“La historia se encuentra mayoritariamente escrita por hombres”, afirma la doctora en historia Laura Osta al comienzo de su libro “La infancia del torno”. En las 160 páginas de su libro, la autora se dedica a reivindicar en la memoria colectiva un momento de la historia en el que el rol de la mujer funcionó como motor principal de la vida de tantos niños. Esta recopilación de historias, recuerdos y archivos, se conectan entre sí a través de la existencia del Asilo de Expósitos y Huérfanos de Montevideo, que se caracterizó por la existencia de un torno, es decir, un lugar donde los padres o adultos responsables colocaban al niño y lo abandonaban en total anonimato, sin ser sometidos a ningún tipo de juicio. Dentro de tiempos caracterizados por la alta mortalidad infantil y la nula existencia de derechos hacia la mujer, esta institución -perteneciente a la Iglesia Católica- fue, para muchos, una oportunidad de vivir.

Las particularidades de este capítulo de la historia uruguaya son relatadas en este libro, que funciona como vocero de aquellos que no tuvieron voz. En una entrevista con Sala de Redacción, Laura Osta reflexionó acerca de su proceso creativo al momento de escribir y lo que significó conocer esta historia al momento de repensar el presente.

—El libro plantea un paralelismo entre la infancia y la visión de la mujer en la sociedad, ambos cuerpos íntimamente conectados por su naturaleza biológica y por la vulnerabilidad a la que se exponen. ¿Esperabas llegar a esa conexión cuando comenzaste la investigación o se fue dando en el camino?

—Obviamente ya tengo en los ojos los lentes de género, entonces siempre voy a mirar ese tipo de cosas, pero no me esperaba nada. El encuentro de archivos me fue sorprendiendo: las cartas, las anécdotas, me encontré con una red de mujeres del siglo XIX que desconocía y de la que el mundo desconocía su importancia. Esa relación es fundamental al explicar “la infancia del torno”, porque existía un sistema de ayuda hacia estas madres que tenían que ocultar sus embarazos por motivos que hoy no entenderíamos, pero que en esa época eran válidos, como la vergüenza y estigmatización social de ser madre soltera o quedar embarazada de un hombre casado. Había un gran apoyo hacia ellas desde las parteras y las nodrizas, al punto de que muchas madres, obligadas a dejar a sus bebés, se postulaban como nodrizas para amamantarlos. Me encontré con estrategias para sobrevivir y poder mantener los vínculos que la sociedad quería separar.

Debo decir que a mí me costó entender la lógica, entender el hecho de abandonar a un hijo, hasta que comprendí cómo era ser una mujer en una época en la que no había leyes para cuidar la maternidad. Por ejemplo: si vos quedabas embarazada y tenías que trabajar -por ser inmigrante o porque tenías otros hijos, eras pobre y no tenías un hombre que te mantuviera, como establecía la lógica patriarcal que primaba-, entonces no podías ser madre. Este asilo fue una alternativa, una válvula de escape para estas injusticias que las propias mujeres tenían que vivir. 

—Cuando el gobierno comenzó a considerar que el cuidado de estos niños debería estar bajo la tutela del Estado, se dice que el torno “permitía a los padres librarse de responsabilidad”; sin embargo, la mayoría eran reclamados por sus madres. ¿Considerás que este acto de darle la mejor oportunidad a un niño era una muestra de responsabilidad maternal?

—Sí. Me interpeló la investigación en sí misma porque fui con ese preconcepto, cuestionando cómo dejaban a sus hijos en el torno, hasta que empecé a entender que no había otra alternativa. Ahí entendí el torno no como un lugar de abandono, sino como un lugar transitorio. Las madres dejaban a sus bebés para poder trabajar, para resolverse económicamente y después recuperarlos. El tema es que la recuperación tenía limitaciones: el 90 por ciento de esos bebés eran dejados con señales, o sea, con una intención de reencuentro, pero solo el 30 por ciento llegaron a ser recuperados. Así descubrí que el asilo, cuando se reclamaba un niño, cobraba a los padres todo lo que había invertido en su crianza. Pedían lo que ahora serían alrededor de 2 mil dólares y yo trato de sacar cuentas: ¿en qué momento una madre lo podría haber ahorrado? Entre que tenían menos opciones laborales y sueldos mucho más bajos, era imposible llegar a ese monto en los dos años que tenían como plazo máximo para recuperar a sus hijos. 

—El libro plantea que estas mujeres tenían un gran acercamiento al concepto de la muerte y planteaban al torno tanto como un pasaje a una mejor vida, pero también como una especie de purgatorio. ¿La religión influenciaba esta visión?

—Claro. Esta connotación religiosa del torno la vi muchísimo en las cartas cuando dicen “a la caridad divina”, “a la institución de la caridad de Dios” o “ Dios, en vos confío mi hijo aquí porque sé que es el mejor lugar donde puede estar”. El propio cartel que estaba arriba del torno decía: “mi padre y mi madre me alejan de sí, la caridad divina me recoge aquí”. Era como plantear que se abandonaba a un hijo, pero Dios se haría cargo, el torno aparecía así como un lugar sagrado. No era lo mismo dejar un bebé que se estaba muriendo o muerto, que tirarlo al agua en la playa. Dejarlo ahí tenía una connotación religiosa. El torno funcionaba como un lugar donde se purgaban las culpas, y me encontré con cartas de mujeres pidiéndole perdón a Dios por lo que estaban haciendo, pidiendo que bendiga al bebé para que no fuera “hijo de la desgracia”. Creo que eso también muestra la moral de la época. Analizando la historia de las emociones, vemos que la forma de concebir la maternidad y la religión era algo muy distinto a como la entendemos hoy.

—Mencionás que el pasaje del asilo a la tutela estatal fue un paso de lo privado a lo público y que, en ciertas circunstancias, la institucionalización promueve el aislamiento. ¿Cómo puede pensarse al actual sistema estatal de cuidado de niños?

—En algunas entrevistas con funcionarios del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, por algunas dudas concretas que tenía, ellos me decían que el elemento de institucionalizar es de regularización en nuestro país. Hay toda una lógica distinta que opera hoy en cuanto a cuidar niños o niñas que no están en posibilidad de estar con sus familias biológicas. Se trata de recomponer ese vínculo y que se mantenga el contacto; eso hace que no siempre la institucionalización sea la mejor opción de destino. Este cambio, que va acompañado del proceso de secularización de nuestro país, se nota dentro de la administración del asilo: comienza siendo fundada por la Hermandad de caridad, que era una cofradía de católicos, laicos y mujeres de la alta sociedad, y con el paso del tiempo va tomando cada vez más injerencia el Poder Ejecutivo. En muchas de las cartas entre el presidente [Lorenzo] Latorre y la Comisión de Mujeres, se decía que el asilo debía obedecer a la junta económica administrativa del Poder Ejecutivo. 

Foto: montevideoantiguo.net

—El libro tiene como objetivo darle visibilidad a lo invisible y relata instancias en las que estas mujeres funcionaron como voceras de los niños. ¿A través de la reconstrucción histórica de estas mujeres, también se reconstruyen las voces infantiles?

—Bueno, sí, de la infancia encuentro varios caminos para abordarla, para registrarla. Uno es simplemente buscarla, ver estadísticas para visibilizar lo ocurrido. Otro es relatar la historia de la infancia a partir de este círculo que mira la infancia como las nodrizas, los médicos, el director del asilo, las maestras o las monjas: reconstruir a partir de lo que dicen otros. Después hay otra forma de hacer historia de la infancia, que es la más difícil porque dependemos de las fuentes, y es escribir la historia a con su propia voz a partir de diarios íntimos, dibujos, objetos o testimonios de niños. Yo opté por el segundo camino porque fue el que pude transitar. Si todo lo escrito está escrito por un adulto, con una mirada adultocéntrica, ¿cómo puedo hacer historia de la infancia? No hay fuentes producidas por los propios actores sin reproducir la mirada de otros. Es complejo, pero para mí es un desafío, un debe que tenemos con nuestra historia. Lo que pasa es que no aparecen niños hablando por el micrófono, no se les pide opinión y no tienen representación en el Parlamento. Tengamos en cuenta que apenas hay representación de mujeres.

—Al reconstruir esa historia contás que te encontraste con el obstáculo de que, por más que muchos niños llegaron al asilo bautizados y con un nombre, se les otorgaba uno nuevo. ¿Se utilizaba como manera de borrar su identidad?

—Absolutamente, se les borraba la identidad. Desde la psicología, el nombre guarda mucho de la identidad de uno, y la institución les cambiaba el nombre automáticamente como una especie de castigo. Si dejabas a tu hijo no tenías el poder de darle un nombre, y bautizarlo de nuevo era un “volver a nacer”. Una crítica bastante severa con respecto a esto me hizo [Daniel] Sturla, porque yo ponía a la Iglesia en un lugar un poco crítico. Me han dicho que fui injusta porque la Iglesia era la única institución que se encargaba de ellos y es verdad, pero claro, yo también mostré que cobraban, que borraban la identidad de los niños y otras cosas que no deja al asilo como un lugar ideal. 

—Otra de las maneras en las que se analiza el poder ejercido sobre cuerpos vulnerables es a través de la crítica del papel del médico a fines del siglo XIX. ¿Creés que la medicina pasaba del cuidado al control? 

—En esa época, el consejo de un médico era mucho más que un consejo científico. No significaba solamente subir las defensas y prevenir el aumento de la tasa de mortalidad; los médicos regulan las prácticas a partir de connotaciones morales. Realizaban visitas de inspección a las casas de las nodrizas y juzgaban cómo vivían, en qué condiciones y con quién. En este paso de lo religioso a lo laico, el médico toma el lugar que antes ocupaba el cura.

—Hablaste de la poca representación infantil en las estructuras democráticas. ¿Qué opinás de circunstancias actuales como el proyecto de ley de corresponsabilidad en la crianza? 

—Creo que es un error pensar que un padre denunciado por violencia puede continuar con la tenencia compartida de su hijo. No estoy de acuerdo, creo que hay que reforzar los cuidados y las precauciones con la infancia porque somos los adultos los que debemos darle protección. Es verdad que se debería estudiar caso por caso porque existen circunstancias especiales, pero se tiene que contemplar profundamente y en corto tiempo. El problema es que para eso se necesitan más recursos, ampliar el trabajo de la fiscalía y establecer controles. Creo que la transformación viene por otro lado, no por la ley, sino por la estructura jurídica. En lugar de reglamentar deberían aumentar el presupuesto para que este tipo de investigaciones sean rápidas y que no se deje al niño con un padre que ha sido denunciado por violencia doméstica. No es mi área pero desde mi lugar opino que el Estado no debería tener injerencia.

FacebookTwitter