Es mujer, política y lidera un espacio dentro de su partido. La conjunción de esos tres elementos de por sí la convierte en una excepción a la regla. Directa, confrontativa, verborrágica y de risa un tanto irónica. Con su precandidatura a la presidencia por el Frente Amplio (FA) en 2014 se atrevió a desafiar un liderazgo que parecía indesafiable. Su análisis minucioso de la realidad y su rol de intelectual progresista no le impiden generar incomodidades con su discurso frontal. Le pega por izquierda a propios y ajenos; no tiene problemas con los adjetivos ni mide demasiado sus palabras. Cuenta que, en esta etapa de su vida política, lee las noticias en la mañana y discute en encuentros virtuales el resto del día. Así es Constanza Moreira, y así se expresó al analizar la actualidad política del país y la región en un mano a mano con Sala de Redacción.

-En esta etapa, tiempo después de haber sido legisladora e incluso precandidata a la presidencia por el FA ¿cómo es un día en tu vida política?

-[Entre risas] ¡Qué buena pregunta! Bueno, el día empieza leyendo todas las noticias terribles que tengo que leer de mi país y del mundo. Después de eso hay muchas actividades políticas por todos lados -quizá las más importantes sean las de la LUC (Ley de Urgente Consideración)-, hay charlas y hay zoom. Con las noticias y el armado de esa agenda empieza mi día. Mis noches también están pobladas de zoom, encuentros, debates y por supuesto que antes de eso hay mucho estudio.

-¿Cómo evalúas la gestión del gobierno hasta el momento?

-Mala. Es mala macroeconómicamente, microeconómicamente y muy mala sanitariamente. Me parece que, sacando a algún sector exportador, la actividad económica está muy mal. Por supuesto que la pandemia no ayuda, pero en un momento en el que todo el planeta está aumentando el gasto público, la inversión en salud, en educación y las transferencias a los sectores más vulnerables, el gobierno decide reducir el gasto y atender el déficit. En segundo lugar, microeconómicamente, me parece que el gobierno no ha prestado atención a los pequeños y medianos empresarios, al sector informal y a los sectores que tienen más impacto, como las empleadas domésticas. Hay un montón de pequeñas y medianas empresas que se han caído sin remedio y sin mayor asistencia.

Socialmente, creo que en el intento de desmantelar la herencia de los gobiernos anteriores, hemos retrocedido mucho en la capacidad del Estado de implementar políticas públicas en casi todos lados. Es decir, el FA logró, con relativo éxito, modernizar el aparato del Estado y ponerlo a tiro del siglo XXI. Un aparato del Estado que venía colapsado por la falta de inversión, los salarios bajos, etc. Creo que el gobierno simplemente aprovechó la inercia de lo que estaba hecho desde antes; no innovó, no avanzó. De hecho, si uno mira las principales transferencias que se le están dando a los más pobres, siguen siendo la tarjeta Uruguay Social y el Plan de Equidad.

Y después, sanitariamente creo que desperdiciamos muchísimo tiempo. El Uruguay como país “de primera” y durante muchos años un país de altos ingresos, con excelente desempeño en muchos ámbitos, hubiera obtenido las vacunas en primer lugar. Fuimos de los últimos países en obtenerlas, pero tendríamos que haber sido de los primeros por el tamaño de la población y el prestigio que tenemos. El retraso de la vacunación obedece a una mala gestión del gobierno.

-Describís la gestión del gobierno como “mala”, pero ¿cómo explicás el nivel de aprobación que tiene actualmente?

-El verdadero nivel de aprobación de un gobierno son los votos. Pero, el nivel de aprobación actual está dado básicamente porque fidelizó a los electores conservadores que votaron a Luis Lacalle Pou. El FA sacó el 39% de los votos en octubre; entre el Partido Colorado, Cabildo Abierto (CA) y el Partido Nacional (PN) sacaron 50% y pico. Lo que hace el gobierno de Lacalle Pou es fidelizar a su electorado; está muy polarizado el Uruguay. La inmensa mayoría del FA piensa que el gobierno está mal, y la inmensa mayoría de los votantes blancos y colorados son los que le dan el respaldo al gobierno. Es el respaldo de sus electores, que lo votaron aún a sabiendas de que iba a desmontar buena parte de los derechos adquiridos durante este tiempo. Y bue…

-En este gobierno de coalición de derechas, ¿qué rol crees que está jugando Cabildo Abierto y cómo puede continuar de acá a futuro?

-Es el ala de extrema derecha de este gobierno. Es el militarismo, la cuestión confesional, la familia, los valores y la defensa del patriarcado. Claramente hay un ala del PN y CA que representan eso. Es el discurso contra la ideología de género de Graciela Bianchi, es la ley de tenencia compartida de (Carmen) Asiaín y (Guillermo) Domenech, la defensa de los militares, el odio hacia la izquierda y es el sector de la extrema derecha que junta el ala neoliberal-empresarial con el ala nacionalista-militar-conservadora. Esa mezcla la logra hacer el sistema de partidos uruguayos a través de la coalición.

Y es un ala que expresa una reacción cultural a los avances del progresismo en América Latina y en Uruguay, los derechos de las mujeres, los movimientos de la diversidad y los importantísimos cambios que se han producido en la sociedad uruguaya en torno a la familia, las relaciones parentales y los derechos de los niños. Es una reacción a eso, que necesita una expresión política que luego se articula internacionalmente con una agenda de los movimientos conservadores en todo el planeta, pero especialmente en la región. Eso siempre existió en la sociedad uruguaya, pero el viejo sistema de partidos lo tenía amortiguado. La dictadura fue el epítome de todo lo que puede hacer la derecha y los militares en este país: destruirlo.

“Para enfrentar al conservadurismo el FA necesita de su lado al movimiento sindical, a la cultura, a los maestros y hacer buenas alianzas con los sectores progresistas del mundo. El conservadurismo uruguayo se enfrenta política, social y económicamente.”

-¿Cómo enfrenta el FA a esa “reacción” desde la oposición?

-Lo primero es que el Frente no lo puede enfrentar solo, porque al conservadurismo uruguayo nunca lo enfrentó un partido. La lucha entre el conservadurismo (que es una de las fuentes del atraso de este país) y el progresismo (que es la fuente del avance), está planteada en el Uruguay desde siempre. ¿Qué había a inicios del siglo XX del lado del progresimo? Estaba la laicidad, el batllismo, las clases medias, los pequeños comerciantes y el modelo urbano-industrial del Uruguay versus el modelo estanciero-rural. Después del derrumbe del bipartidismo, el FA logró hacer la síntesis de eso y se llevó a blancos, colorados, batllistas, wilsonistas, etcétera. Entonces, en realidad, para enfrentar al conservadurismo el Frente necesita de su lado al movimiento sindical, a la cultura, a los maestros, los escritores y hacer buenas alianzas con los sectores progresistas del mundo. El conservadurismo uruguayo se enfrenta política, social y económicamente.

Uno de los desafíos más importantes para el FA y el movimiento social este año es la campaña de recolección de firmas contra 135 artículos de la LUC. ¿Crees que van a llegar a las firmas necesarias?

-No sé si se va a llegar, pero creo que fue una gran cosa que el FA adhiriera; haber juntado más 500.000 firmas en el contexto de pandemia es una victoria de toda la sociedad civil organizada para luchar contra este gobierno y sus medidas regresivas. Yo creo que es admirable la gesta de la LUC independientemente de que se llegue a las firmas, porque creo que lo que está en cuestión -además de los 135 artículos- es la capacidad de resistencia de la sociedad uruguaya frente la embestida conservadora que estamos sufriendo. Haber conseguido lo que se consiguió, con todo en contra, me parece una ganancia impresionante y demuestra que el pueblo uruguayo aunque es civilizado y tranquilo (no reacciona como en Perú y Chile), está organizado para resistir.

¿Qué es lo que más te preocupa de la LUC?

-Hay muchas cosas. Me preocupa el inicio del desmantelamiento de las empresas públicas, porque eso ellos lo tienen entre ceja y ceja desde la Ley de Empresas Públicas del gobierno de Lacalle padre. El segundo aspecto que me preocupa de la LUC es la parte represiva. Viene desde hace tiempo, pero creo que con la LUC se agudiza. En vez de política social, lo que tenés es política policial. Porque ahora estás en tiempos de pandemia, pero hay mucha pobreza, mucha miseria, gente durmiendo en la calle y todo eso puede ser pasible de una política criminalizadora.

Siento que vamos a una criminalización de la pobreza poco conocida, porque antes que nada este gobierno está determinado por su representación de clase: el propio presidente emana esa representación. Alcanza con prender la televisión y ver lo que circula por allí en términos de valores, de modelos aspiracionales. Sobre todo me lastima cómo pudieron hacer un atropello legislativo de tales proporciones. No hubo las manifestaciones que debió haber concitado una agresión democrática como la presentación de una ley ómnibus. Es como que el Uruguay hubiera retrocedido 15 o 20 años.

“Siento que vamos a una criminalización de la pobreza poco conocida, porque antes que nada este gobierno está determinado por su representación de clase: el propio presidente emana esa representación. Alcanza con prender la televisión y ver lo que circula por allí en términos de valores, de modelos aspiracionales.”

Sobre el tema seguridad, recuerdo que en su momento Rafael Paternain, que integra tu sector, era muy crítico con la gestión del FA…

-Sí, lo fuimos. Fuimos muy críticos con el FA. El Frente no resistió a las presiones de los acuerdos multipartidarios, que eran pedidos por la oposición y a los que el Frente se plegaba, y que daban como resultado aumento de penas y perforaciones al Nuevo Código del Proceso Penal. En eso el Frente defeccionó. Hubo muchas manos para votar leyes que son el inicio de esto. Esto empezó ahí. La mesa estaba servida. Esa política represiva que viene del norte para abajo, da un resultado de tasas de encarcelamiento en Uruguay que no condicen con nuestra tradición democrática. Y bueno, ¿hace cuánto que estamos en esta lógica? No tuvimos capacidad de contrarrestar un paradigma de la seguridad que sólo profundizó la criminalización de la pobreza, y cualquier discusión sobre esto fue abortada porque nosotros éramos unos “frutillitas” y no entendíamos nada. Nos trataron como si fuéramos mujeres, mirá cómo te lo digo…

En tu discurso se nota la autocrítica en el tema seguridad, pero si tuvieras que sumar algún otro tema a esa autocrítica, ¿cuál sería?

-¿Para qué hacer acuerdos multipartidarios con ellos (la coalición)? Ahí tenés una parte de la autocrítica. ¿Ellos hacen acuerdos con nosotros? ¡No! Nos tiraron algunos cargos en los órganos del Estado, pero ahora te demuestran que tienen los votos, tienen el gobierno y no van a buscar acuerdos. Si en plena pandemia, con el país encabezando los rankings de muertos en el mundo no buscás acuerdos, es que no crees en ellos. Y el FA, en su período de gobierno, entró en esa deriva y pagó el precio de hacer concesiones en cuestiones de seguridad o en el poco avance en materia derechos humanos. El FA quedó en el debe con este tema por no comprarse un conflicto con la corporación militar.

Volviendo al presente, ¿cómo evaluás el papel que está jugando la Intendencia de Montevideo (IM) con Carolina Cosse a la cabeza?

-Ah, muy bien. Me parece que la IM, que es tan grande e importante, vuelve a jugar el papel que jugó cuando el Frente se hizo con el gobierno departamental en el ‘89. ¿En ese contexto qué hizo el FA? A través de Montevideo empezó a desarrollar sus políticas de diversidad, las políticas de igualdad de género, la descentralización… Todo eso fue la primera pauta de cómo se estructuraría un gobierno de izquierda a nivel nacional. Creo que ahora vuelve esa idea de que la Intendencia tiene que ser un ejemplo de lo que es una política democrática, progresista, con justicia social, con el Plan ABC y demostrar que otra manera de hacer política es posible.

En las elecciones departamentales del año pasado tu sector apoyó la candidatura de Cosse. Sin embargo, en las internas de 2019 habían ido con Daniel Martínez. ¿Qué pasó en el medio para que no lo volvieran a apoyar?

-Hubo una razón de coyuntura y una sustantiva. La razón de coyuntura es que, cuando Casa Grande tomó la decisión, Daniel Martínez había declarado que no se iba a presentar a las elecciones departamentales. Pero luego había quedado pendiente de las internas la discusión Daniel Martínez-Óscar Andrade y el alineamiento con Óscar de sectores que habían estado con nosotros, como el PVP. Entonces, cuando aparece la candidatura de Carolina, fue el momento de decir “vamos a apoyar a esta mujer y a este bloque político” en el que estaba el PS, el PCU, el PVP, La Amplia. Ese es el argumento sustantivo.

Muchas veces se ha dicho que existen bloques ideológicos dentro del FA ¿Creés que es así?

-No sé si son bloques ideológicos, creo que son políticos. En los últimos 10 o 15 años el FA tuvo un gran partido -el MPP-, luego tuvo una coalición fuerte, que fue el Frente Líber Seregni, y dos partidos históricos: el PS y el PCU. Hoy en día eso está en redefinición. Hay que ver si el sector de (Mario) Bergara y lo que queda del astorismo terminan siendo una representación del Frente Líber Seregni. Hay que ver si la alianza Partido Comunista, Partido Socialista, Casa Grande y PVP se consolida como una alianza de sectores más a la izquierda, y finalmente hay que ver la evolución del MPP en un futuro post-Mujica. Además hay nuevos actores y va a haber renovación generacional por efecto de la biología. Las nuevas generaciones ya no van a venir con esas viejas lealtades, y eso va a abrir un espacio para recomponer el Frente en una clave que le permita reconciliarse consigo mismo.

Muchas veces, cuando uno tenía que tomar una posición, si era un tema de la agenda económica tendía a hacer alianzas con algunos sectores, pero si era de la agenda de género hacía alianzas con otros. Eso es una riqueza del FA que rompe con la política de bloques y hay que conservarla.

“Una de las características de Casa Grande fue su pelea contra el poder instituido en el FA, que en su momento era Tabaré Vázquez. Luego las candidaturas múltiples fueron más comunes y a todas se les dio plata, pero cuando yo disputé con Tabaré era una candidatura de primera y otra de segunda; no había equivalencia.”

Y en esa diversidad de sectores y partidos dentro del FA, ¿qué representa Casa Grande?

-Casa Grande es feminista y tiene un liderazgo femenino. Eso lo hace muy raro como sector, porque no hay “cabezas de lista” mujeres o hay muy pocas. Ahora han emergido, pero hay que ver su suerte. Siempre le resulta más difícil hacer política a las mujeres. La colocación de las desigualdades de género y la lucha por la diversidad fueron características de Casa Grande. Lo otro característico fue su pelea contra el poder instituido en el FA, que en su momento era Tabaré Vázquez. Luego las candidaturas múltiples fueron más comunes y a todas se les dio plata, pero cuando yo disputé con Tabaré era una candidatura de primera y otra de segunda; no había equivalencia.

Luego creo que el tema del ambientalismo es fuerte en Casa Grande y también es parte de las nuevas sensibilidades, que no necesariamente las expresan las generaciones más viejas. Creo que el tema derechos humanos le es caro a nuestro sector, y la cuestión con los militares también: la lucha contra el poder político y económico de la corporación militar es otro distintivo. ¡Y que tiene jóvenes!

En el plano regional, ¿cómo analizás las idas y vueltas de procesos de izquierda y de derecha que van marcando el rumbo del continente?

-Creo que la era Trump ayudó a galvanizar a todas las derechas: las neoliberales y las golpistas. Les dio aire, propósito, estructura y dinero. La política norteamericana genera una influencia muy determinante en América Latina. La llegada de (Joe) Biden le da un afloje a la política estadounidense y conquista algunas áreas de libertad en relación a la política republicana, pero los efectos sobre América Latina continúan. Donde amenaza con ganar la izquierda, la derecha la embarra.

Ahora, también es cierto que hay gobiernos de izquierda que merecen nuestro franco repudio, como lo que hace (Daniel) Ortega en Nicaragua. Nosotros en nuestro propio campo tenemos problemas, la derecha no tiene ningún problema: actúan en bloque económicamente, a través de los organismos multilaterales y ni que hablar sobre los convenios de defensa y seguridad nacional que aseguran la posición dominante de Estados Unidos.

Para terminar, ¿qué papel te ves jugando en la política nacional en el futuro?

-Qué pregunta… Primero me veo defendiendo siempre a la izquierda, y nunca avergonzándome de ser de izquierda. Permaneceré así, firme hasta el fin, defendiendo esas ideas: llamale socialismo, feminismo, izquierda antipatriarcal, anticapitalista o ambientalista. Me veo ahí, en esa izquierda del siglo XXI, defendiéndola con mis ideas, mis palabras, mis convicciones y mi honestidad intelectual; no defiendo nada en lo que no crea. Ocupar esa posición, de decir lo que uno cree, es un honor. Moriré defendiendo el lugar de las mujeres en política y la inteligencia de las feministas de izquierda. Mi rol siempre será ese cruce difícil entre el pensamiento y la acción, el de intelectual política en la que he devenido.

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