Cachemira: el eterno polvorín del sudeste asiático

En un escenario global cada vez más inestable, las tensiones y el fuego cruzado vuelven a intensificarse entre India y Pakistán, dos potencias del sudeste asiático que mantienen al mundo en vilo ante el riesgo de una catástrofe nuclear


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La escalada de tensiones entre India y Pakistán en torno a la región de Cachemira ha devuelto a los titulares un viejo conflicto que representa uno de los mayores peligros geopolíticos del planeta. En un mundo saturado de conflictos mediáticos, no todo lo que parece lejano lo es.

En momentos en que se consolidan inversiones de empresas indias en Uruguay y se refuerzan los lazos comerciales con Asia, los efectos de un conflicto abierto entre estas dos potencias puede impactar en nuestros mercados y nuestras relaciones internacionales.

India y Pakistán son dos potencias nucleares con décadas de enemistad a cuestas. En diálogo con Sala de Redacción, David Telias, experto en historia internacional y en conflictos contemporáneos, explicó: “No es un conflicto milenario. Es un conflicto contemporáneo, nacido con la forma en que se resolvió la salida del dominio británico y con la implantación de la idea de Estado-nación en culturas donde eso resultaba forzado”.

En 1947, la partición del Raj británico dividió violentamente a hindúes y musulmanes. La región de Cachemira, de mayoría musulmana pero con gobierno hindú, quedó como una zona disputada y sin definición clara. Hoy, India controla dos tercios del territorio, Pakistán el resto y China una franja oriental.

La trascendencia del conflicto radica en que si escalase a nivel nuclear, “el mismo afectaría la vida de más de 3.000 millones de personas”, indicó. En los últimos meses, hechos encadenados reactivaron el conflicto en torno a la disputada región de Cachemira, que, además, “tiene un peso geopolítico: recursos hídricos clave, minerales y una ubicación estratégica que la convierten en un territorio de enorme valor”, sostuvo Telias.

Un nuevo episodio en el conflicto bélico 

El 22 de abril veintiséis turistas hindúes fueron asesinados en Pahalgam, en la región de Jammu y Cachemira administrada por la India. El Grupo Frente de Resistencia (TRF, por sus siglas en inglés), una organización insurgente con presencia en la zona, se atribuyó el ataque. Sin embargo, Nueva Delhi acusó a Pakistán de haber apoyado y facilitado el atentado al permitir las acciones de grupos armados en el territorio de frontera.

La respuesta india no tardó en llegar y fue dura. El gobierno de Narendra Modi cortó la emisión de visas para ciudadanos paquistaníes, suspendió el Tratado del Agua del Indo, un acuerdo histórico clave para la gestión compartida de los recursos hídricos, cerró el cruce fronterizo terrestre principal y expulsó a varios diplomáticos pakistaníes. 

Por su parte, Pakistán cerró su espacio aéreo a vuelos indios, una decisión con alto costo económico para ambas partes, suspendió el comercio bilateral y, en una movida de fuerte carga simbólica, declaró como “muerto” el Acuerdo de Simla, firmado en 1972 tras la guerra indo-pakistaní y considerado la piedra angular del status quo fronterizo en Cachemira. Su anulación dejó en el aire cualquier marco legal compartido para el manejo de la disputa territorial.

En mayo, la situación dio un giro más peligroso aún: India lanzó ataques aéreos y misiles contra campamentos a los que calificó como “terroristas” en territorio paquistaní. Islamabad, en respuesta, abrió fuego a lo largo de la Línea de Control, la frontera de facto que divide Cachemira. En apenas unos días, la región revivió los recuerdos del enfrentamiento armado directo, con cientos de personas evacuadas y denuncias cruzadas de violaciones a los derechos humanos.

Tras una semana de hostilidades, el 10 de mayo alcanzaron un alto al fuego frágil, acordado por canales diplomáticos sin mayores detalles públicos, y entre el 7 y el 10 de junio, se produjo una reorganización estratégica y diplomática clave. Ambos países reubicaron tropas en puntos sensibles, se reactivaron canales de comunicación militar para evitar incidentes no deseados y se celebraron reuniones con observadores internacionales en Ginebra, importante centro internacional donde India y Pakistán han mantenido una presencia diplomática activa. 

Por ahora, el temor a esa destrucción mutua asegurada mantiene el conflicto contenido. Aunque la radicalización de discursos nacionalistas, especialmente bajo el liderazgo de Modi en India, muestran que el equilibrio es inestable. Telias analizó que “no será la diplomacia internacional la que resuelva esto. Será una evolución cultural en ambos lados. Y eso hoy no se vislumbra”. Aunque no observa “soluciones a corto plazo”, consideró que “evitar que el conflicto escale es ya un objetivo enorme”.

Al respecto del apoyo que pueden brindar organismos internacionales para la resolución del conflicto, como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y su Grupo de Observadores Militares en India y Pakistán (UNMOGIP), Telias explicó que la ONU “no tiene herramientas para intervenir efectivamente en ningún conflicto” y “menos tratándose de potencias nucleares y económicas, es un sistema fallido para estas cosas. No sirve más que para paliar, y en forma limitada, sus consecuencias sociales y humanas”, sostuvo. 

La UNMOGIP tiene sedes en Islamabad y Srinagar, y cuenta con observadores militares y civiles que informan al Consejo de Seguridad de la ONU sobre violaciones y tensiones. 

En cuanto a la participación de China en el conflicto, Telias afirmó que “mientras mantenga su porcentaje de Cachemira”, el cual no parece estar en riesgo, China “no intervendrá”. “Sólo lo hace, y en forma muy sútil, si sus intereses directos están afectados”, sostuvo.

Balas y balances: la factura económica del conflicto

El conflicto entre India y Pakistán no solo agita las aguas del sur asiático, sino que podría dejar huellas significativas en la economía global si la tensión se profundiza. Un posible agravamiento del conflicto podría impactar en los precios del petróleo y el gas, debido a su cercanía con rutas estratégicas del Golfo Pérsico. 

Además, India uno de los principales actores en sectores como los fármacos, el textil y la tecnología vería comprometida su capacidad exportadora, lo que repercutiría en cadenas de suministro internacionales. De hecho, las primeras medidas, como el cierre del espacio aéreo paquistaní, ya han obligado a desviar vuelos comerciales, encareciendo los costos logísticos en la región.

Por otro lado, el escenario extremo de una escalada nuclear tendría consecuencias devastadoras para la economía global, generando shocks en los mercados financieros. Uruguay, aunque geográficamente distante, no estaría completamente aislado del impacto: India ha ido consolidando su presencia en el país en los últimos años, especialmente en el sector tecnológico, con empresas como Tata Consultancy Services (TCS) y otras firmas. También el reciente acuerdo MERCOSUR–India abre un horizonte comercial con un mercado de más de 1.400 millones de personas. Por eso, una India inestable o retraída por el conflicto podría ralentizar esos vínculos y frenar proyectos de inversión estratégica.