Desde ambos lados de la avenida 18 de Julio, metros antes de llegar a la cuadra de la plaza Fabini, se puede escuchar la música y ver las filas que rodean a las parejas que se juntan a bailar tangos y milongas cada fin de semana y días feriados, sin falta. Conocida también como la Plaza del Entrevero, hace décadas que este espacio, aunque con variantes en algunos elementos, ve pasar por sus baldosas a los montevideanos -y a ocasionales turistas- que disfrutan del espectáculo, del ambiente y de la música.

“Yo estaba paseando por la acera de enfrente a la plaza y escuché el tango. No recordaba esas melodías hacía tiempo así que crucé para sentarme a escuchar el tango que mis hermanos tanto disfrutaban bailar, y recordarlos”, cuenta a Sala de Redacción Susana Beatriz Luna González. Fue así como Susana se encontró, una sofocante tarde de verano de 2016, con Tango y milonga a cielo abierto para la tercera edad, la actividad de danzas tradicionales que hoy, con 72 años, coordina.

En sus orígenes, alrededor de los años 2000, los bailes en la plaza comenzaron como una iniciativa impulsada por academias de tango y milonga locales, seguido por el apoyo de la librería Purpúrea, que se encontraba en uno de los espacios culturales de la plaza hasta que cerró, en 2021.

Según relata Susana, posterior a la coordinación de la librería y antes de su propia intervención, la organización de la actividad cayó -no recuerda cómo-, en manos “mal intencionadas” que cobraban entrada a la actividad, y discriminaban según la raza y el aspecto físico a los interesados en participar. Susana recuerda esa primera vez que se acercó a los bailarines. El responsable de la actividad la ridiculizó por llevar chancletas, y la “mandó a bailar con los tambores”, porque según aquella persona “el tango no es para negros”. Al día siguiente, Susana se dirigió a la Intendencia de Montevideo (IM). “No entendía por qué se nos faltaba el respeto de esa manera, por qué no se nos daban las condiciones”, afirma y agrega que ella no quería ir a los tambores: quería bailar tango. “No había razón para que ese hombre ridiculizara y clasificara a las personas por raza, ¿dónde estamos?”, se pregunta.

Desde entonces, se estableció la versión actual de Tango y milonga que acepta la participación, totalmente gratuita, de cualquier persona, “siempre con respeto y mesura”. Susana prefiere no definir su rol en la actividad. Simplemente es “una responsabilidad para con la gente”. De todas maneras, desde hace siete años, llueve o truene, ella lleva su silla de playa, sus parlantes, sus flores y su pendrive. Ya sea por el permiso otorgado a Susana por la Intendencia, o por su lealtad a la actividad, el rol de coordinadora es indudablemente, suyo. 

Susana Beatriz Luna González y el sitio donde suenan sus parlantes. Fotos: Fabio Martinelli Rodríguez.

Declarado en 2009 como Herencia Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, el tango se estableció tanto para Argentina como para Uruguay, como un ejemplo palpable de patrimonio vivo. Susana también lo entiende de esta manera: “Esto que hacemos es un patrimonio para el país y nadie se da cuenta”, asegura, “yo le digo a las señoras que aprendan a manejar ese aparato” -dice mientras señala el parlante- “para que si falto yo, ustedes sigan; sigan, porque a nosotros nadie nos da importancia”.

Susana cuenta que el repertorio acumulado de tangos, milongas y, ocasionalmente, algún paso doble o polka “siempre son canciones viejas, pero sin letras, porque las letras siempre atacaban a las mujeres, además de que son tristes”. Ella se planteó recopilar un repertorio musical inclusivo y feminista “porque en esta sociedad no queda otra que ser feminista”.

La coordinadora de Tango y milonga analiza que la actividad es especialmente pensada para la tercera edad: “no podía dejarlos sin música, cuando la música alivia el alma, y nos merecemos esto, -dice incluyéndose- fuimos madres, fuimos abuelas, le dimos a la patria sus herederos, y no puede ser que la vida sea tan cruel”.

La pastillita del afecto 

Además de las parejas en la improvisada pista, siempre hay una gran cantidad de espectadores, que sentados celosamente en los pocos bancos de hierro de la plaza, disfrutan desde ese lugar porque es lo que sus limitaciones físicas, a consecuencia de la edad, les permiten. La población de la tercera edad, precisa acomodaciones especiales que la plaza no les brinda.

Según la opinión de sus propios asistentes, Tango y milonga a cielo abierto es un espacio que además de brindar el espacio social y de apoyo que toda persona requiere, es una oportunidad para hacer ejercicio físico de bajo impacto, esencial para el mantenimiento de la salud y habilidades motoras, y consecuentemente la movilidad autónoma de esta población.

Según el informe de 2015 del Sistema de Información sobre Vejez y Envejecimiento (SIVE) del Uruguay, las enfermedades crónicas (cardiológicas o respiratorias) y las afecciones cerebrovasculares “generan limitaciones a nivel cognitivo y funcional” de manera grave en el adulto mayor que si no resultan mortales, generan daños significativos a la autonomía y la calidad de vida de estas personas 

Incluso con la Ley N° 19.430, que ratificó en 2016 la Convención Interamericana Sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores, esta población se ve, en ciertos aspectos, olvidada. La ley plantea la protección de la seguridad del adulto mayor, así como la promoción de una vida social activa y saludable. Enfatiza, también, el derecho a su inclusión a actividades, sin discriminación por edad.

En contrapartida, las estadísticas del SIVE, establecen que siete de cada diez uruguayos sobre 50 años no practican un deporte, ni realizan ningún tipo de actividad física de forma habitual. En el marco de la prevención y el desarrollo de un estilo de vida saludable y protegida, esta cifra no se puede ignorar.

En respuesta a este hecho, Susana remarca la importancia de este espacio de esparcimiento y actividad artística, física y musical. “Esta es la pastillita que no hay en ninguna farmacia. Decime en qué farmacia conseguís comunidad, afecto y cariño”, comenta.

Olga de Paula. Foto: Fabio Martinelli Rodríguez

Olga de Paula llegó a Montevideo desde Salto en el año 2003, con su hija y su yerno. Tenía 60 años y casi no podía moverse, apenas hablaba. “Estaba muy mal, mudarme me puso muy triste, y ya casi no salía, no bailaba”, comenta a SdR

Tango y milonga propende a juntarse particularmente los domingos por la tarde, por lo que un día, hace dos décadas, mientras volvía de la iglesia con su hija, Olga vio a las parejas bailar en la plaza y aquello le trajo recuerdos: “Como yo bailaba de chica, me acerqué a ver, solo a ver. Un señor insistió tanto en sacarme a bailar, que, aunque no podía moverme mucho por el estrés y tenía las piernas casi paralizadas, le dije que sí. Después de ese día no dejé de venir”, cuenta y agrega que Tango y milonga “mejoró mi calidad de vida, mejoró mi espíritu”.

La gran mayoría de los bailarines de la plaza tuvieron contacto con el baile y la música, particularmente con el tango, en su juventud; pero, como apunta Olga, no todos sabían cómo bailarlo correctamente. “Aunque hay clases de tango, incluso los profesores a veces vienen a bailar con nosotros, la mayoría fueron aprendiendo acá, como el esposo de Elena”, relata. La misma Olga aprendió en Joven Tango, una institución cultural ubicada en Aquiles Lanza y Soriano sin fines de lucro, que auspicia clases, talleres y eventos de tango y milonga semanalmente.

“Acá no solo podemos bailar para sentirnos mejor física y mentalmente, sino que además tenemos amistad, hay comunidad, y es bueno porque todos tenemos ideas diferentes, pero dejamos todo de lado para venir con pasión, con alegría y con ganas. Es una obligación que abrazamos”, sostiene Olga.

Susana entiende su rol como el de “una madre que los espera, y les da un beso en la frente”, ya que “la soledad puede llegar a matar más que cualquier enfermedad”. “Hay tantas señoras que nadie las toca, cuyos hijos no las abrazan, y acá encuentran ese abrazo”, revela.

Del tango con amor

Al mencionar a la comunidad que se formó entre los bailarines de Tango y milonga, Susana compartió un recuerdo con SdR: “Esa primera vez que me acerqué a ver el baile, conocí al que después iba a ser mi esposo. Yo pensé que él se estaba por matar, estaba parado en uno de los muros -relata mientras señala el muro que da a las escaleras del Centro de Exposiciones SUBTE-, y se ve que me sintió la mirada, porque me miró y me preguntó: ‘¿Quiere bailar?’. Yo le dije que no podía, no podía porque había venido de chancletitas, y me dice: ‘No, usted va a bailar conmigo, y con esas chancletas’. El 4 de enero de 2015, dos años después, nos casamos y lo celebramos acá con una torta que nos hizo una señora”.

El respeto de los olvidados

El compañerismo, la amabilidad y la simpatía se puede ver entre las parejas que intercambian bailarines, o invitaciones a bailar a cualquier espectador que se acerque lo suficiente a la pista. Susana asegura que una de sus mayores motivaciones es “la lucha por el respeto a los olvidados”, ya que ni ella ni los demás participantes de la actividad sienten que se les brinda el apoyo institucional necesario.

Ella se dirigió al Ministerio de Desarrollo Social en varias instancias, como consecuencia de las agresiones y amenazas que reciben de manera regular. “Hace unas semanas una chica alcoholizada, sacó un cuchillo y amenazó a una de las viejitas de 80 años y le pidió el vestido precioso que tenía. Este mes pasado tuve que llamar tres veces a la Policía”, cuenta. 

El compromiso es tal, que Susana recuerda instancias en las que bailan con campera polar y paraguas en invierno, o que tienen que mover los horarios al atardecer, por el calor en verano. “¿No nos podrían poner un techito?, ni siquiera podemos usar los baños del restaurante si no pagamos”, dice, mientras señala el local de La Pasiva ubicado en la plaza. 

Desde que se les otorgó el permiso de funcionamiento, según Susana, la IM no ha demostrado mayor interés en la actividad. “Hace tiempo que estamos bien, nos manejamos, pero las autoridades podrían cuidarnos un poquito más”, reclama.

Débora Quiring, directora de la sección de Promoción Cultural del Departamento de Cultura de Montevideo tiene otra mirada. Explica a SdR que “el otorgamiento del permiso es una decisión que demuestra el interés en la actividad”, y que “el uso de un espacio comunitario es un beneficio del que gozan sólo las actividades que se aprecian como bien público”. La directora menciona que la IM tiene un interés especial en promover el tango en sus distintas vertientes: música, canto, baile y difusión, para “promover la creación contemporánea, porque a veces se habla del tango como si no hubiera nada más por crearse”. La IM, según Quiring, busca fomentar el diálogo del tango con otros “ritmos y lenguajes”. Con esto en mente, la institución organiza variadas convocatorias a nivel macro y micro que fomentan la profundización y formación en el tema, tanto a nivel profesional como ciudadano, para ayudar al desarrollo de nuevas habilidades.

Respecto a la inseguridad que plantea Susana, Quiring afirma que, aunque estas actividades son consideradas bien público la “Intendencia no tiene competencias en al área de seguridad”, y aclara que la división de Cultura “no está en conocimiento de las amenazas planteadas”. 


 Parejas de baile de Tango y milonga a cielo abierto. Foto: Fabio Martinelli Rodríguez

Ya son años…

“Me acerqué a ver porque a mí me encanta el tango, me hizo acordar a cuando me colgaba de la barra de la cantina en la que trabajaba mi padre y sonaban esos tangos viejos”, recuerda Elena Malacria de 76 años. “Como mi esposo no sabía bailar, me quedé mirando, pero Susana -la señala sentada detrás de su parlante en el área de baile- cruzó la plaza y me invitó a bailar. Ahí se formó el vínculo, y ahora ayudamos con los parlantes y nos hacemos compañía”, narra. Elena afirma que esta actividad les da vida. “Puede ser que te levantes un día y te duela algo, pero sabes que tenés que venir a bailar y se te pasa”, concluye.

Pero para este grupo, sus reuniones semanales son un evento que esperan ansiosamente. “Esto es hermoso, y pienso que si le preguntas a alguna de las personas bailando si se sienten felices, te van a decir que sí”, afirma Elena.

Además del aprecio por la música, por la compañía, por el baile y por los tangos, que llevan a muchas de estas personas a épocas más jóvenes, tanto Susana, como Olga y Elena, admiten con sonrisas complacidas que hay “amor por la gente y por esta comunidad”. Es esta misma comunidad la que asistió a Susana durante la recuperación de su esposo de una operación, que le devolvió a Olga la capacidad de moverse, y que le enseñó a Elena los bailes que escuchaba de chica en la barra del bar en la que trabajaba su padre.

La esperanza de los bailarines que formaron este espacio vivo en la mitad de Montevideo es que, eventualmente, se reconozca el valor de lo que hacen. Esperan que tanto las instituciones gubernamentales como el peatón común que cruza por la plaza reconozcan la importancia que tiene una actividad tan simple como el baile, y lo que representa para este grupo de personas mayores. Esperan que, con el tiempo, se les brinde la ayuda, protección y reconocimiento que se merecen.

Bailarina anónima. Foto: Fabio Martinelli Rodríguez
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