El “Piojo” -desde que tiene uso de razón carga con ese apodo-, siempre fue de hacer deportes. Jugaba al fútbol en su Melo natal y como gran parte de los niños uruguayos la pelota se había convertido en su compañera. Azares de la vida o el destino hicieron que se cruzara a unos vecinos ciclistas insistentes, quienes le preguntaron por qué no probaba correr en bicicleta. Su familia por parte materna pertenecía a ese mundo: su abuelo y su tío fueron ciclistas. Y se animó; con una bicicleta prestada precisamente de su tío, corrió su primera carrera oficial. A los 15 años Matías Presa iniciaba su trayectoria como ciclista.

Los primeros pasos

Ha corrido mucha agua bajo el puente desde ese día. Hoy los recuerdos no son tan nítidos. Pero, a medida que rememora, los detalles comienzan a adornar el relato. Ese día fue el ganador en su categoría. Desde esa carrera no paró: dejó el fútbol, se subió a la bicicleta y comenzó a correr a nivel local. “Le agarré el gusto”, cuenta Matías, y agrega que no correr “profesionalmente” le permitió “disfrutar de la edad”.

No competía todos los fines de semana, las ganas determinaban la frecuencia. Pero a todos les llega el momento de decidir con qué seriedad van a encarar su camino. El tiempo pasó, comenzó a viajar a otros departamentos y de a poco llegó el reconocimiento personal, que despertó el interés de diferentes equipos.

Sin el apoyo de su familia, y de los clubes en los que corría, hubiese sido imposible continuar. No es un deporte barato, y sin recibir un sueldo por hacerlo, todo se vuelve cuesta arriba: “Era todo a pulmón”, reconoce el “Piojo”. A los 19 años consiguió un equipo y comenzó a ganar sus primeros sueldos. Marcas de bicicleta y de ropa le brindaban lo que necesitaba para correr. De esta manera, le facilitaban continuar con la actividad.

Con sudor, forjó su nombre en el ámbito del ciclismo. Una cuota de responsabilidad para su entorno en este reconocimiento. Un pilar fundamental en la vida y en la carrera deportiva de Matías es Cecilia Andrade, su pareja. Hace seis años, en alguna calle de Melo, ambos se cruzaron. A Cecilia se le dibuja una sonrisa cuando recuerda cómo se conocieron. La bicicleta es parte de su vida, pero no sólo por la relación que mantiene con su pareja; la historia viene desde antes: su familia siempre estuvo vinculada al ciclismo. Su abuelo era entrenador y casualmente era quien entrenaba al tío de Matías. Además, su padre trasladaba a diferentes ciclistas para competir en otros departamentos. “La típica: en mi casa los domingos al mediodía escuchábamos las carreras. Y desde que se formó el club Cerro Largo, siempre fui hincha”, recuerda.

De presa a cazador

En la avenida 18 de Julio, frente a la Intendencia de Montevideo, un cúmulo de personas aguardaba la finalización de la 47° edición de Rutas de América. La expectativa crecía entre los presentes, algunos ansiosos inclinaban la cabeza queriendo ver más de lo que sus ojos les permitían. El bullicio aumentaba cuando de fondo las sirenas de la caminera anunciaban la llegada del pelotón. Las fotos se las llevaron los cinco ciclistas del club Cerro Largo, cuando cruzaron la línea de llegada tomados de las manos, en una demostración de unión y trabajo en equipo. En ese instante, Matías ganaba por primera vez Rutas de América, un hecho que marcó su carrera y que hoy, dos años más tarde, lo destaca como el logro deportivo más importante que ha obtenido.

La coronación se enaltece aún más cuando recuerda que en las cuatro ediciones anteriores quedó en segundo lugar. Supo masticar la derrota pero nunca se separó del objetivo. Premio a la persistencia y al compromiso. “Siempre ahí, segundo. Año a año me fui preparando hasta que lo logré. Es algo que te cansa mucho física y mentalmente”, narra.

Por si fuera poco, repitió al año siguiente. Rutas de América 2019 también tuvo al melense como ganador. A esa altura ya era considerado como uno de los principales ciclistas de nuestro país. La profesión le ha dado mucho y está agradecido por ello. Ha recorrido el mundo y conocido a mucha gente. Tuvo la oportunidad de representar a Uruguay en dos Juegos Suramericanos, primero en Chile y luego en Bolivia. Una de cal y otra de arena: la suerte no lo acompañó hacia Cochabamba. “Me caí en unos entrenamientos, me quebré y me tuve que volver, no llegué a competir”, dice. También disputó Panamericanos y Sudamericanos que le han abierto puertas en diferentes lugares.

Las buenas campañas en rutas nacionales e internacionales le permitieron dar el salto a Europa en dos ocasiones: 2017 y 2019: “Fue muy lindo, era un sueño que tenía”, recuerda. Ganó algunas carreras, la experiencia fue única, pero no alcanzó para poder firmar contrato con un equipo profesional.

Pinchazo

La carrera de un deportista suele medirse en base a logros y fracasos, sin muchas veces contemplar el camino recorrido, y el trasfondo personal de cada uno. “La gente no sabe los problemas que venís trayendo desde atrás, no es todo deporte”, afirma.

El 17 de abril de 2019 es una fecha que marcó su vida. Se corría la sexta etapa de la Vuelta Ciclista del Uruguay y Matías se posicionaba en el puesto 52°. Los resultados no eran los esperados, el “Piojo” ya no era el mismo. Ese mismo día le realizaron un control antidoping, que a la posteridad iba a arrojar resultado adverso al detectarse metabolitos de cocaína. La Unión Ciclista Internacional (UCI) lo sancionaría por dos años. Al día siguiente se retiró de la competición. “Para mí y para todos los que me rodean, esa fecha fue algo muy duro. Me costó un montón salir adelante”, cuenta.

Tras el fallo de la UCI Matías eligió hacer un descargo en su perfil de Facebook. En la publicación se lee: “Cometí uno de los errores más grandes de mi vida”. Matías y Cecilia habían decidido ser padres y en el posteo cuenta que no fue un camino fácil para ellos: “En dos oportunidades nos tocó perder, sin tener respuestas de los médicos y sólo escuchando a la gente decirnos que ‘éramos jóvenes y algún día íbamos a poder’”.

Por reglamento, el 18 de abril de 2021 podrá volver a competir. En su voz se percibe optimismo cuando menciona que existe la posibilidad de adelantar el retorno. Al tratarse de una sustancia social, su ingesta no se relaciona con una necesidad de mejora en el rendimiento, por ende podrían reducir la sanción.

—¿Sentiste que te juzgaron?

—En ningún momento tuve vergüenza ni nada. Sentiría vergüenza si hubiese hecho trampa para mejorar mi rendimiento, pero como mucha gente sabe no fue así.

Se trata de una situación complicada para toda su familia. Aunque ya dio vuelta la página, Cecilia cuenta que se evita tocar el tema en la casa. Al principio todo fue muy difícil, la desmotivación lo alejó de la bici. No encontrar la forma de ayudarlo la frustraba. Pero el tiempo cura. Empezó a trabajar, luego nació su hija Inés, y el sol empezó a salir con más frecuencia. “Cuando tengo tiempo salgo, me hace muy bien, la bicicleta te despeja de muchas cosas”, dice Matías, quien encontró la motivación con el pasar de los meses, y que hoy sólo piensa en volver a rodar.

Con menos de un año de sanción por cumplir, un factor inesperado entró en juego y comenzó a incidir a su favor: la pandemia por coronavirus. Se paralizaron las competiciones, la sanción continúo su curso pero la pérdida de rodaje alcanzó también a los demás ciclistas. “Ha ayudado porque no se sabe si van a haber carreras, no hay un calendario fijo. Cuando quise ver pasó un año, y ya no me queda casi nada”, explica. 

Pasión en dos ruedas

“Te tiene que gustar un montón”, asegura Matías. Tiene claro que sin pasión es muy complicado ser ciclista en Uruguay. Los logros muchas veces no compensan el sacrificio empleado. “Son muchas horas de entrenamiento, tiempo lejos de tu familia, tenés que dejar demasiadas cosas de lado”. Se complejiza más cuando se le agregan ocho horas de trabajo: el cuerpo comienza a sentir el desgaste y los tiempos de entrenamiento se acortan. En ese sentido el ciclista que vive de la profesión saca ventaja, porque entrena tres o cuatro horas, llega a la casa y descansa. De todas formas, Matías cuenta que tuvo “la suerte” de integrar “equipos muy buenos” que siempre lo “respaldaron”. “Pasaba bien y tenía buen sueldo, entonces no me puedo quejar”, concluye.

En el tintero quedó haber competido en unos Juegos Olímpicos. Hoy es consciente de que es muy difícil y lo ve como un imposible. Considera que en Uruguay no hay una organización en el ciclismo que apueste por clasificarse a los Juegos Olímpicos. Sí se entusiasma cuando piensa en unos Panamericanos: “De eso no estamos tan lejos. Yo ya he ido a competir y he entrado entre los cinco primeros, creo que estamos a un pasito”, dice. El calendario de competición en nuestro país no acompaña. La temporada de ciclismo va de setiembre a abril. Si se tiene en cuenta que los Panamericanos se disputan meses después, el ciclista se ve afectado por la falta de actividad y pierde ritmo de competencia.

Cuando piensa en su futuro sólo quiere que termine la sanción y volver a competir, su cabeza está en el retorno y se prepara para eso. Pero no se engaña a sí mismo, sabe que ganar una Vuelta del Uruguay es una materia pendiente, y es su gran objetivo a largo plazo.

Con 30 años aún le quedan muchos kilómetros por recorrer, ya que el retiro no es algo en lo que piense de momento.

 —¿Hasta cuándo corres?

 Mientras paguen corro, si no pagan no corro más comenta entre risas.

Inmediatamente recuerda a un compañero de 53 años que aún corre y no se pone límites: “Voy a correr hasta que el cuerpo lo diga. La cabeza manda todo. Si tenés voluntad para levantarte, salir a entrenar y cuidarte en las comidas, el cuerpo responde”. Matías tampoco se pone límites.

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