En Chile hay 9.730 casos positivos de covid-19 y 126 muertos a causa de esa enfermedad. El ministro de Salud, Jorge Mañalich, manifestó que “el destino de esto es que toda la población mundial se infecte, no hay ninguna manera de evitarlo, a menos que exista una vacuna”. La medida principal aplicada por el gobierno son las cuarentenas parciales, que a partir del jueves pasado comenzaron a levantarse en algunas localidades.

Los manifestantes que concurrían a la Plaza Dignidad antes de la emergencia sanitaria se han organizado para realizar ollas populares, repartir alimentos y mascarillas para los sectores más vulnerables e inclusive limpiar el transporte público. “Los trabajadores de barrios bajos son los que están saliendo a la calle porque tienen que salir, porque se mueren por coronavirus o se mueren de hambre”, explica una integrante del colectivo La Resistencia del Pueblo, que forma parte de la primera línea. Enseguida un compañero busca intervenir, se ve en el documental de Piola Vaguita, artista encargada de difundir estas acciones que pocas veces se visibilizan en los medios de mayor alcance. “El concepto de primera línea no es solamente resistir a la Policía para que la gente se manifieste; esto es una demostración de que nosotros somos el ejército y ayuda del pueblo”, sostiene el militante.

A las cinco en punto

Es enero y la plaza Baquedano no está en silencio desde el 17 de octubre pasado. La resistencia acompañada por cánticos, bailes y diferentes manifestaciones artísticas se han apropiado de este lugar ubicado en el centro histórico de Santiago. Esta melodía fue la que la rebautizó como Plaza Dignidad. El pasto verde que rodeaba el monumento principal, tan perfectamente cuidado hasta el punto de tener una textura similar al plástico, dio paso a una tierra seca.

Bastará con escuchar a los manifestantes para entender que se ha vuelto una costumbre que a las cinco en punto de la tarde inicia la llegada del pueblo. Ese barrio de tránsito, por donde la gente pasaba para ir a sus trabajos o centros educativos, recibe a personas de todas las edades con carteles repudiando el accionar del actual gobierno de Sebastián Piñera, exigiendo cambios y alentando a la resistencia. La memoria también se hace presente, se dejan ver banderas con figuras como Violeta Parra, Víctor Jara y Salvador Allende. Al llegar a la ciudad se respira la lucha de los ciudadanos que buscan transformar la situación del país desde la raíz. En Chile el 1% de la población concentra el 26,5% de la riqueza, mientras que la mitad de los hogares con menores ingresos accedió a un 2,1%, según informó la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).

Cuadro de texto: Integrantes del grupo musical Salvaje Capucha realizando intervención en Plaza Dignidad, enero 2020.
Integrantes del grupo musical Salvaje Capucha realizando intervención en Plaza Dignidad. Foto: Camila Méndez

Entre la multitud, una señora mayor busca sobresalir. Comienza a llamar la atención de las personas a su alrededor agitando su bastón y chistando. En un par de minutos el tumulto de gente la ubica en el centro de una ronda. La señora se llama Soira Lara Castro, tiene 90 años y está acompañada por su hija y su nieto. Cuando consigue acaparar la atención, sonríe.

-Acá tienes una madre luchando por la juventud actual. Voy a morir haciéndolo. Yo soy la mamá, soy la abuela, soy la bisabuela y soy la tatarabuela. No puedo negarme a estar aquí con toda esta revolución, donde las papas queman. Ojalá se despierte la América Latina y nos unamos, es la única forma. Yo tuve una madre y un padre que lucharon toda una vida. Ellos me enseñaron que si tú tienes pan y el otro no tiene, tú tienes que convidarle. Eso es lo que estamos difundiendo. El futuro es de ustedes.

Mientras habla, las venas de sus manos se hinchan. A su espalda se puede ver una intervención en la pared que dice “vencer o morir”. Las casualidades en los actos cotidianos de la vida aumentan la fortuna del recuerdo. Cuando termina de hablar muchos jóvenes se acercan para abrazarla y darle las gracias con lágrimas de por medio. La anciana, con su andar despacio y con la cabeza alta, va desapareciendo entre la multitud.

Cuadro de texto: Spoira Lara Castro, manifestante en la Plaza Dignidad, enero 2020.
Soira Lara Castro, manifestante en la Plaza Dignidad. Foto: Camila Méndez

Los carabineros, con sus pasos rítmicos, también están presentes en las manifestaciones. Se van, pero vuelven potenciados. Cuando la concentración de personas es mayor rodean la plaza. Se siente un disparo, ya son dos. A pesar de ser Chile un país marcado por la desigualdad, al momento de la represión son todos iguales. Una madre sostiene la cara de su hija con ternura mientras llora a causa de los gases lacrimógenos. La pequeña tiene miedo, pero no es la única. Le quema la cara y no pueden huir, la Dignidad está sitiada. Hasta los más valientes ubicados en primera línea sienten miedo, impotencia. Impotencia por sus compañeros heridos, torturados, asesinados. El pueblo se ayuda entre sí y recuerda. Recuerda a Gustavo Gatica, el joven de 21 años, regalando sus ojos para que la gente despierte. Recuerda a Daniela Carrasco, la artista callejera que vestida de payaso buscaba sacarles una sonrisa a los manifestantes y cómo apareció ahorcada, colgada de la reja de un parque al sur de Santiago. La última vez que se la vio con vida se la llevaban los carabineros. El pueblo chileno recuerda la impunidad.

Ellos, con sus granadas de mano, de escopeta, balas, perdigones, carros lanza-agua, zorrillos. Los otros, los olvidados por los poderosos, con sus escudos, máscaras para protegerse de gases lacrimógenos, pañuelos de resistencia.

-Me da miedo decir mi nombre, mostrar la cara. Me da miedo porque tengo 52 años y sé que no voy a encontrar trabajo de nuevo. Este trabajo es lo que me da para vivir. Pero estamos aquí luchando por un mundo mejor- cuenta una manifestante mientras se coloca un pañuelo rojo   acompañado por “hasta que la dignidad se haga costumbre” en letras negras.

 Desde la raíz

Cuadro de texto: Observadores de los derechos humanos ayudan a manifestante en Plaza Dignidad tras ser víctima de los gases lacrimógenos, enero 2020.
Observadores de los derechos humanos ayudan a manifestante tras ser víctima de gases lacrimógenos. Foto: Camila Méndez

En las protestas no hay una persona individual que represente a todo el movimiento, el protagonismo lo tiene el conjunto de personas y organizaciones sociales. Quienes participan tampoco son héroes con habilidades particulares que realizan hazañas extraordinarias para ser reconocidos por sus pares; son personas que en el transcurso de sus vidas vivieron la injusticia en carne propia. La segregación en la educación, el pésimo sistema de jubilaciones, la falta de acceso a un sistema de salud pública digno, son algunas de las principales denuncias. El estallido social no se gestó de la noche a la mañana: hay un coraje acumulado durante décadas y generaciones. A esto se suma que Sebastián Piñera es el presidente con el índice de aprobación más bajo desde el retorno a la democracia, sólo un 6% de la población lo apoya.

El accionar de los carabineros tuvo como contrapartida la unión aún más potente del pueblo. Se crearon colectivos autogestionados para dar servicios de primeros auxilios y asesoría legal de forma gratuita. Todas estas personas al servicio de la gente, que se encuentran identificadas por los escritos en sus escudos y uniformes, también sufren la represión. Charlando con las personas y tomando denuncias es posible distinguir entre los manifestantes a los observadores de derechos humanos. José Luis González, junto con sus compañeros, cumple este rol.

-Hay muchos afectados de forma indirecta producto de la represión, no sólo por balazos o torturas. La gente de a poco ha ido haciendo más denuncias, pero tienen miedo. Muchos se preguntan: ¿qué saco?, ¿qué saco con hacer una denuncia si no se va a hacer nada? De todas formas, como se dice acá, Chile despertó y no ha vuelto a cerrar los ojos.

Esta última frase se ha convertido en un emblema del movimiento popular; 460 personas tienen heridas oculares a causa del accionar de los carabineros. El último informe del Instituto de Derechos Humanos de Chile cubre el período desde el 18 de octubre hasta el 19 de marzo. En el mismo se actualiza la cantidad de acciones judiciales presentadas y llegan a 1.465: 1.083 son por torturas y tratos crueles, 206 por violencia sexual y 91 por violencia innecesaria. Dentro de las víctimas, 278 son niños, niñas y adolescentes. También se detalla que la principal causa de heridas son los disparos.

A pesar de las vulneraciones a los derechos humanos, según The Economist, Chile pasó de ser considerado una “democracia defectuosa” en 2018 a una “democracia plena” en 2019.

El despertar

Una joven de 20 años ve caer a su lado una bomba lacrimógena. Comienza a correr, olvidando las recomendaciones de estar tranquila ante este tipo de situaciones porque el daño se podría agravar, los carabineros podrían responder o podría contribuir al caos. En los momentos de tensión máxima no siente control sobre su cuerpo, predomina el instinto de supervivencia. Mientras busca cubrirse los ojos y la boca con su pañuelo siente cómo su pecho se va cerrando. El gas se expande y ella corre; ve una manada de sombras que huyen en la misma dirección. Un desconocido la toma de la mano y la mete dentro de un edificio antiguo. No tiene idea quién es, pero no opone resistencia.

Adentro, él sube a su apartamento para buscar bicarbonato, un compuesto que ayuda a frenar las quemaduras y el ardor de los gases. Otros inquilinos se acercan y le preguntan cómo se siente. Todavía le cuesta respirar, ve nublado y le tiemblan las manos, no sabe qué sucede afuera. Una vecina baja con una máscara porque, a pesar de que esté todo cerrado, los químicos lanzados por el “zorrillo” logran entrar a su hogar. El desconocido baja y la rocía con el líquido.

Esa joven soy yo y sin saber quién era, este conjunto de vecinos me permitió entrar en ese mundo de desconocidos que buscan ayudarse y relacionarse entre sí para hacer una resistencia más poderosa.

Paréntesis

Poco más de tres meses pasaron desde que estuve en Dignidad. La pandemia mundial obligó a los manifestantes a abandonar las calles y a modificar sus hábitos de protesta. También puso en debate el rol que debe cumplir el Estado al momento de garantizar derechos básicos como la salud. La falta de insumos, de médicos y de maquinaria eran una realidad desde hace más de 30 años en el país, que con la crisis sanitaria se agudizó.

Cuadro de texto: Manifestante al comienzo de una protesta en Plaza Dignidad, enero 2020.
Manifestante al comienzo de una protesta en Plaza Dignidad. Foto: Camila Méndez

“El covid-19 lo vamos a frenar a través del autocuidado, solidaridad, el autogobierno y control de los territorios; a través de la creación de poder popular”, se explicó en un comunicado de la primera línea del 10 de abril.

A pesar de la distancia, en los últimos días me informaron que el pasto ha comenzado a crecer en la plaza, centro de las protestas. Estos brotes crecen de forma libre, despareja, cada sector a su ritmo. Con el tiempo tal vez todo el sitio vuelva a estar cubierto de un pasto nuevo. 

FacebookTwitter