“Violencia de género y disfunciones sexuales” es un estudio que aborda la realidad que vive un enorme porcentaje de mujeres uruguayas y que el campo de la medicina tradicional parece olvidar. Pese a que los avances ganados por la lucha feminista cada vez son mayores, hablar de una sexualidad que reivindique el goce femenino sigue siendo revolucionario. Según la investigación, las mujeres que vivieron situaciones de violencia basada en género presentan tendencia a tener una mayor incidencia de disfunción sexual, que es aún más marcada cuando la violencia fue vivida con una pareja.

En un país como Uruguay, en el que las cifras de violencia de género son escalofriantes, se vuelve imprescindible empezar a hablar de las secuelas que quedan en las mujeres.

En su investigación, Amarillo pone atención en las secuelas que deja la violencia en la sexualidad de la mujer, aspecto sobre el cual casi no hay información, a diferencia de lo que ocurre con las disfunciones sexuales masculinas. En su estudio, la especialista aborda la sexualidad desde una perspectiva social y humana, que se aleja de la tradicional mirada biologicista.

Sexualidad de acuerdo al sistema

Con el objetivo de investigar una posible asociación entre la violencia basada en género y el posterior desarrollo de una disfunción sexual en la mujer cisgénero, Amarillo encuestó a mujeres de 18 a 60 años de edad. El primer módulo de la encuesta recopiló datos sociodemográficos y el segundo, la ocurrencia de la violencia, sus características y impactos en diferentes ámbitos -público, educativo, laboral y familiar-. Para el desarrollo del tercer módulo, compuso el cuestionario validado “Índice de función sexual femenina”, que evalúa la sexualidad a través de 19 preguntas que se agrupan en: deseo, excitación, lubricación, orgasmo, satisfacción y dolor.

Los resultados de la investigación son preocupantes: 92,9% de las participantes contestó haber vivido situaciones de violencia basada en género en algún momento de su vida; 67,7% manifestó haber vivido alguna situación de violencia en la pareja (la más frecuente fue la de tipo piscológico) y de éstas, 8,9% dijo sufrir violencia con su actual pareja.

En cuanto a las disfunciones sexuales, 38% de las encuestadas presentaron al menos una alteración en alguna fase de la respuesta sexual; es un porcentaje alto si se considera que muchas encuestadas eran jóvenes y, por tanto, tenían baja probabilidad estadística de tener patologías que explicaran esa alta incidencia.

En diálogo con Sala de Redacción, Amarillo explicó que una disfunción sexual es un trastorno que afecta el comportamiento sexual de la mujer, que le impide disfrutar de las relaciones sexuales, interfiere con sus relaciones personales y afecta negativamente su calidad de vida. “Se puede definir como una alteración persistente o recurrente de cualquiera de las fases del ciclo de la respuesta sexual femenina, que interfiere con su adecuada realización o satisfacción” dijo la investigadora.

Las disfunciones, según la fase de respuesta que alteren, pueden afectar distintas áreas: el deseo, la excitación, el orgasmo y provocar dolor durante el coito. Entre las disfunciones sexuales más comunes se destacan: el deseo sexual hipoactivo, que es la falta de interés por el sexo; la ausencia de fantasías sexuales, sueños y pensamientos relacionados con el sexo; trastorno de excitación sexual, ya sea mental o físico; dificultad para alcanzar el orgasmo, se estima que la presenta entre 21% y 45 % de las mujeres; y dolor asociado al coito, ya sea vaginismo o dispareunia.

Amarillo reconoce una debilidad en su estudio: la población encuestada se ubica en una posición socioeconómica y cultural relativamente favorable, ya que la mayoría tenía un nivel socioeducativo elevado. Considerando que las desigualdades de género se intensifican profundamente cuanto mayor es la vulnerabilidad de la mujer, se puede pensar que de haber considerado una muestra más abarcativa los resultados serían todavía más alarmantes.

Educación sexual sí, siempre

La cultura machista y la falta de educación sexual crean un terreno de vulnerabilidad para las mujeres, con una balanza que nunca parece inclinarse a favor del sexo femenino. De sexualidad se habla en términos biológicos y médicos, se habla con miedo, lo justo y necesario. De esta forma, muchas mujeres crecen viviendo la sexualidad como algo que hay que reprimir y olvidando el goce, aspecto que Amarillo considera central al hablar de relaciones sexuales. Entiende que es necesario deconstruir la forma predominante de entender las relaciones sexuales y alejarse de la concepción falocéntrica que se impone socialmente desde la niñez.

Según la investigadora, muchos estudios tienen una definición errada de abuso, ya que sólo consideran si hubo o no penetración. Plantea que medir en términos de “penetración sí o no” deja afuera muchas formas de abuso. Criticó que esa es una mirada que se instala desde la niñez, que es la misma que limita la sexualidad al acto de la penetración, invisibilizando muchas otras formas que un acto sexual puede tener. “Que se le diga ‘preliminares’ a todo lo que es anterior a la penetración muestra perfectamente la manera de concebir el sexo que socialmente tenemos: totalmente limitada, subordinado el goce a una construcción que prioriza el pene y el goce del hombre”, sostuvo.

Amarillo hace énfasis en la necesidad de educación sexual e insiste en que no dar herramientas es una forma de educar. Según explicó, a partir de los tres años comienza a entenderse qué es el género, y ya se vive la educación sexual. Remarcó la necesidad de empezar a deconstruir los conceptos desde esa edad, a quitarle el peso punitivo, a cambiar las construcciones y desestigmatizar para empezar a formar personas más libres y sanas. Considera que la cultura del silencio y de la invisibilización reproduce esos valores, inculca miedo y somete a las mujeres: “cuando queremos ver estamos sometidas en todos los aspectos de la vida, hasta en la cama” dice. Por eso, sostiene que la educación sexual es un derecho, una necesidad para conocerse y relacionarse desde una posición diferente y es también una forma de prevención. En un país donde el porcentaje de abuso infantil es realmente alto, este último punto es vital.

Amarillo enfatiza en la necesidad de la autoexploración para conocer el placer propio y aprender a comunicar; entiende que se necesita romper con los conceptos que se nos impusieron, aunque reconoce que para una mujer que creció asumiendo que su sexualidad está a la merced del varón no es fácil poder cuestionar y cambiar. “Si nadie te educó, nadie te formó ni te explicó, te va a pasar de no cuestionarte, de naturalizar y de no tener idea si eso es así, porque es lo que viste toda la vida” dice y agrega: el dolor, las dificultades de llegar al orgasmo, la falta de deseo sexual, es normal”.

La revolución del deseo

No es raro que haya mujeres que nunca en su vida se tocaron, que nunca llegaron a experimentar un orgasmo, que asumieron que es normal que les duela, que es normal que el hombre sea el que “tiene ganas”. Y para Amarillo, tristemente, estas mujeres no son casos aislados, sino la mayoría.

Hace muy poco que se aborda la sexualidad como un fenómeno multifactorial en el que tienen que alinearse un montón de factores de la vida de las personas para que una relación sexual sea placentera. Para la investigadora, los datos reflejados en su estudio son preocupantes y socialmente deberíamos preguntarnos qué pasa. “¿Por qué el deseo sexual es tan bajo, si es una actividad preciosa, que bien hecha la disfrutamos todos?” se pregunta. Evidentemente, la visión que tenemos sobre la sexualidad no está asociada al goce.

No hay un fármaco que cure las secuelas de una relación violenta, ni de una educación sexual pésima, o de una represión que traes contigo hace 15 años. No hay tal pastilla para encontrar ganas de explorarte y deseo con un otro. No la hay porque es un problema cultural y la solución, según Amarillo, requiere de cambios profundos: romper el paradigma y para ello se necesita un entorno cultural que acompañe, sostiene. “Y está claro que este sistema no lo ve como un buen negocio, no es rentable. Pero va a cambiar, el movimiento feminista no para y ya están transformando las cosas. Va a cambiar, estoy segura. Tiene que cambiar”, apuesta.

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