Si bien en Montevideo los barrios privados están prohibidos, cruzando el Puente de Las Américas, al este de la capital, ya pasa a ser otra historia. Es allí, detrás de grandes portones y cercos electrificados que distan de la imagen que ofrece la típica postal montevideana, donde reside una élite. Para Adriana Barreiro, docente de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de la República, el barrio privado es sólo uno de los tantos procesos de privatización del espacio público. Otros ejemplos son los bares que acaparan las veredas o los complejos de viviendas que ponen vallado en espacios de circulación. 

“Esta separación en temas de habitabilidad en espacios públicos, donde la vida transcurre, provoca querer compartir el tiempo con personas semejantes”, fundamenta la docente. Según agrega, la convivencia dentro de los barrios privados hace que las personas se desacostumbren a ello. Esa situación genera que las personas tengan menos empatía con el otro, que no es visto como un semejante sino como un extraño, como alguien que no conoce y que a su vez le genera desconfianza. “La realidad del otro le es ajena”, explica Barreiro, y añade que “el impacto de no transitar esa convivencia convierte esa complicación en un tema social”.

El porqué de la expansión del fenómeno del barrio privado es algo “multicausal”, explica la profesional, y agrega: “Si bien la seguridad es un tema muy importante en la actualidad, también se da un proceso de segregación social de quienes sienten que quieren vivir con sus pares, lo cual genera una pérdida en la diversidad social. Se genera una escisión que deviene del no compartir cosas del cotidiano. Es una aglomeración territorial de personas que comparten los mismos rasgos, ya sea étnicos, religiosos o socioeconómicos”.

Segregaciones

Si bien la segregación en sí misma puede ser padecida, como es el caso de los asentamientos que son producto de las políticas neoliberales implementadas desde los años 70 en Uruguay, en el caso de los barrios privados se da el fenómeno de autosegregación. En ese caso -y a diferencia de los asentamientos-, son los mismos ciudadanos que prefieren segmentarse de la ciudad y convivir entre pares. “Se da entonces el fenómeno de empresarialismo urbano”, detalla Barreiro.

Los motivos para elegir el barrio privado son varios y se repiten. La seguridad es la causa número uno, pero también se tienen en cuenta otros factores como la eficiencia de los servicios que se ofrecen allí dentro (colegios, supermercados y hasta centros comerciales), la inversión de la renta y el valor de las propiedades que poseen dentro de los famosos “country”, el paisaje y la cercanía con lo rural y la no menos importante exclusividad que ello conlleva.

En cuanto a las consecuencias que este fenómeno genera, la especialista señala que Uruguay viene de una matriz batllista con una escuela pública en donde conviven todas las clases sociales desde la infancia. “Hoy en día las personas eligen determinados colegios privados en determinadas zonas de la ciudad, lo cual da un estatus de tener cierto poder adquisitivo, algo que da un sentimiento de pertenencia y de identificación”, sostiene Barreiro.

Un poco de historia

El fenómeno de los barrios privados entró en escena en los años 90 del Siglo XX, tanto en Uruguay como en el resto de Latinoamérica. En el país actualmente coexisten 78 barrios de este tipo, la mayoría ubicados en el departamento de Maldonado, seguido por Canelones, Rocha y Montevideo. 

Si bien los tipos de barrios son diferentes y varían en todo el territorio, el más común es el country o club de campo, debido a su proyección como un espacio tranquilo, lejos de la urbe, seguro y ambientado en un terreno casi rural. 

Los grupos económicos a cargo en este tipo de emprendimientos son tres: Grupo La Tahona, Grupo Ecco y Estudio Lecueder, que además de tener inversiones en casi todo el territorio con otros proyectos, cuenta con la mayoría del capital invertido en estos exclusivos y autosegregados barrios.

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