La inquietud por escribir la acompañó siempre: cuando la rechazaron de las editoriales, cuando estudió guion en la Escuela de Cine, y cuando trabajó en la revista Upss, que era para adolescentes y salía junto al diario El País. Las lectoras de 12 y 13 años volcaban sus preocupaciones en la sección de correo; a Cecilia Curbelo le sorprendió que la mayoría consultara por la separación de sus padres. Entre esas cartas se formó una voz, que luego bautizó como Camila: una adolescente que no sentía un suelo firme donde pararse y tenía mil dudas acerca de cómo sería su vida de ahí en adelante. 

A partir de esa voz surgió La decisión de Camila, libro que publicó en 2011, al que le siguieron otras 11 novelas dirigidas a un público juvenil. Con un lenguaje sencillo, todas tocan temas como la depresión, el duelo, la adicción a las drogas, pero también la primera menstruación, la amistad y el uso de las redes sociales. En 2019, Curbelo publicó Maju, ¡Pará de hablar!, su primer libro enfocado al público infantil, historia que retomó en Maju, ¡No sos el ombligo del mundo!, en 2021, y en Maju, ¡Mirá el relajo que armaste!, en 2022.

— Más allá de la separación de los padres, ¿hay algún otro elemento que te parecía que no podía faltar en la Decisión de Camila, al ser orientada para un público adolescente?

—La traición de su mejor amiga. Me pasó a mí a esa edad y me marcó muchísimo. Confiás al máximo en alguien y se da vuelta: es tu primera decepción sobre el ser humano. A la larga, entendés que no reaccionamos de la misma manera y no por eso sos malo o bueno, hay muchos matices. Pero en ese momento ves la vida en blanco y negro, y no podía obviar eso en La decisión de Camila.

— En los libros de la serie Decisiones se le plantean dos caminos al lector y, según lo que elija, se encuentra con finales distintos, como en los libros de Viví tu propia aventura. ¿Por qué se te ocurrió usar este recurso?

—Amaba los libros de Viví tu propia aventura porque me hacían viajar a todos lados y podía elegir qué hacer, si salir por la puerta o saltar por la ventana. Cuando escribí La decisión de Camila veía que estaban los celulares y había un montón de distracciones. ¿Cómo hacer para llevarlos al papel, a la lectura? Y a la lectura como algo lúdico y placentero. Muchos chiquilines se acercan a la lectura por obligación, porque está en la currícula. ¿Cómo los convenzo de que en las páginas hay un mundo y de que el mundo, en realidad, está dentro tuyo? Mezclás lo que estás leyendo y lo que sos, y transformás ese espacio en un universo paralelo al de tu día a día. Así que elegí ponerle movimiento, para que no vean el libro como algo estático. 

— ¿A vos te gustaba leer de adolescente?

—Desde chiquita fue mi pasión absoluta. Tengo un hermano menor y compartimos habitación hasta la adolescencia. La queja constante de él era que no apagaba la luz para quedarme leyendo. Mis padres leen mucho y en casa había una biblioteca importante, pero con libros de adultos. Así que me devoré todos los libros que había en una edad que no debería haber leído esas cosas, pero era lo que estaba a mano. Eso me hizo ver el mundo de otra manera: era una nena chica consciente de problemas de adultos.

— ¿Leías algún género en específico?

—Todo lo que había. Mi padre tenía una colección de [el escritor australiano] Morris West, que era un embole, porque tenía que ver mucho con crímenes en el Vaticano. También leía los de [la escritora chilena] Isabel Allende, y a veces se mechaba algún libro para niños, que llegaba como regalo de cumpleaños. Me acuerdo patente de Saltoncito, de Paco Espínola, que lo amé, o los de Juana de Ibarbourou y Horacio Quiroga, que me volaban la cabeza.

— La literatura juvenil es un invento más bien reciente, pero si hubiera existido cuando vos eras chica, ¿hay algún tema que como lectora hubieras necesitado que se tocara?

—Todos los temas que trato en mis libros. Me hubiera venido genial un libro que hablara de bullying, porque lo sufrí en su momento, o uno que hablara de desórdenes alimenticios, porque lo pasó alguien muy cercano; de suicidio, de emigración, de amigos que te defraudan. 

— Estás en constante contacto con los lectores, ¿tenés alguna anécdota que te haya marcado?

—Un profesor de literatura de un liceo de Florida se contactó conmigo para contarme el impacto que uno de mis libros tuvo en una alumna. Aunque él no esté se trata de dos hermanos, Bruno y Guille: el padre de ellos fallece y Guille entra en el mundo de las drogas. A ella también se le había muerto su papá, y a raíz de eso había empezado con problemas de consumo. Faltaba al liceo, no salía de eso, y cuando leyó el libro se sintió identificada y le dio fuerza para buscar ayuda. Volvió al liceo, lo terminó, salió de las drogas y hoy está estudiando para ser profesora de literatura. Esas historias son indescriptibles.

— Todos estos temas que tocás, ya sea el consumo de drogas, la depresión, el suicidio, o los trastornos alimentarios, son muy sensibles. ¿Cómo hacés para encararlos?

—Investigo mucho, por eso es que me lleva tanto tiempo. Si tengo muchas dudas sobre cómo reaccionaría un personaje ante determinada situación, le pregunto a Alejandro de Barbieri, que es un amigo y un psicólogo muy conocido. En una de las novelas la protagonista tiene que ir a la cárcel para ver a su padre, yo nunca había ido a una cárcel como visitante, así que pedí permiso y fui a una que está cerca de Minas, y al final terminé dando charlas a los reclusos. Pero pasé por todo ese proceso de cómo te revisan, cómo te tocan, qué buscan. Aunque sea algo que aparezca en un párrafo puntual, tenés que documentarte bien, no podés escribir cualquier cosa. 

— ¿Tenés algún ritual para escribir?

—No, pero sí tengo 500 papeles arriba del escritorio, ¡qué nadie me los toque!. Cuando vienen mis sobrinos, que les gusta tocar todo, me pongo muy nerviosa. Soy desordenada, pero sé que es mi mundo. En eso tengo mi grado de histeriquismo. 

— Y más allá de eso, ¿dejás que fluya?

—Tengo que saber que tengo un mes por delante en el que puedo estar 15 horas por día sentada escribiendo. Si sé que mañana tengo que ir a una gira y voy a estar una semana afuera, no puedo detenerme a pensar en la historia. Cuando estoy en ese proceso me meto mucho en mi mundo y hasta me olvido de comer, entonces, mi esposo viene y me trae algo.

— Hoy trabajás como guionista en Bake Off, ¿qué diferencia hay entre el proceso creativo de hacer un guion y el de una novela?

—Es un mundo de diferencia. En la novela podés contar hasta los olores, las sensaciones, todo eso desaparece en un guion, porque lo estás mostrando a través de la imagen. Los guiones en realities son muy abiertos, porque tenés que dejar un espacio importante para lo espontáneo. Me divierte, me gusta mucho estar en la previa y en los rodajes. También estoy trabajando en los guiones de Ahora Caigo, que es un reality de preguntas y respuestas.

—¿Hay algún tipo de novela que te gustaría explorar y todavía no te animaste?

—Ahora estoy muy metida en la serie Tóxica, que va a salir en octubre. El primer libro trata sobre las amistades tóxicas: cuando una amiga absorbe a la otra al punto de que no se reconoce a sí misma, porque se visten igual, hablan igual, hacen lo mismo. Una anula a la otra. El siguiente libro, que está en proceso de escritura, se llama Familia Tóxica, y el tercero va a ser sobre el amor tóxico. 

—¿Pensaste escribir para un público juvenil más grande, por ejemplo, veinteañeros?

—Me están pidiendo un montón eso; los lectores me dicen que se los leyeron todos y ya crecieron. Creo que hay muchísimos autores escribiendo para ese público. No iría por ahí: hay que tocar mucho el tema sexual y no me sentiría cómoda. Es más, después de la serie Tóxica, no sé si voy a seguir escribiendo para adolescentes, capaz terminé con todo lo que tenía para contar. No tengo idea.

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