Tataypy pertenece a la lengua guaraní y se traduce al castellano como “fogón” o “cocina”. De esa forma, la palabra apela al centro de gravedad del terreno doméstico, donde cobran sentido las tradiciones, la identidad y, sobre todo, la hospitalidad entre los miembros del clan. Desde tiempos inmemoriales, las cocinas construyen el encuentro y los sentidos toman ahí formas y significados que se graban por mucho tiempo en la memoria: un plato de comida está hecho por alguien y para alguien. Con esta inspiración en mente y como resolución de una asamblea de niños, Tataypy dio nombre a un proyecto que hoy funciona como centro de acogida para niños desvinculados de sus familias de origen y que es de tiempo completo.

El centro comenzó a funcionar en 2017 en la calle Capurro del barrio Prado de Montevideo, para establecerse definitivamente en una casona de la avenida Agraciada un año después. Es uno de los casi 80 programas del Sistema de Protección Integral 24 horas que ofician bajo la tutela del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU). Este plan aloja a 19 niños de entre seis y 13 años con hermanos ingresados al sistema, en su mayoría porque sus padres están en situación de calle.

Lourdes Falcón, directora del proyecto, contó que “la particularidad de Tataypy es que no se agota en la labor diaria de cuidado, sino que se centra en contribuir al desarrollo del niño en conjunto con las familias”. El objetivo final no es que residan indefinidamente bajo el amparo de INAU, sino poder alcanzar la reinserción al núcleo familiar en el corto o mediano plazo y lograr lo que llama “egreso sustentable”. Para ello entienden necesario reconstruir las condiciones posibles de cara al retorno, lo que implica fortalecer a las familias en sus funciones de cuidado, crianza y desarrollo para que puedan ejercer como fuente de afecto en las transiciones vitales de los niños.

Punto de partida

El proyecto parte de entender al abandono del niño no como un hecho aislado, sino como elemento de un todo complejo como la situación de calle para el adulto. Partir de ello fue clave para el trabajo que se entabla en conjunto con la familia, porque comprenden que la reconstrucción familiar es posible en tanto el mundo adulto también pueda recuperarse.

El mecanismo de “puertas abiertas” posibilita a las familias transitar por el centro, involucrarse en la educación, en la salud y en la vida de sus hijos. En particular, se busca generar momentos para mantener la unidad, “para vernos, conversar, saber cómo estamos, qué nos pasó en estos días”, contó Falcón. El encuentro cotidiano genera lazos de entendimiento, intimidad y confianza entre el equipo técnico y las familias: “Ellos saben que cuentan con nosotros y con el apoyo del centro”, señaló la directora.

Desde el proyecto se entiende que cada familia es un caso singular y por ello se diseña una propuesta única que acompaña la internación. Por eso, el acercamiento de cada familia a la cotidianidad de las niñas y niños es distinto en cada caso. Algunos hacen la merienda, comen juntos, después levantan la mesa y trabajan mucho en la cocina. “Vienen las abuelas y hacen el almuerzo, o una torta, y los niños se sienten súper orgullosos de sus familias porque cocinan para todos. Genera algo re lindo cada vez que sucede”, relató Falcón. Al respecto, agregó que otros integrantes de las familias “ayudan a ordenar el cuarto, la ropa, o están más presentes en el desarrollo escolar, o involucrados en la salud”. La responsable del centro está convencida de que mantener ese diálogo permanente en el espacio doméstico renueva la cercanía afectiva y permite construir la narrativa familiar.

Desde la escucha y el afecto

Los centros de acogimiento están diseñados para atender las necesidades infantiles y adolescentes en varios planos. Se trata de que los niños en contexto residencial alcancen ciertos niveles de autonomía, adaptación y participación en la sociedad, de la misma forma que aquellos que viven con sus familias. De ahí las complejidades que conlleva “suplir” a la familia como marco de referencia primario de desarrollo. Por lo tanto, los educadores, técnicos y directores de los centros juegan un papel importantísimo. 

Para Marlene Rivero, coordinadora del centro, en Tataypy hay un compromiso inmenso del equipo de trabajo. Según contó, “todos los integrantes están muy involucrados” con la tarea para volver la estadía lo más amena posible. En este sentido, la relación afectiva es vista por los propios educadores como un elemento clave en la satisfacción de las necesidades infantiles. “Ellos necesitan saber que cuentan con nosotros y los acompañamos desde la escucha y el afecto en todo lo que podamos”, aseguró la coordinadora. 

El centro también busca integrar a las niñas, niños y adolescentes en la sociedad y en el territorio. “Tataypy intenta abrir la mayor cantidad de oportunidades para que los niños conozcan un abanico cada vez más amplio de posibilidades”, dijo Falcón. Como rutina, nueve de los niños practican taekwondo tres veces por semana. Algunos otros juegan fútbol en el club barrial y las adolescentes bailan zumba cada semana. La participación en los diferentes espacios deportivos, recreativos y culturales son una apuesta importante del centro.

Hasta hace unos meses, el proyecto Huerta orgánica urbana Tataypy reunía cada dos días a los niños alrededor de la tierra con el objetivo de aproximarse al espacio. Los “Guardianes de la semilla”, nombre que adquirió el club de niños dedicados a la tierra, son un ejemplo de las herramientas educativas transversales a las que se apuesta. Se trata de un espacio de encuentro cooperativo que puso en acción la reflexión sobre el acceso a la alimentación saludable, la cosecha, el reciclaje de desechos orgánicos, el cuidado del medio ambiente y la autogestión. El taller permitió abrir el diálogo entre el centro y otros proyectos externos, como la huerta familiar del “Proyecto Botijas” en el barrio Tres Ombúes, o la huerta comunitaria de la Cooperativa Cultural Capurro. Incluso, el año pasado, los “Guardianes de la Semilla” compartieron sus conocimientos en procesos de vermicompost, o humus de lombriz, en la Feria de Clubes de Ciencia de Montevideo realizada en la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República.

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