros que estaban presos. Se ve que sirvió para marcar algo. No lo siento como un acto heroico, sino como un acto de vida.

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