Hace varios años que la violencia se ha convertido en moneda corriente en el mundo del deporte. En un país en el que se venden más de un millón entradas por año para espectáculos deportivos -el fútbol y el básquetbol son los deportes más populares-, los enfrentamientos y las riñas entre los aficionados se han cobrado, al menos, una decena de vidas. En muchos de estos casos, la violencia ha traspasado los estadios.

La instalación de las barras bravas y el crecimiento de la “cultura del aguante” -término acuñado por sociólogos argentinos especializados en la conducta de las barras-, transformó a las tribunas en escenarios de múltiples enfrentamientos. Nació la disputa por el poder: ¿cuál es el club que tiene más aguante? Las tribunas no son el único escenario en el que se identifican estos hechos, y así lo reconoció, la Ley 17.951 de la Erradicación de la Violencia en el Deporte que, en 2006, estableció que también se deben considerar hechos de violencia aquellos comportamientos agresivos ocurridos en las inmediaciones de los estadios, y/o como consecuencia de los eventos deportivos. 

En Uruguay, el primer homicidio en manos de lo que hoy se conoce como “barras bravas” data de 1957, donde en un partido de la Segunda División en la que se enfrentaban Sud América y Progreso, los parciales gauchos -su tradicional rival- asesinaron a golpes a Carlos Gómez, un reconocido hincha de Sud América de 33 años. En ese período, era común que las parcialidades cambiaran de lugar con los hinchas rivales una vez finalizada la primera mitad del partido, tal como sucede con los jugadores en la cancha. Fue durante el transcurso de este cambio que se efectuó el homicidio de Gómez.

El caso de Diego Posadas (16), degollado en manos de hinchas de Peñarol en 1994, a escasos metros del Estadio Centenario; el de Daniel Tosquellas (31), asesinado en las inmediaciones del Parque Central dos años más tarde en manos de hinchas de Cerro; el homicidio de Héctor Da Cunha (35), ejecutado en la puerta del Hospital de Clínicas por hinchas de Peñarol en el 2006; o el caso de Rodrigo Núñez (15) y Rodrigo Barrios (17), hinchas de Aguada asesinados en 2009 tras un partido disputado entre Nacional y 25 de Agosto en el estadio aguatero, fueron tan solo el comienzo de una escalada de violencia que aumenta año tras año dentro de los espectáculos deportivos, al menos, desde la década de los 90.

Sin precedentes

La popularidad del Club Atlético Aguada es indiscutida. Con 100 años de historia, diez títulos en primera división y una eterna rivalidad contra su vecino, el Club Atlético Goes, el aguatero es reconocido como uno de los grandes del básquetbol uruguayo. Su popularidad, también viene de la mano de su hinchada, una de las más numerosas dentro del deporte nacional. 

En 2009, poco antes del comienzo de un partido entre 25 de Agosto y Nacional, -que se jugó en cancha de Aguada por razones de seguridad-, el club se vio envuelto en uno de los episodios más violentos en la historia del básquetbol. “Aguante 25 de Agosto y Peñarol”, se escuchó decir a un hincha de 25; “Aguante Aguada y Nacional”, respondió Rodrigo Núñez, mientras se retiraba del gimnasio del estadio aguatero. Lo que siguió fue una puñalada. Rodrigo tenía 15 años. Esa misma noche, y a pocas cuadras de lo sucedido, se oyeron disparos que provenían de una camioneta Fiorino blanca que circulaba hacía rato por el barrio. Una de las balas alcanzó a Rodrigo Barrios. Tenía 17 años y se encontraba camino al hospital para acompañar a Núñez.

Sala de Redacción habló con Hugo Rodríguez Almada -en aquel entonces presidente del club Aguada- sobre lo que significó el asesinato de Los Rodris” y sobre cuáles fueron los primeros pasos que se tuvieron que tomar. 

“Fue un gran desafío”, expresó el expresidente, luego de recordar que la primera acción que se tomó desde la directiva fue cerrar el club, y hacer la denuncia en la Policía y en la Federación Uruguaya de Basquetbol. Según explicó, su trabajo fue colaborar para canalizar el problema de una manera lo menos negativa posible, se intentó generar contención y reflexión. “Fue un hecho enormemente traumático, inesperado para la gente del barrio, en especial para los jóvenes, que estaban enojados, desesperados, y tenían razón”, manifestó. 

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Tanto Rodrigo Núñez como Rodrigo Barrios eran jóvenes muy cercanos al club, incluso pertenecían a las formativas. ¿Cómo fue el trabajo con sus compañeros?

Rodrigo Barrios era un chico muy querido en el club, en el barrio. Rodrigo Núñez también, incluso era el capitán de los cadetes. Un referente. Tuvimos que colocar diez psicólogos para procesar lo sucedido ante las formativas, ante las familias y ante la gente del barrio. Se armaron grupos, de niños, niñas, de jóvenes. Se generaron estrategias de intervención durante los diez días que el club estuvo cerrado. Todavía tengo dibujos guardados de las cosas que las niñas de Aguada escribieron en esos talleres.

¿Qué pasó con los demás clubes? ¿Se solidarizaron?

Desde la familia del básquetbol tuvimos una enorme solidaridad. En algunos casos, fueron cosas muy emotivas. A mí me vinieron a ver a la facultad [de Medicina, en donde es docente] los dirigentes de Atenas, con los que no nos podíamos ni ver. Después, Hebraica y Macabi, mandó a todas sus formativas a que fueran uniformadas con los equipos del club a una marcha que organizamos en el barrio. Incluso había gente de Goes que lloraba por los crímenes. El presidente del 25 de Agosto me llamó varias veces. Yo hubiese querido que se hubiera hecho cargo, digamos, que hubiera dicho: “Esto pasó y lo tenemos que arreglar”. Lo que intentó primero fue sacar la responsabilidad de su club y nosotros lo que teníamos eran dos velatorios de dos chiquilines. Pero fue una cosa muy sentida, no solo por ser políticamente correctos, y decir “lo lamentamos mucho”, sino que realmente lo sentimos como solidaridad. 

Consultado sobre el proceso de denuncia, el expresidente reconoció “no haber recibido una respuesta a la altura” por parte de la Federación Uruguaya de Básquetbol, sino más bien una “respuesta defensiva”. Según explicó, el operativo de seguridad no fue respetado porque no se colocaron las vallas que debían separar la Avenida San Martín de la calle Marmarajá e impedían la comunicación entre ellas. “Mintieron”, aseveró.

La intromisión de los barras bravas del fútbol en el mundo del básquetbol también fue un hecho clave en el homicidio de los dos jóvenes, explicó. “Había una barrita, se supone que de Peñarol, que, contrariamente al prejuicio que hay, no eran gente de clases sociales bajas”. El homicidio de Rodrigo Núñez tuvo como protagonista a un menor de edad, barra brava de Peñarol e integrante de “Los Feos”, conocida como una de las facciones más “pesadas” de la barra. El presunto autor es hijo de una pareja de abogados. “Tenían armas, tenían vehículos utilitarios. No tenían nada que ver con el prototipo de barra que usa gorrito y tiene tatuajes”, sentenció Rodríguez Almada.

Conocido como El Vladimir, el barra fue declarado por la jueza de Adolescentes María Teresa Larrosa como “autor responsable de una infracción de riña en espectáculo deportivo con resultado de muerte” por el homicidio de Rodrigo Núñez, en mayo de 2009. Las declaraciones del entonces menor de edad, dieron virajes durante el proceso judicial. Tras el testimonio de al menos seis indignados -y luego de que varios testigos allegados a Núñez hubieran sido amenazados para no declarar-, El Vladimir modificó su testimonio y alegó que se inculpó para cubrir a un mayor de edad, también integrante de “Los Feos”. Los cambios en su declaración llevaron a la Justicia a considerar que el menor no fue el autor material del homicidio, aunque sí constató su participación en la riña. Se le asignó libertad asistida durante 12 meses y se lo sometió a un programa socio educativo. Algunos meses más tarde, El Vladimir se volvió a ver enredado en polémicas al constatarse que no respetaba el régimen de libertad asistida, e incluso, se lo vio en el casino del Conrad y en partidos de Peñarol. 

Finalmente, fue un barra aurinegro apodado como El Tuerto -líder de “Los Feos”- el que fue calificado como autor de la puñalada que mató a Rodrigo Núñez. La fiscal Raquel González solicitó el procesamiento de El Tuerto al juez Penal de 2º Turno, Pedro Salazar, en calidad de “coautor de un delito de homicidio”, al constatarse que se encontraban en el vehículo desde el cual se disparó el arma que terminó con la vida de Rodrigo Barrios. Actualmente, El Vladimir aún asiste a espectáculos deportivos en los que debuta Peñarol, y participó del “triplazo” en una transmisión en vivo desde el gimnasio de Larre Borges en un partido disputado entre Peñarol y Malvín. En el caso de los otros indagados, continúan privados de libertad por otros delitos relacionados con la violencia en el deporte. 

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¿Qué decisiones te tocó tomar para impedir que el fenómeno de las barras creciera dentro del club?  

El básquetbol y el club juegan un rol importante en la identidad de los hinchas, especialmente en los jóvenes. Se trata de compartir un proyecto colectivo, de tener objetivos comunes, esperanzas en algo. Para nosotros, la política contra a violencia debería ser en primer lugar una política positiva, de inclusión. Ese discurso reaccionario de “los energúmenos de siempre”, nosotros no lo compramos. Apostamos a darle lugar y protagonismo a los jóvenes, a tal punto, que invité a los principales referentes de la Escuela Nacional de Bellas Artes para que les enseñara a hacer murales a la hinchada; no era que estuviera prohibido pintar las paredes, era que había que hacerlo bien. Nuestra política era absolutamente de inclusión. Y de inclusión sin demagogia. Hay límites que no se pueden pasar y el límite con la violencia, nosotros lo planteamos como una opción cero. No hay derecho a que ninguna persona sea muerta, reciba una herida, o pase un mal momento por ir al básquetbol. Todos tuvimos que hacernos responsables de eso. Sí a la pasión, sí al compromiso, sí a la adhesión al club, pero no a la violencia. No es que “los pibes son divinos, que hagan lo que quieran, que quemen todo”; es no estigmatizarlos.

¿Tuviste algún conflicto con la barra aguatera?

Sí, tuve. Yo les dije que mientras estuviera yo, no se les daba ninguna entrada, ¡pero ni una eh!, cero. Recuerdo que me decían: “pero no presi, nosotros somos de La Brava Muchachada”, y yo respondía “¿A vos te gusta Aguada? ¿Sos de Aguada? Bueno, hacé la cola, como hace toda esta gente. Ustedes son parte de la hinchada, la hinchada son todos esos que hacen cola. Tienen que ir a la boletería”. Esa la gané en su momento. También me tocó aplicar el derecho de admisión a un chico que era líder de una de las barras. Le había pegado a uno; después de lo que pasó con “Los Rodris”, ellos tenían unos códigos de que no se podía ir con camisetas de fútbol y en un partido con Malvín, fue uno con la camiseta de Peñarol. Pobre, ni sabía ese código, pero lo surtieron. A ese muchacho que lideraba esa barra, le prohibí entrar. Recuerdo que me pidió por favor que lo deje entrar, que era el cumpleaños de la novia, que pagaba en el siguiente partido. Pero le dije que no, y me respondió “yo quemo todo”, pero no quemo nada. 

Aguada es un club muy popular, con una afición grande, ¿cómo se vivieron los meses siguientes?

En su momento tomamos medidas concretas, alguna gente nos criticó, porque iban en contra de “lo que se hizo siempre” pero viéndolo a la distancia, creo que fueron muy importantes, medio simbólicas, pero ayudaron a ver las cosas de otra manera. Quisimos dar señales de que la lucha contra la violencia era en serio, pero no sólo para algunos: era para todos. Nos pareció que ayudamos a achicar esa percepción que atribuye la violencia a un solo grupo. A mí mismo me sirvió mucho.

Rodríguez Almada reconoció algunos momentos claves en materia de lucha contra la violencia dentro del club. Recordó la decisión que tomó luego de un “tole tole” que se armó en un partido de formativas en las que se enfrentaban ante el verdirrojo y que, incluso, le costó un reproche de uno de los padres de los adolescentes involucrados. “Ah bueno, lo que faltaba, ahora tenemos un presidente amor y paz”, le dijeron luego de que manifestara la decisión de suspender a los involucrados y prohibirles la entrada al club durante 30 días, por entender de que su actitud había puesto en riesgo a sus propios compañeros y al club. “Sí, exactamente, ahora tenés un presidente amor y paz. Están todos suspendidos”, le respondió.

En un episodio único hasta ahora”, según Rodríguez, le tocó aplicar el derecho de admisión a un reconocido dirigente de la institución luego de un incidente en un partido disputado contra Olimpia. Se lo sancionó durante tres partidos en los que no pudo ingresar a ver al club.

Otro momento clave refiere a una sanción económica que recibió el club. El estadio aguatero tiene varias tribunas, una de ellas está reservada para el sector “menos popular” de la parcialidad aguatera. Son hinchas que pagan más para obtener un lugar más privilegiado. Durante un partido, desde esa tribuna, la terna arbitral fue insultada -en palabras del expresidente- “de manera salvaje” , y el club fue sancionado. Al partido siguiente, Rodríguez Almada se dirigió a ese sector y les manifestó a los parciales que “iban a tener que hacer una vaquita” porque “el club no iba a pagar una multa por los insultos de ellos”. “¿Por qué te la agarras con nosotros y no con los energúmenos de enfrente?”, le reclamaron, en alusión a la tribuna más popular del estadio. “Porque los energúmenos fueron ustedes, no los de enfrente”, respondió.

Murió como vivió 

“El Gordo Washi del Skay presente” reza una bandera de La Banda del Parque de Nacional. Según algunos hinchas allegados -que prefirieron resguardar su identidad por temas de seguridad-, El Washi era conocido porque se la re bancaba”. Washington Oscar Simón era un barra brava de la facción “Los Pibes del Skay, y estuvo condenado varias veces por delitos vinculados al club Nacional. En 2016, fue procesado por el homicidio de Hernán Fiorito, un hincha de Peñarol baleado en los festejos del aniversario aurinegro en la ciudad de Santa Lucía. En otra ocasión, estuvo involucrado en un caso de falsificación de documento público -Washington integraba la lista negra de los eventos deportivos- que le costó ocho meses de reclusión en el Comcar. 

“Es un viaje, pero el Gordo siempre cortó para llevar. Eran mil y los corría, pero él nunca corrió”, recordaron sus compañeros de tribuna. El Washi “tenía un currículum de barra brava invicto” y, mientras lo comentaban a las risas, recordaban una anécdota en la que el barra le dio cinco tiros a un parcial aurinegro, pero este sobrevivió y luego lo fue a buscar “pero él siguió invicto, estaba re zarpado”, concluyeron. 

Según comentan los parciales tricolores, ellos son reconocidos por “hacer respetar los colores de la institución”. Consultados por el significado de esta afirmación, explicaron que se trata de “aguantar, la banda del Skay aguanta”. Además, comentaron que varios de ellos habían estado en riñas ocasionadas por “hacerse respetar y pegarle a los manyas” e incluso mostraron algunas de sus cicatrices “de guerra”. 

Washington Oscar Simón con su novia cuando se cruzó de frente con algunos hinchas “carboneros”. Era 5 de enero y en la avenida 8 de Octubre se celebraba la tradicional feria de Reyes. Los hinchas de Peñarol lo reconocieron y decidieron tomarse a golpes de puño. Luego de efectuar varios golpes, los hinchas se separaron y tomaron caminos distintos. A unas cuadras del incidente, El Washi se separó de su novia, y, luego de comunicarse con otro parcial tricolor, volvió a donde había ocurrido el incidente, en busca de revancha. Los parciales carboneros ya habían sido avisados de que El Washi buscaba la revancha. Se enfrentaron nuevamente pero esa vez, con armas blancas; algunos minutos después de iniciado el segundo enfrentamiento, uno de los hinchas de Peñarol tomó un revólver y baleó a Simón, que murió a los cinco días.

El ataque a Simón no cayó bien en la hinchada de Nacional. Poco después de la constatación de su estado de gravedad, un muchacho de 17 años que circulaba por las inmediaciones del barrio La Unión, recibió un balazo en la cabeza. Era Ignacio Galván e iba a hacer un mandado en bicicleta con una camiseta de Peñarol, cuando fue atacado por un hincha tricolor que, al constatar en el Casmu que la situación de El Washi era muy delicada, buscó vengarse. 

“Murió como vivió” sentenciaron los hinchas. “Robó banderas, se peleó con todos, se plantó. Y, además, tenía un fiambre arriba”, añadieron, en referencia al homicidio de Fiorito. Pero no todo fue tan fácil para el barra tricolor. “Su aguante” le había costado varios conflictos, incluso dentro de la tribuna, en donde poco antes de su muerte, se había tomado a golpes de puño con El Damián actual líder de La Banda del Parque. “Hay gente que tenía muchos rencores con él”, afirmaron. 

El negocio de la violencia
Un informe publicado por el diario El País en marzo de 2015 demostró el vínculo existente entre las barras bravas, la dirección de las instituciones deportivas y el Ministerio del Interior. Tanto Juan Pedro Damiani -expresidente aurinegro-, como Eduardo Ache -expresidente tricolor-, admitieron ante la Justicia la designación de ciertos referentes de la hinchada como “funcionarios” de los clubes, a quienes se les habían otorgado no solo entradas para repartir entre los parciales de las barras, sino también sueldos que rondaban para ese año entre los 30.000 y los 40.000 pesos, con el objetivo de “colaborar” con los operativos de seguridad de los clubes, y controlar los cánticos de la tribuna y las riñas entre las distintas secciones nucleadas dentro de las mismas barras.
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