Una infancia en el barrio Malvín marcada por la playa y el tablado, el deseo de ser carnavalero y una frase de su madre: “vos estas enfermo por carnaval”, fueron la antesala de la carrera de Gastón Rusito González, quien una tarde de primavera sentado en la Plaza Varela, acompañado por termo, mate y una caja de cigarros, cuenta su camino.

El apodo se lo puso su padre, el actor Carlos Bananita González, porque nació rubio y de ojos claros. El escenario es el lugar principal en el que Rusito despliega su lado artístico, pero con los años, la televisión también se ha convertido en un lugar para alcanzar y conquistar al público.

—¿Cómo fue tu infancia en Malvín?

—Me crié en un barrio, barrio. Siempre digo que Malvín tiene una mezcla con balneario, porque en invierno no hay mucha gente, no hay mucho tránsito y en verano explota, baja todo el mundo para la playa. Mi infancia fue muy linda, muy libre, primero, en el jardín Federico García Lorca, que quedaba a un par de cuadras de la escuela. Después en el Club Malvín, cuando era un club de barrio. Toda la zona malvinense me marcó, mis veranos eran entre la playa y el tablado. 

—¿Qué lugar ocupó el fútbol en tu niñez?

—Hice el baby fútbol en el Relámpago, que quedaba al lado del Liceo N° 31, que fue donde cursé el ciclo básico. El Rela divino, me gustaba el contacto y el cariño de la gente, metía un gol y me gustaba ir a abrazarme, me gustaban los gritos, creo que me gustaba más la bulla que la globa… y ya cuando el técnico no me ponía dije: “bueno me parece que esto no es lo mío” [risas]. Tengo varios amigos y los mejores recuerdos; pocos goles pero muchas alegrías. 

—¿Siempre te gustó la faceta artística?

—Siempre me gustó el contacto con la gente. Cuando a veces me preguntan cuándo se me despertó esa pasión, la vocación, respondo que no tengo una fecha ni un lugar puntual porque lo tomé con naturalidad. Mi vida se fue dando entre el escenario, los ensayos, de un teatro a un set de televisión y al carnaval por mi viejo, al acompañarlo, era natural. Cada vez que me preguntaban yo decía que quería ser carnavalero. El carnaval siempre me llegaba más, era como que veía esos superhéroes de colores arriba del escenario y me fascinaba, me enloquecía, todo el año para mí era carnaval, el espejo era yo jugando con un disfraz y siempre haciendo espectáculos, la presentación, el cuplé… Dirigía, escribía, me hacía los comentarios, mi juego era ese y por suerte la vida me dio la dicha de poder estar viviéndolo.

—Hiciste de todo…

—Nunca le tuve miedo ni vergüenza a nada, vergüenza era no tener un mango para bancarme. A los 18 años me quedé sin casa, eso fue como un quiebre, mis viejos no podían pagar más, Malvín más allá de ser un barrio divino, había que bancarlo económicamente. Ahí tuve que encarar. Ya había debutado un año antes en carnaval, con eso ya tenía un par de herramientas, estaba estudiando y tuve que salir a lo que fuera, cualquier changuita servía. Estuve muchos años trabajando de mañana en teatro independiente y de tarde en la Asociación Cristiana de Jóvenes; eso me sirvió mucho para lo que hago, me dio muchas herramientas actorales más allá de lo teórico. Eso fue un ingreso para mí, pero también fue una formación.

Sin miedo al éxito

Me llegué a disfrazar de preservativo de una marca… Me acuerdo de que me ve Jorge Pollo Medina, que me conoce desde la panza porque salió con mi viejo en los Dandys [parodistas] en 1991, y me dice: ‘Vos vas a salir en carnaval, vos no tenés vergüenza a nada’. Después por suerte se fue dando, con perseverancia, porque a veces también dicen: ‘ser hijo de te abre puertas’. Te facilita, sí, pero también te las puede cerrar. Tenés los dos extremos, pero si vos no sos perseverante, si no se te nota que sos laburador, que te gusta, que querés mejorar, podés entrar, pero no te mantenés, se cae”.

Un soporte esencial

Desde chico, Ruisito tuvo una muy linda relación con su madre, Sandra, que era peluquera a domicilio y además tiraba las cartas. Ella lo acompañó en todas sus odiseas, locuras y aventuras: “creo que siempre olfateó que me gustaba esto”. Comenta que en su niñez había sido “tanteado” varias veces por diferentes murgas del Carnaval de las Promesas, pero no podía concurrir por las distancias que implicaban los ensayos, hasta que a su madre se le ocurrió armar una murga en el barrio, La Malvinense, con la cual desfilaron en el corso barrial y ensayaban los sábados en el teatro barrial Alfredo Moreno. Recuerda que recurrió al supermercado del barrio en busca de apoyo económico y realizó la pancarta para el desfile.

Un día le llegó la posibilidad de participar con los parodistas Somis: “Dije: “ta, quiero hacerlo”. Los ensayos eran en el Club Colón, “nos tomábamos el 526, íbamos a las seis de la tarde y llegábamos como a las doce de la noche”, y al otro día había que ir al liceo. Además, en aquel entonces formaba parte del programa de entretenimiento Loco de Vos.

Una larga caminata

“En esas crisis económicas, mes de noviembre, prueba de admisión, estaban los parodistas Los Jackets, ese año salían Luis Carballo y Cacho Denis. Yo quería ir al Teatro de Verano y no teníamos ni para el boleto, entonces le digo a mi madre: ‘Vamos a caminar por la rambla’. Estaba precioso, empezamos a caminar, llegamos a la playa de Buceo y le digo: ‘Vamos un poquito más vieja, si está lindo’. ‘Bueno dale, vamos’, me dijo. En Pocitos me dice: ‘Bueno, ¿damos la vuelta?’. Y le dije: ‘Na mamá, vamos un poquito más’, y me responde: ‘¿Vos no me estarás llevando al Teatro de Verano? ¡Vos estás enfermo por carnaval, te voy a llevar al psicólogo!’. Y si, estoy enfermo por carnaval”.

Su padre también lo apoyaba aunque era más estricto. Priorizaba los estudios, recién después lo relacionado a lo artístico; Rusito cree que tenía que ver con que su padre se desenvolvía en ese rubro y en un punto “tenés miedo de que tu hijo se lastime”. Describe la relación con su padre como la de un “amigo con límites”: ambos se mostraban muy abiertos y se contaban todo, pero su padre se encargaba de “bajar un poco más la pelota al piso”. Nunca se interpuso en el camino artístico de su hijo sino que se ocupaba de contarle cómo era el mundo del carnaval, su entorno, el alrededor y el tras bambalinas. Eso es “fundamental, te hace”, afirma.

“Esas luces que se prenden por un mes, a veces te pueden marear. Yo siempre la tuve un poquito clara, sabía que eso se apaga. Lo disfruto, lo amo, pero después eran los amigos de verdad, el mostrador, nunca me mareó eso”, agrega.

—¿Qué recuerdos tenés de tu abuela?

—La abuela Delia fue mi mamá. Mis padres se separaron cuando tenía cuatro años y conviví con mi abuela y con mi vieja, más allá de tener un padre presente que siempre iba. Mi abuela: una crack. Muy políticamente correcta, siempre le decía a mamá: “Sandra vos no sabes qué le pasó a esa persona, tenés que tener un poquito de empatía”. Me quedaban esas cosas, y soy igual, soy explosivo en mi manera de ser, pero soy muy empático, trato siempre de ponerme del lado del otro, de bajar un poquito la pelota; no me gustan las discusiones, no me gustan los enfrentamientos cuando no tienen lógica y mi abuela era así, una fenómena, hoy en día siempre la tengo presente.

—¿Cómo transitás el rol de padre?

—La llevo divina, porque ellas son divinas. Parecerá un cassette, pero te cambian ciento por ciento la brújula, uno va por un lado y cuando vienen ellas, te van haciendo así: ‘¡no, no, para acá, para acá!’. Son tu norte. Si digo un no o un sí, estoy pensando en ellas. En cualquier punto de vista de la vida pienso en ellas. La imagen que quiero que les quede de mí no es: “que crack era tu viejo” o “¡como actuaba!”, quiero que les digan que era buena gente. Yo siempre digo que uno usa mal el término de “estoy educando a mis hijos”: ellos te educan a vos.

—¿Y con el carnaval cómo se llevan? Es algo que pueden sentir como “el lugar que me saca a papá por unos meses”

Les encanta verme. No sé si tanto el proceso de ensayo porque ahí sí es como: “¿Papá ya te vas?”. Pero cuando me ven arriba del escenario, les gusta, cantan los temas… Josefina, ya absorbió todo eso, baila, escucha una música, la identifica y me pregunta: “¿Che, qué parodia van a hacer?”. El carnaval les gusta, y saben que le gusta a su padre. A veces cuando se pelean conmigo me tiran: “A vos solamente te importa el carnaval”, juegan con eso. Sé que en el fondo también saben que en ese lugar nunca compiten, que están primero. Pero el horario es complicado. Uno va a contramano de la vida y eso aleja a su padre en ciertas circunstancias que estaría bueno que uno esté.

—¿Si te digo auto y Museo Oceanográfico, ¿De qué te acordás?

Y ahí fue cuando se equivocó Flavia, se equivocó. Me pasó a buscar en su auto rojo, fuimos al museo, empezamos a charlar y cuando quisimos acordar eran las seis de la mañana, habíamos ido a las once de la noche. Ahí nos atrapó algo. Al otro día nos vimos y al otro día también. Hasta hoy creo que no pasó un día que no nos viéramos, salvo por algún viaje… esa charla de seis horas fue la que armó la hermosa familia que hoy tenemos.

—¿Y qué rol cumple ella en tu vida hoy?

—Es la que tiene el carácter, es el sostén en muchas cosas, es la que siempre me empujó. Siempre digo que más allá de la imagen que tengo de alegría, que a veces es confundida con el despelote, siempre fui bastante calculador en algunas cosas, pero ella me emprolijó muchísimo más. Muchas cosas de las que tengo se las agradezco a ella, es mi sostén, mi cable a tierra, además al tener diferentes personalidades te complementás, es la líder de la familia.

Luces que se prenden

En 2018 pasó a ser parte del programa Algo Contigo, de Canal 4; cumplía el rol de panelista hasta que por un quebranto de salud del conductor, Luis Carballo, pasó a estar al frente. Rusito señala esta experiencia como el “trampolín” para todo lo que vive ahora. Cuando regresó Carballo, surgió la idea de hacer Vamo Arriba, programa del que forma parte hoy en día y que siente que “es como un hijo”.

En octubre realizó la última función de la obra de teatro Bajo Terapia, que se había estrenado en 2018 y volvió a estar en cartel. Rusito destaca que les fue mejor en esta última instancia que al comienzo y que llenaron todas las funciones. Solo les quedó pendiente la gira por el interior, pero el elenco logró forjar una amistad.

—¿Cómo fue la experiencia de conducir un programa en TV como Sopa de Letras?

La experiencia fue divina, hice un casting y fue una emoción tremenda hasta el momento que me confirmaron que iba a estar: un programa en horario central, en un formato que no se había hecho todavía en América Latina. Fue un desafío y un orgullo que me lo hayan dado, disfruté y aprendí, eso creo que es fundamental, y me gustaba mucho el contacto con la gente. La tele es muy masiva, vos entrás sin saberlo a la casa de muchas familias, pero cuando vienen está divino porque te transmiten absolutamente todo. Grabamos 70 programas en un mes, eran tres programas por día y salió un producto hermoso que después fue premiado por los premios internacionales Produ como programa de entretenimiento.

Más las barras, que las mesas

“Siempre me gustó escuchar a los mayores, siempre mis amigos fueron más grandes y el boliche tiene eso, siento que ahí se forma la igualdad: uno puede ser el doctor, el albañil, el que está sin laburo, pero se junta en el boliche y esa noche son todos lo mismo, con diferentes opiniones y maneras de ver la vida pero con la misma historia en ese momento, tomar un vaso y tratar de conquistar el mundo, sabiendo que cuando se termine el efecto del alcohol y salga el sol, volvemos todos a la realidad”.

—Debutaste en carnaval mayor en 2009 en la murga Todavía no se Sabe.

—Sí, se dio porque fuimos a concursar ese año en murga joven con La Fulera y Eloy Calvo, periodista del programa Carnaval del Futuro me dijo: “Bo, andás muy bien, ¿no querés hacer murga? El Pingüino [Edgardo González] está buscando un cupletero”. El Pingüino era quien sacaba Todavía no se Sabe y había sido dueño de Don Timoteo, una murga en la que había salido papá.

Cuando Rusito llegó al Club Lavalleja, luego de concursar, recibió un mensaje del Pingüino, que le decía: “Si querés debutar en las canchas mayores, llamame”. Lo llamó y lo citaron en la cancha de básquet de Nacional, donde ensayaban. Al llegar se encontró con gente que había salido con su padre, de la que había sido su “mascota” en su niñez y ahora se encontraba a su lado. Hizo una prueba en un costado y le dijeron: “quedaste”. Recuerda salir en murga como una “experiencia divina”.

Al segundo año lo contactan algunos conjuntos, pero cuenta que lo llamó Ariel Pinocho Sosa, director responsable de los parodistas Zíngaros. “Era muy difícil decirle que no, te convencía: un tipo con esa pasión te la trasladaba, y yo que ya soy enfermo, olvídate. Ahí arranqué con Zíngaros”, cuenta. Después pasó por “Los Muchachos, Los Antiguos, Nazarenos, Los Muchachos de nuevo y el año pasado La Nueva Milonga”. “La mayoría del tiempo consumo murga, me encanta la forma de vivir de la murga pero el parodismo es como mi pareja fija”, compara.

—En 2010 estuviste en Zíngaros y en 2024 regresás para hacer la parodia sobre la vida de Pinocho.

Salado, es verdad eso. No había calculado que hacíamos Pinocho, la parodia, en 2010 porque eran los 30 carnavales de Ariel y ahora voy a hacer [la parodia sobre] la vida volviendo a Zíngaros después de tantos años. Es un goce volver a la familia gitana, por cómo lo vive. Creo que cada uno vive el carnaval a su manera y está bárbaro, pero a mí me gusta vivir el carnaval como lo viven ellos, ¿viste? Con esa pasión, con ese temple. Creo que cada conjunto tiene el temperamento de su dueño y Zíngaros tiene eso, le quedó el temperamento [de Pinocho], y además porque su hijo Gastón también trata de que no se apague esa llama.

—En 2021 realizaste el recordado personaje caricaturesco del presidente Luis Lacalle Pou, ¿cómo fue la repercusión?

—Yo hago humor o hago algo dramático, me gusta llegar y hay gente a la que le va a gustar y gente que no. En carnaval creo que gustó muchísimo y a mí me gustó hacerlo. No fue un tema partidario, fue un tema de personaje: vos sos presidente y te exponés a eso. Lo que pasa es que acá hay más papistas que el papa. Justo fue la primera imitación así sobre un presidente que era de otro gobierno, porque veníamos de 15 años de gobierno del Frente Amplio y obviamente el carnaval ya dejó de ser el carnaval del tablado, ahora sale en todos lados, te están filmando. Pero a mí me dio más satisfacciones que otra cosa y además después me cruzo al presidente y me dice:”Bo, te felicito. Mirá que me cagué de la risa”.

—¿Cómo es la preparación de los personajes?

—Me gusta prepararlos con tiempo, si sé más o menos por dónde va y me dicen cuál es el personaje, lo voy preparando. Lo de “Pinocho” es especial, porque no es solo una imitación, tenés que hacer de él, de su vida. Pero con todos los personajes trato de llevar un elemento, por ejemplo, el año que hicimos la música tropical con Los Muchachos, para el personaje de Farol, me mandé a hacer la calva y toda la parte de la nariz, y la usé desde el primer momento y ensayo que salió esa parodia hasta el último tablado. No es como en una obra de teatro que hacés el personaje y queda así, no: puede ir mutando según como lo hayas encarado, como lo vaya viendo el letrista y como va funcionando.

—¿Cómo quiere ser recordado Gastón Rusito González en algún momento de su vida?

—Como un loco que no jodió a nadie, que luchó por sus sueños y trató de hacer las cosas bien. Nada más.

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