“Ya empecé a llorar”, dice a Sala de Redacción Marta, mamá adoptiva de Josefina, mientras sus ojos se ponen vidriosos y agarra una servilleta de papel para limpiarse las lágrimas. “La vistieron con lo que tenían; una ropita que le quedaba chiquita”, cuenta sobre el día en que les entregaron a su hija en el Hospital Pereira Rossell. “Nos regalaron dos biberones de vidrio de los que usan en el hospital, ya con la leche pronta, y la nurse nos dijo: ‘Les voy a dar esto ya preparado, porque cuando caigan en la realidad de lo que les está pasando, ¡no van a tener ni idea de cómo aprontar la mema!’”. 

El proceso de adopción es como un cubo Rubik. Hay muchas piezas que tienen que moverse y encajar para que la adopción pueda darse de forma ordenada y efectiva. Una de las etapas más largas y criticadas por la Asociación de Padres Adoptantes del Uruguay (APAU) es la medida del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU), que luego de intervenir en una situación de vulneración del niño, apunta a que su mejor destino sea volver a la familia de origen. Para este propósito, se trabaja con las familias para intentar solucionar los problemas existentes: económicos, de violencia o de consumo problemático de drogas.

Blanco: el destino de los niños y las niñas

“En el primer juicio, que es el de la pérdida de la patria potestad, el sistema agota todas las instancias posibles para contactar a la familia de origen del niño y ver si hay alguien que se pueda hacer cargo”, explica Marta. A su vez, cuenta que “hay un temor constante” de tener que “luchar” por la tenencia del niño o niña, a pesar de que ya estén integrados en el nuevo núcleo familiar. “Hay una cosa que se maneja a nivel popular: si pasas el primer año y no aparece nadie, te tranquilizas. Pero en realidad no es así. Hasta que no termina el primer juicio, vivís con ese miedo”, afirma.

Pero esto lleva meses y mientras tanto están los niños y las niñas: son retirados de sus familias de origen tras una denuncia o conocimiento por parte de las autoridades de una situación de vulneración de sus derechos. Por ley, el menor debe ser reubicado en un hogar en menos de 24 horas, y queda en manos de un juez la decisión de a dónde será trasladado. Las opciones son tres: la primera es dar con un pariente cercano; si esto no es posible, que sea dado en tenencia provisoria a padres que estén dentro del Registro Único de Aspirantes (RUA) o a una “Familia Amiga” (plan perteneciente al INAU). En última instancia, alojarlo en un hogar del INAU.

Verde: los padres y madres adoptantes

Por otro lado están las personas que deciden ser padres por la vía de la adopción, con todo lo que eso conlleva: piden la primera entrevista en el INAU a través de la web, completan formularios y entregan papeleo de todo tipo, cursan los talleres obligatorios de evaluación y sortean obstáculos burocráticos y emocionales hasta ser aceptados -o no- en el RUA. Muchas veces, tienen años de espera y silencios entre una etapa y la otra.

“En la primera espera, que para nosotros fueron 15 meses, no sabes nada de nada”, cuenta Marta, quien en ese proceso, llamó una vez al Departamento de Adopciones del INAU para saber en qué estado estaba su solicitud pero no obtuvo respuesta. Una vez que los padres adoptantes ingresan al RUA, deben esperar a que les sea asignado un niño o niña y esto puede tardar meses o incluso años, ya que no cualquier niño o niña es para cualquier familia. Para tomar esta decisión, durante las entrevistas los interesados en adoptar deben especificar a los funcionarios o funcionarias del INAU qué niño o niña quieren.

Yolanda es madre adoptiva de Micaela. Hace una pausa, respira profundo y explica la instancia de elección: preguntan si el niño o niña puede estar en situación de discapacidad intelectual o física, el rango de edad, raza, género, y en caso de haber hermanos, explicitan que deben ser adoptados en conjunto. “Es horrible, ellas mismas te dicen que no tienen otro modo de preguntarlo ni saberlo, te piden que no te sientas mal si dices que quieres un niño o niña sana”, manifiesta.

Familias Articuladas
Seamos es una ONG que fue liderada por la psicóloga Gabriela Bazzano, actual directora de la Secretaría Nacional de Cuidados y del Programa Nacional de Discapacidad. En los últimos días, la Unión de Trabajadores y Trabajadoras del Ministerio de Desarrollo Social le exigió al presidente de la República, Luis Lacalle Pou, la “inmediata remoción de Bazzano”. El Frente Amplio y la Red Pro cuidados también pidieron su renuncia.
Las manifestaciones se desencadenaron luego de que La Diaria publicara que Seamos, mediante su programa Familias Articuladas, entregaba la tenencia de niños y niñas de padres con discapacidad intelectual a otras familias. De esta manera, los padres biológicos no pierden la patria potestad y mantienen, en teoría, el contacto con sus hijos.
Durante estos procesos de adopción no participó ningún equipo de INAU, aunque sí los Juzgados de Familia, según explica el comunicado publicado por el Ministerio de Desarrollo Social el 8 de diciembre. Expresa, además, que el caso de Bazzano fue investigado por la justicia uruguaya y la Organización Internacional de Policía Criminal, pero que la causa fue cerrada tras no encontrar actuaciones ilícitas por parte de la jerarca. Aún así, solicitaron la reapertura de la investigación para “esclarecer cualquier duda y así obrar con la máxima transparencia”.
En diálogo con Radio Carve, Pablo Abdala, actual director del INAU, reconoció que la institución estuvo siempre al tanto del funcionamiento del programa Familias Articuladas, pero que no intervinieron porque “no les correspondía”, ya que esos niños “no estaban institucionalizados”. Asimismo, aseguró que “no se está frente a casos de ‘adopciones express’ o cosa que se le parezca”. Este jueves, el ministro de Desarrollo Social, Pablo Bartol, se reunió con Lacalle Pou, y a la salida manifestó el respaldo a Bazzano y dijo que “no hay ningún elemento para separarla del cargo”. El miércoles, la jerarca fue entrevistada en Desayunos Informales y contó que Lacalle Pou la llamó todos estos días.

Azul: los juicios

Después del primer juicio de tenencia provisoria, si se decreta la adoptabilidad del o la menor, tienen lugar dos juicios más; el de separación definitiva y el de adopción plena.

“La parte del juicio es de lo más tediosa”, dice Yolanda. Los padres adoptivos deben pagar tres abogados: el del niño o niña -designado por el juzgado-, el de la familia biológica y el propio. “Me parece lo más injusto que puede haber”, expresa con indignación la madre adoptiva de Micaela. “¿Entendés? Es totalmente descabellado. Cuando me dijeron que tenía que hacerme cargo de todo eso me quería morir”, agrega.

Yolanda se inscribió en el INAU en 2012 y hasta el momento sigue esperando que le den fecha para tener el juicio de adopción plena, el último. Después de este juicio Micaela finalmente obtendrá el apellido de su madre adoptiva: “Mi nena ya tiene cuatro años y medio, hace tres años y medio está conmigo, es una vergüenza”. Muchas veces, los padres y madres -como Yolanda- piden a las instituciones a las que asiste el niño o niña que los llamen por el apellido de su familia adoptiva, a pesar de que formalmente aún no lo tengan.

Sin embargo, los niños y niñas adoptadas deben mantener como segundo apellido el de su madre biológica y su primer nombre no puede cambiarse. Al momento de presentarles las historias de posibles niños y niñas a los padres y madres adoptantes, no se les muestran fotos ni se les dice el nombre del o la menor para que estos factores no condicionen la decisión de adoptar o no.

Marta cuenta de forma anecdótica el momento en que les presentaron la historia de quien finalmente iba a ser su hija. “Durante todo el proceso teníamos un tema con los nombres. Como la asistente social tenía presente mi preocupación, me preguntó: ‘¿Y, Martita, no me vas a preguntar el nombre de la bebé?’. Entonces me dijo que se llamaba Josefina y lo amé desde un principio. Además es su nombre, es tal cual”.

En el caso de Marta, el proceso está en el juicio de separación definitiva. En 2013 se anotaron junto con Marcos, su esposo; “nos agarró todo este tema de la feria judicial, pero nosotros empezamos el proceso ni bien nos dieron a Jose en febrero de 2018, así que ya vamos dos años y fracción”, cuenta con tono resignado, mientras unta queso crema en una tostada.

Cambios en el Código de la Niñez y la Adolescencia

El artículo 401 de la Ley de Urgente Consideración (LUC), aprobada este año, sustituye el artículo 142 del Código de la Niñez y la Adolescencia y aporta al juez la posibilidad de unificar los juicios de separación definitiva y adopción plena. Esta práctica ya es realizada por algunos jueces en determinadas circunstancias. Ahora forma parte de la normativa, pero como medida opcional y no obligatoria. Durante la discusión de la LUC, APAU manifestó la importancia de que sea obligatoria, ya que de esta manera las familias adoptantes ahorran dinero y tiempo, sobre todo quienes viven en el Interior, que tienen que viajar a Montevideo para inscribirse, tener los talleres, las devoluciones y hacer todos los trámites de adopción.

El dinero que cuestan los juicios y el tiempo que llevan son los aspectos más criticados del sistema de adopciones. Para Yolanda los primeros dos juicios son “totalmente ridículos”, puntualmente en los casos en que el niño o niña “está institucionalizado más de un año sin recibir visitas. En estos casos la familia biológica debería perder automáticamente la patria potestad”, dice firme. Es una mujer fuerte y se nota aún detrás de la pantalla. Durante la entrevista, realizada vía Zoom, también lleva a cabo los quehaceres de la casa. “Una adopción te cuesta por encima de los 100 mil pesos si vivis en Montevideo. ¡Es como si estuviera comprando a mi hija! ¿Vos la abandonas y yo te la estoy comprando? Está muy mal la ley ahí”, expresa.

En la sesión de la comisión especial para el estudio de la LUC del 19 de junio, el ministro del Tribunal de Apelaciones, Eduardo Cavalli, explicó que están desbordados de trabajo y que “esta modificación de artículos no va a mejorar en nada la situación de los niños”. “Consideramos que sería mucho más beneficioso que se estudiara la modificación de todo el sistema integral de adopciones”, concluyó.

Además, tanto Cavalli como Aurora Reolón, vocera del RUA, están de acuerdo en que el momento “cuello de botella” del sistema es el primer juicio: “La separación provisional de la familia de origen tiene muchísimas demoras. Si bien la ley actual ha tratado de reducirlas, en la práctica no se ha logrado”, declaró Reolón.

Amarillo: los talleres

Marta es una mujer sonriente. Sin dudas esa es su mayor característica; tiene marcas de expresión en los cachetes que lo confirman. Lleva el pelo castaño atado con un moño sencillo y un buzo liso de hilo. Mientras merienda, explica la dinámica de los talleres para lograr ingresar al RUA: cuatro charlas con asistentes sociales, psicólogos y otras familias. Se habla sobre el proceso y sus etapas, la parte legal, y se realizan ejercicios.

“Una de las tareas que nos mandaron fue hacer un cuento desde la perspectiva del niño adoptado: pensar qué cosas sentiría o se plantearía. En otro taller nos pidieron que hiciéramos una manualidad que nos representara a nosotros como familia integradora. Ese trabajo nos los devolvieron y nos pidieron que lo guardáramos para cuando estos niños crezcan y pregunten sobre su origen”, agrega. Luego de esos talleres, los técnicos realizan la evaluación y les comunican a las familias si están habilitados o no para ingresar al RUA.

De ser afirmativa la respuesta, un trabajador social y un psicólogo visitan el hogar de los padres y les realizan entrevistas; luego se vuelve a la espera. “Las esperas, siempre las esperas”, comenta con tono hastiado Marta, y es recién allí cuando se le trasluce un poco de cansancio en la voz.

Las experiencias de Marta y Yolanda son diferentes desde el principio. Marta hace el proceso de adopción acompañada de su pareja y Yolanda la hace sola. Su carpeta está rotulada como “monoparental”. “Los talleres te hacen entrar en la vorágine de pensar en lo que va a ser tu vida después. Antes se hacían monoparentales por un lado y las parejas por otro, pero cuando yo empecé se mezclaban, y este cambio fue muy rico porque las experiencias de todos son muy diferentes”, explica Yolanda.

Casi cinco años después de haberse anotado al proceso de adopción, en agosto de 2017 la llamaron para avisarle que había ingresado al RUA y le hicieron una devolución. A partir de ahí, comenzó un proceso de seis talleres obligatorios, de cuatro horas cada uno y una vez o dos por semana. “Están muy lindos y son muy buenos, te enseñan a ver al niño de diferentes formas, las reacciones de los adultos y de los niños a distintos estímulos”, cuenta.

Rojo: cambios y trabas

Luego de hacer los talleres, si el núcleo familiar cambia se les impide ingresar al RUA. Este fue el caso de la madre de Julia, Natalia. A cuatro años de su inscripción, luego de hacer los talleres y solo faltando la etapa de las duplas para entrar al RUA, comenzó a salir con alguien con quien pensaba convivir y lo notificó al INAU. Allí le dijeron que “no podía seguir con el proceso así, porque lo había empezado como ‘monoparental’, entonces tenía que estar dos años en pareja y después empezar de cero; anotarme como adopción en pareja y no como monoparental”, cuenta.

Julia, una bebé peinada con dos colitas y pantaloncito abultado por el pañal, se mueve inquieta en los brazos de su madre. Detrás de ellas se ve un pizarrón y algunos afiches colgados, es profesora de matemática y debido a la pandemia da clases por Zoom.

“Y así se me iba como a seis años más. Y no lo hice. Fue todo un caos, caí en un pozo depresivo. Siempre fue mi idea ser madre, pero no puedo quedar embarazada porque tengo endometriosis severa. Por eso había iniciado el proceso de adopción. Y de estar a teóricamente un año de poder tener a mi hijo, pasé a tener que esperar por lo menos seis años más… opté por abandonar el proceso, y adopté un embrión por el Fondo Nacional de Recursos”, narra Natalia.

Yolanda hizo el proceso de adopción sola, pero poco después de que le entregaron a Micaela se puso en pareja. Al respecto de la alteración del proceso a causa de los cambios en el núcleo familiar, Yolanda considera que “es un atraso”; “Cuando vos sos una mujer joven, empezaste un trámite sola por equis motivo, pero a la mitad del proceso -que es muy extenso- se te presenta la posibilidad de tener una pareja (se encoge de hombros), bueno, entonces que lo empiecen a evaluar a él. Pero que no me echen todo para atrás a mí”.

Por otro lado, explica que durante el primer año que la familia adoptante está con el o la menor, se le hace un seguimiento con un asistente social y un psicólogo. “En una de las últimas conversaciones blanqueé que estaba en pareja para no tener problemas. Me dijeron que lo querían conocer, vinieron a casa y lo conocieron”, dice. Micaela ya lo reconocía en las fotos como “papá”. Yolanda narra que una vez que lo conocieron “se llevaron una buena impresión y para ellas fue algo muy positivo lo de nuestra relación. Pero al principio lo mantuvimos con discreción, por miedo a que me echaran todo para atrás, cosa que yo no estaba dispuesta a que sucediera”.

Naranja: los orígenes

Micaela, Josefina y Julia tienen, sin conocerse, algo en común. La historia de su origen no es la promedio. Si bien Julia nació de “la panza de mamá”, fue un embrión seleccionado e implantado.

Según el artículo 160 de la Ley 18.590 del Código de la Niñez y la Adolescencia, “todo adoptado o adoptada tiene derecho a conocer su condición de tal, a la más temprana edad, dentro de lo que sea aconsejado a los padres según el caso concreto”. En la página web del INAU se explica que luego de los 15 años los adolescentes tienen derecho a pedir su expediente.

“Todos tenemos derecho a nuestra historia personal, y en algún momento de tu vida con mayor o menor grado vas a querer saber de dónde viniste. Lo vas a ejercer cuando quieras y cuando puedas, y eso es algo que en este proceso también asumimos: nosotros somos sus padres, a todos sus efectos. Pero su derecho a ver su origen y su historia va a estar siempre”, afirma Marta.

En cuanto a Micaela, hay un factor sobre su origen que es peculiar y complejo: es melliza. Su hermano tiene esclerosis tubaria y eso impide que sea dado en adopción. Por ende, Yolanda pudo adoptar a Micaela individualmente. Esto es una excepción a la regla, ya que los hermanos no pueden ser separados, según el artículo 133.2 de la ley 18.590 del Código de la Niñez y la Adolescencia. En este caso, el juez no emitió una orden para que tuvieran que mantener contacto con el niño; sin embargo, Yolanda continúa el diálogo con el hogar donde se encontraban los hermanos, para saber de él.

Según ha sabido, el hermano de Micaela será trasladado al Cottolengo Don Orione. Consultada sobre si piensa contarle que tiene un hermano, Yolanda responde: “Sí y no, porque me da miedo contárselo y que ella después no lo pueda ver. ¿Y cómo le explico yo esa situación? Es muy chiquita para entender todos los conceptos. ¿Y si lo conoce y se le muere enseguida por su condición? ¿Cómo le saco yo ese dolor?”. 

Para el cuarto cumpleaños de Micaela, Yolanda le hizo un álbum con las fotos que el INAU de Minas le dio cuando fue a retirarla. “Ella es muy chiquita y todavía no tiene interés en saber. El álbum va a estar ahí para que tenga de recuerdo y para que cuando quiera preguntar y saber sobre su pasado, tenga todas las fotitos ahí y no se pierdan”, reflexiona Yolanda con la mirada llena de amor.

Meseta de Artigas, Paysandú. Foto: Macarena Pereyra.

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