A sus 64 años, un paro cardiorrespiratorio casuó el fallecimiento súbito del ministro del Interior, Jorge Larrañaga, este sábado en medio de su jornada laboral. El Guapo Larrañaga había asumido ese cargo hacía poco más de un año. Abogado egresado de Universidad de la República, desde 1990 y durante casi 10 años fue intendente de Paysandú, departamento del que era oriundo y en el que fue enterrado este lunes. En 2004 fue candidato único a la presidencia de la República por su Partido Nacional (PN), luego de vencer a Luis Alberto Lacalle Herrera en las internas. Fue candidato a la vicepresidencia dos veces, en 2009 integró la fórmula con Lacalle Herrera y cinco años después con su hijo, el actual presidente de la República, Luis Lacalle Pou. Desde el año 2000 fue senador de la República por el sector Alianza Nacional, que lideró hasta su última precandidatura a la presidencia, en 2019. Ese mismo año convocó un plebiscito constitucional por la reforma “Vivir sin miedo”, que proponía una serie de medidas para combatir la inseguridad pública, como la creación de una Guardia Nacional, el cumplimiento efectivo de penas, la cadena perpetua revisable para crímenes gravísimos y los allanamientos nocturnos bajo orden judicial.
“Se cayó muchas veces y se levantó más”, resumió Lacalle Pou sobre su ministro y compañero, consultado por periodistas.
“Heredero del ala wilsonista o de la centro izquierda. Siempre tenía una mirada muy particular sobre temas sensibles. Lo educativo lo llevó a tener destacada intervención parlamentaria y ahora había encontrado su rol al frente del Ministerio del Interior, pegándole directo a un tema que lo desvelaba: El narcotráfico y las pequeñas bocas de venta, que eran las que ‘envenenaban a los pibes de la cuadra y del barrio’, cómo decía él”, contó a Sala de Redacción Danilo Tegaldo, periodista de Subrayado.
Pa’ adelante están las casas
“Se lo ganó”, dice el tweet de Patricia Rodríguez, presidenta del Sindicato de Funcionarios Policiales Montevideo-Uruguay (Sifpom), en el que muestra la caravana con la que efectivos policiales homenajearon a sirena abierta la partida del ministro que les “dio un espaldarazo”. “Quería dignificar la función. Supo conquistar el honor y el corazón de sus subordinados y se ganó el respeto de nuestro sindicato”, reflexionó en redes sociales.
“Le cabía el cargo 24/7”, describió el presidente de la República, en referencia a que lo ocupaba todo el día y todos los días. Sabía que le tocaba el ministerio más difícil, aseguró la presidenta de Sifpom. Ese mismo ministerio que el ex presidente José Mujica calificó una vez como “la tumba de los cracks”, justo cuando advirtió a Larrañaga antes de asumir el cargo.
“No es una pérdida sólo para su partido, es una pérdida para todo el país”, expresó Mujica a Subrayado a pocas horas de enterarse de su fallecimiento. Se derribaron barreras y autoridades de todos los partidos políticos y personalidades de los medios expresaron su pésame en redes sociales, lo que ratificó puntos fuertes de la democracia uruguaya. “Vaya un homenaje desde este canario frenteamplista a ese sanducero blanco como hueso de bagual”, expresó por Twitter el intendente de Canelones, Yamandú Orsi, quien valoraba la mano tendida y la conversación franca de Larrañaga.
Varios políticos asistieron en la mañana del domingo al velatorio del jerarca, realizado en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo.
Al ojo público
Sanducero que no se olvidó de sus pagos, político de raza que no perdió nunca la bonhomía. A Larrañaga le llamaban Guapo porque de niño se conocía a todos en el hipódromo, entonces, “dos por tres hacía alguna bandideada y a veces algún peón me pegaba un alpargatazo. Y yo me defendía, me ponía en posición de guardia. Nunca le contaba a mi padre porque podía ligar doble”, relató el político para el documental Encuentro con Larrañaga: El hombre detrás del político (2014), de Mateo Gutiérrez.
“Era como ver a una mezcla de Wilson Ferreira con Aparicio Saravia”, decían los cercanos. Frontal, sin medias tintas, calentón, un hombre derecho pero con un gran sentido del humor. Así describieron al Guapo allegados consultados por Sala de Redacción. En palabras de Alfredo García, director del semanario Voces, “en el consenso generalizado todos los periodistas en mayor o menor grado tenían esa impresión positiva”. “Las entrevistas eran un ping pong permanente”, continuó García. Cuando Sala de Redacción lo consultó por el desempeño del ministro en los medios, recordó que Larrañaga “siempre llegaba y te daba un abrazo; con las manos que tenía que te dejaba doblado”.
Su sonrisa campechana y el saludo con un fuerte apretón de mano y palmada el hombro con la otra eran su sello particular. Para Leonardo Pereyra, periodista de El Observador, “siempre fue muy cálido”. “Es de esas personas que no aparentan ser lo que son. Lo veías de afuera en los medios y era un tipo reacio, duro, pero era extremadamente sensible”, continuó.
“Me parecía un político sano que honraba la profesión”, concluyó García. “Un tipo muy pujante en la política”, agregó Tegaldo. No era un político de escritorio; “conocía muchísimo el interior y el país como la palma de su mano, y tenía una llegada muy importante con la gente”, destacó el periodista. No era un gran orador político pero sí tenía mucha fuerza en sus discursos, “se compraba a la gente del interior y desde Paysandú lo querían muchísimo”, reflexionó Tegaldo.
Pereyra lo describió como una fuente extremadamente confiable a la hora de trabajar. “Nunca iba a haber un desmentido, nunca te iba a pasar una información que no fuera cierta, no te iba a utilizar. No te mentía, no te hacía una interpretación que le convenía”, señaló. Por su parte, Tegaldo lo recordó como alguien que nunca pidió concesiones: “Nunca me preguntó de antemano qué le iba a preguntar en la nota o me advirtió por un tema que no se podía tocar. Con los políticos a veces pasa que te marcan la cancha, pero a Jorge le podías preguntar cualquier cosa que te la iba a responder, nunca iba a esquivar una pregunta”, remarcó Tegaldo. Todos consideran a Larrañaga como un político que si no podía atender el teléfono, luego devolvía la llamada.
Libertad de expresión
En un mundo donde las presiones a los medios están a la orden del día, “Larrañaga era un tipo incapaz de pegar una llamada a un director de un medio para quejarse por lo que hacía un periodista. Llamaba al periodista, se calentaba y se descalentaba al otro dia”, contó Pereyra. “Yo le daba palo y él se cagaba de risa”, continuó.
“Buen amigo de sus amigos”, lo describen en redes sociales. No escatimaba a la hora de tender una mano, aunque las tuviera ocupadas con termo y mate o su infaltable botellita de agua. “Tenía una concepción muy clara de la lealtad”, señaló Pereyra, lo que le costó a lo largo de su trayectoria política. Y añadió: “Una de las cosas que más lo amargó en los últimos tiempos fue haber sentido que había sido traicionado, que los que siempre lo acompañaron se abrieron cuando vieron que iba a perder de vuelta en la interna blanca. La deslealtad lo jodió muchísimo”.
A sus 64 años, Larrañaga advertía a Pereyra que cuando el periodista se pusiera viejo la gente se iba a empezar a alejar de él. “Vas a ver qué feo que es”, decía. Eso es lo que el dirigente nacionalista sentía, pero estaba siempre de vuelta arriba. “Sufrió revolcadas que para cualquier otro… Sobre todo en una sociedad donde el más vivo es el que gana. Decían que era el gran perdedor de la política, como si uno en la vida siempre fuera a ganar”, reflexionó Pereyra.
Las varias charlas que mantuvo con Mujica le costaron caras, pero nunca tuvo problema de hablar con nadie. “No lo hacía por el afán electoral, él sabía que en el PN le iba a costar juntarse a hablar con un tupamaro. Y cobró”, ilustró Pereyra. Larrañaga podía comerse un asado en familia, en una obra o darse la vuelta y comerlo con el presidente. “Un tipo muy firme en sus ideas y convicciones, sabiendo que la política no es absoluta. Un resiliente”, concluyó Tegaldo.
Los cuentos
Acompañado del fresquito que se levanta de la naciente del Río Olimar, la última aparición pública de Larrañaga fue en Santa Clara, Treinta y Tres, donde descansan los restos de Aparicio Saravia. En la campaña de 2014 esa localidad fue sede de un acto político conjunto con todos los precandidatos del PN, en un estrado improvisado en el que estaban todos muy apretados, recordó Tegaldo. De repente empezó a llover fuerte. Corrieron al casco de la estancia para no mojarse más, pero Larrañaga, parsimonioso, pegó la vuelta al escenario. “Se mojó doble para ir a buscar la matera, porque si el agua se la agarraba le iba a doblar todo el cuero, decía”, retrató el periodista.
Pocos meses después ocurriría la derrota política más significativa de Larrañaga, que después de contar con una amplia ventaja en las encuestas durante meses perdió la interna con un incipiente Lacalle Pou. El líder de Alianza Nacional se retiró a su chacra en Andresito y todos querían saber si aceptaría integrar la fórmula como vicepresidente por segunda vez consecutiva. Hizo esperar a los periodistas casi tres horas hasta que finalmente se arrimó a la entrada: “¿Qué tormentas los trajo hasta acá?”, les preguntó. “Conversamos, dijo que no sería obstáculo para el PN y que antes de fórmulas había que hablar de programas y proyectos políticos”, no les dio la entrevista pero sí les cedió un largo rato de charla, según contó Tegaldo. “Hacía las recorridas con el líder, bancándose que había perdido. Si nos habrá dejado una lección”, destacó.
Habían quedado en Café Martinez para conversar un rato, sin filtro, contó a Sala de Redacción Martín Veiga, militante de Alianza Nacional. “Él recibió mis críticas con mucho gusto. Pero cuando quise acordar, mientras yo hablaba me había comido las medialunas”, recordó. Larrañaga veía en los jóvenes “la esperanza, esa energía fresca que lo reconfortaba para seguir en la lucha”, agregó.
“Hay orden de no aflojar“
“Estudie, mijo”, le decía constantemente a los jóvenes y, en palabras de Mujica, el Guapo “sembró y catapultó a mucha gente joven”. “Larrañaga fue un tipo que acá en Paysandú marcó el camino”, contó Braulio Álvarez, presidente de la Junta Departamental sanducera. “Hizo muchísimo por sus pagos y ese es el legado que nos dejó a los jóvenes”, dijo. Álvarez señaló que, de la mano de Larrañaga, muchos pudieron crecer académica, política, humanamente, y abrir sus propios caminos hasta llegar a ocupar puestos de responsabilidad. “Es una pérdida muy grande para Paysandú. Nos queda la espina de que no pudo venir más a disfrutar acá”, lamentó el edil, quien agregó que “verlo allá arriba, triunfando, contento y trabajando, te invitaba a soñar”.
“Más allá de que el sector siempre se caracterizó por ser wilsonista, desde que empecé a militar siempre me sentí larrañaguista” definió Veiga. “Son de esas personas que uno tiene como inmortales”. Sus ideas van a ser la ruta, de eso se convencen los militantes. Larrañaga “fue militante hasta su último día. En su honor, seguiremos juntos, para eso él nos preparó”, afirmó.
En cambio, Pereyra discrepó con estas ideas. “Yo no creo en las herencias. La bondad no se hereda”, sentenció, y definió al político como “un tipo que siempre decía ‘no te canses de ser bueno’. Uno es bueno o no es”. El periodista aseguró que no van a quedar herencias del larrañaguismo, sino que el Guapo quedará como ejemplo. “Lamentablemente esto se termina con él”, concluyó.
Sin embargo, en el medio del campo, mientras el cortejo fúnebre pasaba por la Ruta 3 y perdía pétalos de flor por la carretera, los paisanos se arrimaban a caballo. Uno sostenía la bandera de Uruguay. “Ese es el mayor legado de Jorge. Se fue con el mote de caudillo”, concluyó Álvarez.