La escritora uruguaya Rocío Ravera participará hoy de una ceremonia en la ciudad de Los Ángeles, donde se le hará entrega de un premio por su obra “Cualquiercosario”. Pese a que su significado no está en el diccionario de la Real Academia Española, el término le dio sentido a lo que Rocío considera “un popurrí de varias historias”. El humor estuvo siempre presente en la vida de la autora; luego de publicado el libro, y como un guiño del destino, alguien le hizo notar que el título llevaba encerrado un juego de palabras: “cualquier cosa, río”. Esto fue para Rocío una señal de que nada es casualidad.
El concurso se le presentó de manera inesperada, pero increíblemente oportuna; la escritora tenía la esperanza de que la instancia pudiera brindarle mayor visibilidad a su libro. International Latino Book Awards está dirigido a escritores latinos, españoles y portugueses y busca destacarlos en el mercado norteamericano, donde gran parte de los lectores son de habla hispana. “No lo podía creer, yo sólo saltaba de la emoción”, expresa la escritora con una sonrisa que ilumina su rostro. Una mención ya hubiera significado para ella una enorme satisfacción.
Camino al andar
Rocío Ravera comenzó a escribir hace seis años, cuando ya era una adulta. Sin embargo, las historias “siempre estuvieron ahí” y la habitan desde que tiene memoria. Se define a sí misma como “cuentera”, en el sentido de ser creadora de cuentos. Es bibliotecóloga y también estudia Archivología en la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República. Está en contacto cotidiano con los libros y también con los lectores, especialmente con los escolares, a quienes les da clases de biblioteca. Haber transitado el proceso de plasmar las historias que guardaba en la mente, en un libro propio, la ubica del otro lado del mostrador, o en este caso, del otro lado de la biblioteca.
Esta “miscelánea”, como la propia autora lo define, es una recopilación de cuentos creados entre los años 2017 y 2019, a partir de su experiencia en el Taller Cuatro Manos, a cargo de la poeta uruguaya Paula Simonetti. Es una colección de 23 cuentos cortos no infantiles que tocan diversos géneros: realismo, misterio, humor y un poco de terror, sin perder el humor. Sus textos están inspirados en historias propias, pero también ajenas: por mucho tiempo se dedicó a pedir prestados los sueños de las personas de su entorno para crear nuevas historias.
El taller literario desempeñó un papel crucial para la creación de cada cuento. El rol de Simonetti se convirtió en fundamental para Ravera y fue un “acompañamiento literario” que facilitó la escritura creativa. La autora destaca la habilidad de la tallerista para corregir y comprender su estilo, así como su capacidad para discernir cuándo “podía dar más” en su escritura, o bien cuando el texto necesitaba descansar. “Es relevante tener a tu lado un buen editor o profesor en el proceso de creación de un texto”, subraya.
La escritora soñaba con ver su trabajo publicado para compartirlo. Sin embargo, el camino hacia ello no fue tan sencillo como esperaba y se enfrentó ante la limitada cantidad de concursos disponibles en Uruguay. En varios de ellos, el premio es un aporte económico para la publicación, pero cuentan con restricciones como la exclusividad y la incompatibilidad de plazo entre los concursos: “me sentí desilusionada por todas las políticas y tiempo de espera que requerían”, recuerda. Tan solo era el comienzo de un recorrido que en ocasiones le generó gran frustración.
Otra posible vía era la de encontrar una editorial interesada. Muchas solicitan que los autores envíen un manuscrito con una propuesta a ser evaluada, un proceso que puede demorar meses o incluso años, sin garantizar una respuesta positiva. Trabajar con una editorial implica un proceso que brinda un adelanto al autor por la obra, se encarga de la corrección, maquetación y diseño, hasta culminar con la impresión y posterior comercialización del libro, mientras que el autor cede temporalmente sus derechos. Las librerías y distribuidores reciben porcentajes significativos y finalmente el autor recibe regalías, que suelen ser el 10% del precio de venta del libro. “Los autores exitosos son aquellos que logran vender muchas copias de sus libros”, señala.
Fue así que Rocío decidió ir por su tercera opción: invertir en la autopublicación del libro. Con el libro a mano para seguir su trayecto, comenzó con 400 copias que fueron entregadas a su círculo cercano de amigos y familiares, y luego la demanda creció. En el camino aprendió muchas cosas, por ejemplo a navegar por el mundo de la publicación y la distribución, y ahí se topó con un nuevo desafío: encontrar las librerías dispuestas a vender su libro. Algunas le decían que “sí”, otras le exigían que tuviera una empresa a la cual facturar, lo que convertían la respuesta en un “no”. Finalmente, de tanto caminar, de repetir “soy Rocío Ravera, autora uruguaya, les presento mi libro de cuentos” a gerentes y empleados, logró colocar su creación en varias librerías, como Escaramuza, Isadora, El Yelmo de Mambrino, Cultural Alfabeta, Idea Librería, Libros del Parque, Libros de la Arena, Pocitos libros, Lo de Molina.
“Cualquiercosario”, escrito y publicado por su autora, fue entonces una decisión que la transformó además en emprendedora: “Entré en un mundo nuevo, no sólo el de escribir sino el de promocionar el libro“, etapa que marcó un hito importante en su viaje como autora independiente.
El reconocimiento internacional
En este camino de casualidades o causalidades que han marcado su vida, los misteriosos algoritmos de Google -que no le preocupan, pero sí le impresionan- le hicieron llegar la publicación de un escritor de Paysandú, que recibió tiempo atrás una mención honorífica en el International Latino Book Awards. Enterada de su existencia, envió por encomienda aérea una copia física de su libro a la organización y siguió las reglas del concurso. “Quería darle más vuelo al libro”, expresa.
Los meses pasaron, la fecha anunciada para los resultados llegó y se fue, sin ninguna novedad. Rocío estaba con los nervios a flor de piel, pero el silencio era ensordecedor. Una tarde, mientras buscaba su bandeja de spam, encontró un mail: una disculpa del concurso por el retraso en la comunicación de los resultados; le solicitaban además atención a un próximo mail. La ansiedad aumentó.
Cuando el segundo correo llegó, fue un torbellino de emociones. No sabía qué pensar, pero sentía en su interior que la espera había valido la pena. Buscaba su nombre en la lista de menciones honoríficas, pero pese a su ilusión, no se encontró; su nombre no estaba dentro de las menciones porque su libro integraba otra lista: la de los autores ganadores. Y así fue que Rocío se enteró que “Cualquiercosario” había sido declarado ganador de uno de los premios en la categoría colección de cuentos cortos en español.
Pedir sueños a los otros
La inspiración para un escritor es fundamental, encontrar formas de crear nuevos mundos no es tarea sencilla. En el taller literario, le propusieron una consigna vinculada a lo onírico. “Los sueños son una fuente inagotable de historias”, comenta Rocío, que al principio no lograba recordar lo que soñaba por las noches. Estaba en total sequía, pensó que era una persona con muchos sueños en la realidad pero ninguno al cerrar sus ojos. Entonces los sueños se convirtieron en una obsesión; como no podía obligarse a sí misma a soñar, se le ocurrió pedirle a personas cercanas que le contaran sus sueños. Y así, de no tener ninguno, Rocío consiguió tener múltiples sueños ajenos, y cada uno era tan distinto que le dio pie a crear diversas historias.
“Cada sueño generó otro viaje”, y en ese recorrido la historia sufría modificaciones; la idea era del que le contaba su sueño pero el resultado final era producto de su cabeza. “De todos esos sueños que me mandaban, surgieron varios cuentos”. A uno de ellos lo llamó “Duelo”, y nació de una voz interna que escuchaba la autora repetidamente: “dame todos tus sueños”, “dame todos tus sueños…”.
Él suspiró. No podía con sus ojos.
-Anoche soñé que todavía estabas viva.
Ella sonrió. Empezó a desdibujarse, hasta que las tenues líneas de su cuerpo fueron nervaduras de la hoja de un árbol, y se disolvieron en la luz del sol.
Él despertó en la oscuridad de su cuarto. Se dio vuelta en la cama, y acarició su lugar vacío, una llanura blanca y la almohada doble, como a ella le gustaba.
Y como todos los días al despertarse, volvió a olvidar lo que había soñado. Fragmento de “Duelo”, de Rocío Ravera
“Esta etapa de sueños fue un capítulo muy divertido, tenía a todos como lacayos”, recuerda entre risas. Aunque todos querían prestar sus sueños, Rocío ya podía ir en busca de los suyos y hacerlos realidad. Las ganas y su determinación le permitieron sortear obstáculos y abrir las distintas puertas que se le presentaron en el camino. Y mientras sus cuentos viajan más allá de las fronteras imaginadas, Rocío cumple sueños.
Donde todo comenzó…
El aroma a café ingresaba desde el patio y se mezclaba con el olor a roble, en la pequeña y acogedora habitación. Este espacio resultó propicio para hacer un viaje imaginario a través de su vida, sus recuerdos y sus sueños. “Soy talense de nacimiento y montevideana por adopción”, expresó con orgullo, otorgando el justo reconocimiento a ambas ciudades. La primera la vio crecer y “devorar” cuanto libro tenía a su alcance. La segunda le dio un título universitario y fue testigo del matrimonio y nacimiento de sus tres hijos. Siempre fue una niña “con mucha inspiración, con mucha vida interior y muchas historias en la cabeza”, aunque de chica no escribía más que para las redacciones de la escuela.
Fue en Tala que una noche descubrió “El Almohadón de plumas” de Horacio Quiroga, en la biblioteca de la casa de su abuela paterna. Aquella noche no podía dormir. Su abuela tenía la costumbre de tener muchos libros y también unas cuantas almohadas. Rocío, en esa época adolescente y de ávida lectora, no paró de leer el cuento hasta conocer el desenlace fatal. Miraba las almohadas con recelo e intentaba adivinar si alguna de ellas estaría rellena de plumas; necesitaba descartar que fueran como las del cuento para poder conciliar el sueño. A las dos de la madrugada fue a despertar a su abuela para preguntarle de qué estaban hechas. La voz de la anciana en medio de la noche, que explicaba que las almohadas estaban hechas de polyfon y que ninguna tenía plumas, fue lo único que logró hacerla volver a la cama y quitar de su mente la imagen del parásito chupando la sangre de la nuca de su víctima, una moribunda muchacha recostada sobre el almohadón de plumas.
Los libros como premio
En la localidad de Rocío existia una pequeña biblioteca pública. No había en el pueblo una librería donde pudieran comprarle libros. Por esto, y porque era muy buena alumna, cada año recibía un “súper premio”. Este consistía en que una vez al año viajaban a la capital y la llevaban a la librería Ruben, ubicada en la calle Tristan Narvaja. De allí salía con las manos repletas de libros y con el corazón rebosante de felicidad. “Lo recuerdo como una experiencia de gran goce y disfrute; además, a esas lecturas había que dosificarlas y distribuirlas para todo un año, hasta que llegara el momento de volver a la librería por otro premio”.
Su madre, hoy jubilada, era profesora de inglés y una gran lectora, lo que facilitó el acceso de sus hijas a la literatura anglosajona, aunque el contacto con los libros clásicos y con la literatura en español vino tiempo después. No es casualidad que de cuatro hermanas, tres sean bibliotecólogas, comenta Rocío, que reconoce la influencia materna en su vocación. Leer, inventar historias e interpretarlas luego con sus hermanas, formó parte de su niñez y constituyó una base sólida desde el punto de vista artístico y creativo.
Actualmente, en su desempeño como docente de biblioteca, consiguió la manera de transmitir a los jóvenes el valor de la lectura como una fuente importante de diversión y entretenimiento. Busca que sus alumnos puedan sentir el disfrute al momento de la creación de mundos y aventuras imaginarias a través de los libros que leen. Rocío les sugiere en cada clase que si un libro no les gusta, es válido dejarlo de lado y encontrar otro que les resulte más atractivo. Ella aboga que un libro es un premio y no se debe de ver como una obligación. “Les trato de inculcar que la lectura tiene que ser placentera, no puede ser un sufrimiento”.
El blog
Para Rocío era importante mostrar sus historias en algún lugar tangible, por eso comenzó con un blog en Internet. Antes de mostrarle alguna historia al mundo, la autora quería dejar claro a sus lectores qué es lo que hay detrás de cada oración. “Sin duda habrá tantas maneras de escribir como personas hay en el mundo y muchos dirán que no hay recetas, pero abundan los consejos y métodos sobre cómo es el proceso de escritura”.
Encontrarse en Internet con estas recomendaciones la hicieron reflexionar sobre su propia forma de escribir y trató de analizar cómo fue el proceso de algunos de sus textos. Realizó un análisis que lo plasmó en un artículo llamado “La escritura de cuentos según Rocío”, una guía rápida que explica paso a paso su proceso de escritura, desde que surge la idea, frase o cualquier cosa que la atraiga, hasta el envío del texto para su corrección.
Los textos que ha creado son independientes entre sí, elige que no tengan un hilo conductor que los conecte. Para la autora, sus personajes se agotan en su historia. Sus vidas son tan breves como los cuentos, no hay posibilidad de seguir. El contar una historia sobre un personaje determinado la limita, querer imaginar tantas cosas, pero “sólo tener una, no te impulsa”. Considera al trabajo de escribir una novela como “muy laborioso” y que para eso “hay que tener una planificación muy importante, por ahora me quedo con los cuentos”.
El futuro es hoy
Si bien aún procesa la noticia del premio y su viaje a la costa oeste, la autora ya piensa en conquistar nuevos horizontes. Planea publicar una nueva colección de cuentos en el primer semestre del año que viene y realizar un poemario: “me gusta mucho la poesía pero considero que amerita mucho más tiempo del que podría darle ahora”.
Que su obra trascienda fronteras, tanto físicas como culturales, es motivo de un cúmulo de sensaciones que afloran en su pecho: orgullo, satisfacción, alegría. Aunque recibe una distinción de un concurso que está dirigido principalmente hacia el publico estadounidense, para Rocío es un material digno de cobertura informativa en los medios locales, ya que cree que es relevante que Uruguay sea nombrado en un concurso internacional. “Yo miro para atrás y la verdad es que me siento muy orgullosa de haber hecho todo esto”, concluye mientras termina su taza de café.
Virgina Coubrough y Adriana Spinelli