Desde la aparición del nuevo coronavirus en China, a fines de 2019, la comunidad científica internacional investiga y experimenta para encontrar una vacuna que genere inmunidad. En un trabajo conjunto de laboratorios, universidades, organizaciones de la ciencia y la salud y los Estados, buscan una solución al virus, lo que llevó a que surgieran distintas versiones de posibles vacunas.

Tal es el caso de Sputnik V, la vacuna creada en Rusia, que cuenta con el respaldo del gobierno de Vladimir Putin, pero no con el aval de la comunidad científica, que no tiene suficiente información al respecto. También está ChAdOx1 nCoV-19, desarrollada en el Reino Unido por la Universidad de Oxford y la farmacéutica AstraZeneca, que parecería ser la más segura y efectiva. No obstante, en los últimos días tuvo un inconveniente, cuando uno de los pacientes que experimentó la vacuna tuvo un malestar, aunque no se dio a conocer de qué se trata. Otras opciones que se encuentran en carrera son la vacuna del laboratorio estadounidense Moderna, Sanofi en Francia y CanSinoBio en China.

Juan Cristina, doctor en Biología Molecular e integrante del Sistema Nacional de Investigadores, explicó a Sala de Redacción que “el desarrollo de vacunas depende mucho de conocer la biología básica del virus”. El SAR-CoV-2, como se llama el coronavirus, posee una proteína llamada Spike que “tiene la capacidad de poder unirse a un receptor celular que está en uno de los epitelios respiratorios del ser humano”, detalló. Esto hace que su propagación sea muy efectiva, además de tratarse de un virus cuya evolución es un millón de veces más rápida que la del humano, agregó Cristina.

Los investigadores trabajan a contrarreloj y “los tiempos de la ciencia no son los que la gente desearía o los tiempos de la industria farmacéutica”, dijo el científico. El hecho de estar en pandemia obliga a la comunidad científica a trabajar a un ritmo vertiginoso y por ello se lograron avances significativos en cuestión de meses para procesos que llevan años, si bien es difícil hablar de plazos. En suma, Cristina destacó la predisposición que, en general, tienen los investigadores a la hora de compartir información: “En ciencia se trabaja mucho en red, eso es algo muy positivo, no sólo en esta oportunidad”.

Paso a paso, o casi

En el desarrollo de una vacuna se debe cumplir un determinado protocolo, que los investigadores dividen en fases. En la situación actual se planteó la discusión sobre qué tan ético es transitar diferentes fases simultáneamente o que alguna sea salteada. “En esta presión que se ejerce sobre los científicos también tenemos historias en que, a veces, por apurarnos hemos cometido errores”, señaló el investigador uruguayo.

Existen cuatro fases para el desarrollo de una vacuna. En la fase cero comúnmente se llega a una solución a experimentar en humanos, luego de probarla en roedores, mamíferos pequeños y simios. En la fase uno comienzan las pruebas en un grupo de entre 20 y 100 voluntarios y se logra determinar la dosis necesaria y la vía de administración más eficiente. La fase dos consiste en realizar pruebas a cientos de personas para definir mejor la inmunogenicidad de la vacuna. Finalmente, se llega a la fase tres, que probablemente es la que mayor expectativas despierta. Por ejemplo, ello ocurre con las pruebas de la Universidad de Oxford y la farmacéutica AstraZeneca, que, con un control de alrededor de 10.000 personas, además de habitantes del Reino Unido en este caso se sumaron voluntarios de países con alta tasa de contagio, como Sudáfrica y Brasil.

En esta parte de la investigación se utiliza el método doble ciego, una técnica ya usada por Oxford en la lucha contra enfermedades como el Ébola. Consiste en dividir a los voluntarios en dos grupos, a uno se le administra la vacuna a estudiar y a otro un placebo con solución salina. Como ni los pacientes ni el personal investigador saben qué se le administró a cada uno, “tiene la ventaja de que el paciente no se sugestiona y nosotros tampoco nos sugestionamos”, aseguró Cristina. “El grupo control permite comparar” y “nos asegura un resultado independiente de nuestras expectativas”, completó.

Luego de confirmar la seguridad y efectividad de una vacuna, debe ser licenciada y comienza la etapa de producción y distribución. La circulación de la vacuna da lugar a la llamada Fase cuatro, donde se estudia la respuesta de los organismos a una escala aún mayor y se la puede clasificar mejor.

En la jerga científica se conoce como “plataforma” al modo en que la vacuna realiza su función en el organismo, que puede ser a través de la modificación directa del material genético del virus, infectando células en cultivo a través del virus vivo atenuado, o inoculando el virus muerto, entre otras formas. “Son cosas que se han probado, pero no conozco ninguna que esté en este momento en el mercado”, afirmó Cristina. “Es poco tiempo para desarrollar un antiviral específico, pero sí se han probado todos los antivirales que teníamos contra todas las enfermedades virales emergentes que conocemos”, explicó.

Hay que ayudarse

Entre otros, la Organización Mundial de la Salud advierte sobre el problema de que un país con la espalda económica suficiente le niegue la posibilidad de adquirir la vacuna a otros más empobrecidos. Al respecto, Cristina invitó a dejar de lado el nacionalismo a la hora de producirla y distribuirla: “Las vacunas no son un negocio en el que los Estados se meten, normalmente las empresas hacen las vacunas y los Estados suelen ser clientes”. Al respecto, agregó que un proyecto de esta envergadura requiere una inversión de “más 300 millones de dólares para arrancar”, lo que escapa a las posibilidades de muchos Estados.

Por lo tanto, la intervención de grupos privados de filántropos y entidades bancarias internacionales cobra especial relevancia. Ese es el caso de la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI), cuya colaboración se considera fundamental en este momento de una investigación exhaustiva. Para una distribución equitativa se creó el COVAX, una coalición de 172 países que busca garantizar el acceso a la vacuna al 70% de la población mundial. “El mundo globalizado no puede ser para algunas cosas y para otras dejar que se arreglen localmente”, destacó Cristina, que también se desempeña como prorrector de Enseñanza de la Universidad de la República (Udelar).

¿Y por casa cómo andamos?

Consultado sobre el manejo de la pandemia en Uruguay, Cristina destacó la responsabilidad de la población en cuanto a las medidas de prevención, que “son efectivas y necesarias”. Además, resaltó la labor del personal sanitario en colaboración con el equipo de la Udelar, tanto en Montevideo como en el interior. El investigador augura un buen trabajo de seguimiento una vez que la vacuna ingrese al país, ya que, “tradicionalmente, a lo largo de toda la historia, Uruguay ha sido un país serio” en la materia. El gobierno uruguayo se mantiene al tanto de los avances de las vacunas que actualmente están en desarrollo de países como China, Estados Unidos y también en una que están desarrollando México y Argentina. Estos temas han sido parte de conversaciones que el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, mantuvo con mandatarios como Xi Jinping.

Sobre los discursos anti cuarentena y antivacunas que han tomado fuerza en distintas partes del mundo, el investigador considera que “es un tema ético” que pone “en juego la vida de las personas”. En ese sentido, lamentó que algunos medios y el mal uso de las redes sociales alimenten la desinformación. En cuanto a decisiones que involucran a la población infantil, respeta las distintas posturas “políticas, sociales, filosóficas y religiosas”, pero entiende que “hay cosas que hoy no deberían ocurrir”.

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