El colectivo Historias Desobedientes lo iniciaron en 2017, en Argentina, hijos y familiares de integrantes de las Fuerzas Armadas que rechazan el involucramiento de los militares en crímenes de lesa humanidad. Hace un año las hermanas Ana Laura e Irma Gutiérrez fueron las primeras participantes desde Uruguay. Según explicó Ana Laura Gutiérrez a Sala de Redacción, al ser “hijos de represores” tienen que “levantar” su voz en repudio a sus padres y, en ese sentido, se ubican en el extremo opuesto de la organización uruguaya Familiares de Presos Políticos, compuesta por allegados de militares procesados por crímenes de la dictadura. Este viernes 20 de mayo las hermanas Gutiérrez participarán por primera vez en la 27ª Marcha del Silencio. 

La presentación del proyecto de ley de Cabildo Abierto para otorgar prisión domiciliaria a los encarcelados de más de 65 años y que puede beneficiar a más de 20 represores apresados en la Unidad Penitenciaria de Domingo Arena impulsó a Gutiérrez a hacer su aparición pública. “Como familiares no podemos quedar así”, recuerda que se dijo en aquel momento, y se decidió a darle, junto con su hermana, una entrevista a Caras y Caretas. Hasta ese momento sentían vergüenza al hablar del tema. “Yo milito en un sindicato, mis compañeros de sindicato se dieron cuenta que mi papá era un militar de la dictadura por lo que leyeron la nota”, sostuvo. 

El riverense Armando Gutiérrez Bentancout, padre de las hermanas, murió en 2019 y estuvo vinculado al Ejército desde 1972, cuando tenía 18 años, hasta su retiro. Fue sargento en el ex Batallón de Infantería Nº 13, conocido como “Infierno Grande” o “300 Carlos”, centro de tortura y detención clandestina de la dictadura cívico militar por donde se estima que transitaron aproximadamente 500 personas entre 1975 y 1977. Allí se encontraron los restos de Eduardo Bleier, Fernando Miranda, Julio Castro, Ricardo Blanco y Roberto Gomensoro. 

Gutiérrez aclaró que tanto ella como sus compañeros de Historias Desobedientes no son víctimas: “nosotros formamos parte de la sociedad privilegiada en la dictadura”, expresó. Luego vinieron los tiempos de concientización y repudio contra los crímenes de lesa humanidad. Comentó que comenzó a cuestionar a su padre a los 14 años, pero que hay compañeras del colectivo que lo hicieron en última instancia, cuando sus padres fueron llamados por la Justicia. Según relató, asistir al liceo público IBO y formar parte de discusiones políticas con sus compañeros fue haciendo que su “camino” fuese diferente al de su familia. 

Según Gutiérrez su padre estaba “convencido” de que lo que hacía no estaba mal: “el argumento era que estaba protegiendo la patria de la subversión, que estaban cuidando la patria de los comunistas”. Ella cuestionó a su padre sobre lo sucedido hasta sus últimos días, mientras él transitaba por la enfermedad de Parkinson. Lo increpó muchas veces planteándole la idea de que los actos de tortura y desaparición cometidos contra civiles militantes estuvieran dirigidos hacia sus propias hijas, por inclinaciones políticas. “Creo que él no lo hubiese dudado, nosotros lo discutimos miles de veces y estaba convencido de que lo que hicieron estaba bien”, dijo. Explicó que es “imposible” que su padre no se diera cuenta de que el 300 Carlos era un centro de reclusión clandestina y que a pesar de que él no tenía un alto mando “si le mandaban a hacer un pozo, lo iba a hacer”. 

Recuerda la primera vez que le preguntó a su padre por la identidad de Elena Quinteros, maestra y militante anarquista desaparecida en 1976: “Yo tenía quince años y el relato de lo que pasó fue espantoso”, dijo, y reprodujo que mientras en la televisión se hablaba que la habían “sacado de los pelos de la embajada” su padre le decía que “ella se había ido del país”. Para ella, esto formaba parte del “verso” que tenían los militares para mantener el pacto de silencio. Todavía hoy, contó que muchas veces se “cuestiona” no haber podido conseguir información “discutía mucho con él, me sacaba totalmente”, sostuvo. 

Marcha del Silencio 2022

Las hermanas Gutiérrez tuvieron hace dos semanas una reunión con Elena Zaffaroni, referente de la Asociación de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos. Gutiérrez relató que ella y su hermana se sienten “acompañadas en el proceso”. “Nos abrieron las puertas y nos recibieron con un cariño inmenso”, explicó. Desde su rol esperan que más gente se una al grupo para generar más visibilidad: “nosotros estamos acá para apoyarlas [a madres y familiares] y gritar lo mismo que gritan ellas, nosotros lo único que queremos es verdad y justicia”, insistió. 

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