Una flauta traversa comienza a entonar, bajito, Bella Ciao, ícono sonoro de la resistencia antifascista, viralizado recientemente por su incorporación dentro de una serie de consumo masivo. La música pasa desapercibida hasta que una mano acerca un micrófono para amplificarla improvisadamente: la melodía comienza a retumbar y se hace eco entre los transeúntes, que observan -y oyen- la situación con sorpresa. Un 192 con destino a Manga hace sonar su bocina al ritmo de la canción y los manifestantes responden exigiendo un poco más sus cuerdas vocales, en un italiano interpretado con la mejor de las intenciones. Pasan las tres de la tarde en 18 de Julio y Gaboto, y la Asociación de Estudiantes Universitarios de Artes (AEUA), corta intermitentemente la avenida con un pasacalles que afirma: “No nos da lo mismo”. 

Es martes 27 de setiembre. La fachada del edificio en el que todavía se puede leer Lycée Français, amaneció intervenida por múltiples expresiones de resistencia. “Devuélvanle el futuro a los soñadores”, exige poéticamente uno de los carteles que colgó la comunidad de la Facultad de Artes de la Universidad de la República. Desde la tardecita del lunes 26, allí transcurre una de las múltiples ocupaciones de centros educativos. Tiene sus peculiaridades: ocurre en un terreno fértil que nutre, y nutrirá, diversas expresiones del entramado cultural del país. Esto se traduce en las formas de lucha empuñadas por los colectivos gremiales de esa facultad.

Lectura de proclama durante la ocupación de la Facultad de Artes, el martes 27 de setiembre. Foto: Manuel Ulfe / Sala de Redacción.

Alguien alza su voz en la explanada del edificio para leer una proclama. El texto está impreso en una suerte de pergamino enrollado, casi sin fin. “¿Qué sentido tienen las artes en la Udelar?”, interroga, provocativamente. “Vení, mirá, mirá cómo hacemos”, contesta la proclama, y materializa una voz colectiva que no sólo se dirige a los vecinos del barrio y a los que pasan por la calle en ese momento, sino a la sociedad toda. “Transformamos, interpretamos, traspasamos los códigos para decir con otrxs. Nos despojamos para regenerarnos, compartirnos, enraizar comunidad. ¡Que no nos roben el sentido!”, reclama el texto, escrito colectivamente durante la noche del lunes.

La Asociación de Estudiantes Universitarios de Artes corta intermitentemente 18 de Julio, el martes 27 de setiembre. Foto: Manuel Ulfe / Sala de Redacción.

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La cocina está montada en un salón luminoso de piso de parquet añejado que no brilla desde hace tiempo. A las dos y media de la tarde, cinco estudiantes calientan las últimas porciones para el almuerzo entre las paredes húmedas de la habitación.

—¿Quedó un poquito de guiso? Es para una niña, —pregunta una docente que participa en la ocupación junto con su hija. 

—¡Sí, todavía hay! —responde Nandí, estudiante de la Licenciatura en Danza.

La medida de ocupación fue tomada en el marco de la Intergremial de la Facultad que nuclea a estudiantes, docentes y funcionarios: “Si bien había tremenda energía para ocupar, estaba todo muy incierto, hasta el momento de la asamblea no sabíamos qué iba a pasar”, cuenta la integrante de la comisión Cocina. De a poco se arma una pequeña ronda, un diálogo al que todos aportan detalles que reconstruyen aquella decisión. 

—Fue como una seguidilla, porque tuvimos la asamblea intergremial a las 17:30 y duró hasta las 19:30 —dice Inti.

—¡Hasta las 20:00! —le retruca otro integrante de la comisión. 

—Eso —se corrige—, y ahí tuvimos que empezar a preparar todo porque ya estábamos ocupando, —concluye el primero, estudiante de la Licenciatura en Escultura y Volumen en el Espacio.

Las hornallas se apagan. 

Cocina de la ocupación de la Facultad de Artes, el martes 27 de setiembre. Foto: Manuel Ulfe / Sala de Redacción.

La Facultad de Artes nació en setiembre de 2021, cuando el Consejo Directivo Central de la Udelar aprobó su consolidación. Surgió de la integración del ex Instituto Escuela Nacional de Bellas Artes (IENBA) y la ex Escuela Universitaria de Música (EUM), e incorporó a la Licenciatura en Danza. “Necesitábamos una instancia de participación estudiantil más allá de todos los órdenes. Necesitábamos conocernos entre los tres institutos”, afirma Nandí. Actualmente, la facultad ofrece carreras en música, artes visuales y plásticas y danza. “Se notó que había tremendas ganas de integración. Porque ahora somos una Facultad de Artes, pero siempre estuvimos medio segmentados entre las licenciaturas. Falta construir nexos y que realmente se integren todas las disciplinas”, explica Inti.

Ariluz entró a la facultad este año, está en primero de la Licenciatura de Artes Plásticas y Visuales y nunca había participado en una asamblea gremial. “Me daba un poco de miedo ocupar porque no conocía a nadie, pero ayer dije ‘quiero venir, quiero enterarme’. Entonces me acerqué a una compañera que me invitó a la comisión Cocina, donde empezamos a hacer cosas y me sentí súper acompañada. Es un ambiente muy cálido. Fue un recibimiento muy lindo”, valora. El contexto de lucha ante los recortes económicos a la Udelar y el rechazo del movimiento estudiantil a la reforma educativa impulsada por el gobierno, propicia el fortalecimiento de las distintas organizaciones y herramientas de participación. “Todo esto, la reforma y el presupuesto, está haciendo que nos pongamos a participar. Ahora hubo mucha actividad y siento que pila de gente se está acercando. Antes no era tan así”, reflexiona Nandí.

Patio interno de la Facultad de Artes. Martes 27 de setiembre. Foto: Manuel Ulfe / Sala de Redacción.

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En el hall de la entrada hay un escritorio donde trabaja la comisión Seguridad, ante la cual se acreditan las personas que ingresan al edificio. A la izquierda de la puerta principal se encuentra el espacio de cuidados para las infancias. Allí juegan dos niñas en una alfombra junto a un par de adultos. En otro rincón del hall descansan instrumentos y otros materiales: guitarras, amplificadores, elementos de percusión, pinturas y pinceles.

—Buenas, vengo a hacer una invitación. Ahora vamos a estar haciendo una práctica de movimiento, tranqui, en el patio —propone un estudiante convocando a la siguiente actividad de la ocupación.  

—No es sólo para gente de danza, es para todes —aclara, haciendo manifiesto su deseo de incluir.

Un grupo de aproximadamente 50 personas fluye hacia uno de los patios internos del edificio. La mayor parte del entorno está intervenido con obras visuales, lo que colorea las paredes del lugar a cielo abierto, que ascienden cuatro pisos. Una canción empieza a sonar. Los pies —algunos incluso descalzos— apisonan el áspero suelo que recuerda al de cualquier patio escolar. Cada par de pies lo hace a su modo: algunos lento y al ras del suelo y otros con la velocidad de los saltos. La consigna es una sola: encontrar y despertar el fuego interno. “¿Cómo está ese fuego?”, pregunta la tallerista. El sistema de bluetooth comienza a fallar y la música se corta. La red humana busca ahora el pulso conjunto desde el silencio. 

Ocupación de la Facultad de Artes, el martes 27 de setiembre. Foto: Manuel Ulfe / Sala de Redacción.

Una hora más tarde, el patio cobija un diálogo sobre el cogobierno universitario entre estudiantes y representantes de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU). El intercambio se da en una ronda, que posibilita el ida y vuelta entre los más nuevos y las más experimentadas en la militancia estudiantil. “La forma más amena de construir cogobierno es encontrarnos”, sintetiza Mariana, de la Licenciatura en Artes, y condensa en una frase el espíritu del taller y de la medida de ocupación toda. 

“Los mundos de las artes se abren al buen vivir, al calor del canto en el tiempo, del sentido de las manos en el ofrecimiento de expresiones populares, públicas, libres y compartidas, alimentos del espíritu colectivo”, concluye la proclama comunitaria de la Facultad de Artes. Una vecina se queda para escucharla hasta el final. Cuando termina aplaude con fuerza desde la vereda.

—Me alegra porque es vida: están defendiendo sus derechos. Es un momento muy difícil, espero que con todo esto se logre algo mejor —dice María, de 68 años.

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