Esta nota está atravesada por un vínculo de vecindad. En febrero de 2014 mi familia se mudó a una cooperativa de vivienda. Al poco tiempo, ávido de conocer a los vecinos y con ganas de aprovechar una cámara digital, les propuse a mis hermanos y a los niños de la nueva barra filmar un pequeño documental sobre la cooperativa. Conversamos con los vecinos fundadores, aquellos que habían construido las casas con sus manos, tal como propone el modelo cooperativo de ayuda mutua que impulsó la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua en la década de 1970 y es de referencia internacional.
Intentamos conseguir fotos del momento de la construcción, pero nunca hubiéramos imaginado que parte de las obras habían sido filmadas: Juan José Ravaioli había registrado varias de las jornadas de trabajo que protagonizaban los llamados usuarios. Él había llegado interesado en registrar la construcción y terminó siendo uno de los beneficiarios del proyecto: vivió hasta sus últimos días en la casa número 21.
Ravaioli fue uno de los entrevistados para aquel pequeño documental. En 2014, nos recibió en su casa con la calidez de un abuelo y nos contó algunas anécdotas de su trayectoria como cineasta. Semanas después, le mostramos temerosamente el resultado de nuestro pequeño film. Rava, como le decíamos, reconoció nuestro esfuerzo y, muy pedagógicamente, señaló el uso abusivo de los fundidos en negro que, según él, tenían un valor narrativo especial que no era extensible a cualquier cambio de plano.
Pasaron varios años desde aquel entonces. En ese lapso descubrimos otras facetas de este vecino tan particular, de ochenta y largos años y una voluntad inquebrantable. Además de su gimnasia cotidiana -en la que daba algunas vueltas a la manzana mientras ejercitaba sus brazos- fue el canillita de lujo de la cooperativa: dejaba el diario enganchado en las puertas de varias casas cada mañana, a pesar de cualquier devenir climático.
Muchas veces tuve ganas de volver a charlar con él pero me costó decidirme. Recién el año pasado volví a golpearle la puerta. La excusa fue el Día Internacional de las Cooperativas, que se conmemora el 2 de julio. La idea era conversar sobre su visión del movimiento cooperativo y conocer cómo había sido filmar nuestra cooperativa durante la construcción, en la década de 1970. De yapa, estaba la increíble posibilidad de ver el documental: La incidencia del usuario en la construcción de su hábitat, que culminó en 1975. Pero al momento de visionarla, nos encontramos con un soporte de 16 milímetros y Rava había dado por inútiles varios reproductores que guardaba. De ahí surgió la idea de contactarnos con el Archivo General de la Universidad (AGU), a quienes les interesó digitalizar la obra, por su importancia histórica e institucional.
Una tarde lluviosa de diciembre del año pasado fuimos con Rava a conocer la sede del AGU. En el camino, me transmitió su optimismo con respecto a los avances de la tecnología audiovisual y confirmé su espíritu innovador. Al llegar, fuimos recibidos por el equipo del Laboratorio de Preservación Audiovisual.
La película fue digitalizada en las mejores condiciones, con tecnología de punta para la región diseñada por los profesionales del Archivo. La incidencia del usuario en la construcción de su hábitat se terminó de digitalizar a fines de 2021. Rava falleció el 23 de enero de 2022. A modo de homenaje, el documental fue puesto en acceso público el sábado 2 de julio, conmemorando el Día Internacional de las Cooperativas. Esta nota reúne fragmentos de la conversación que tuvimos hace poco más de un año. Surge como una oportunidad para recordar a quien fuera uno de los primeros docentes de la Licenciatura de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de la República.
–¿Cómo empezó tu vínculo con el cooperativismo?
-No sé si hay un inicio específicamente con el cooperativismo, sino con todo el sector social y político, así me fui empapando de esto. Lo conocía teóricamente, pero la cosa cambió cuando la firma de arquitectura SETUC me llamó para que yo hiciera un documental sobre cooperativismo. Ahí entré en el movimiento realmente y me entusiasmé mucho. Noté, fundamentalmente, que era algo que sentía casi intuitivamente. Hoy lo veo como una cosa muy importante, pero para que funcione es fundamental que haya conocimiento, transmisión de sus valores. Todavía creo que hace falta transmitir su importancia.
-¿Y esa firma por qué te llamó para hacer el documental?
-En esa época éramos pocos haciendo cine. Este fue un arquitecto que había visto algún trabajo documental mío y en función de eso me planteó hacerlo. Yo había hecho otros documentales, uno para la Sociedad de Psiquiatría, uno para UTE… Esos eran algo así como concursos, pero acá fue el arquitecto de la firma que me vino a buscar, mientras se construían las cooperativas de Cruz de Carrasco.
–¿Cómo llegaste a la cooperativa en la que vivimos hoy?
-Yo empecé a filmar en la Cruz y un día, pasando por acá, vi que estaban levantando un techo. Entonces pedí permiso para filmar y me dijeron que no había problema. Cuando entré había un cooperativista que se había ido, todavía no estaban las casas terminadas, y así me metí. Eran los sábados y domingos que se trabajaba, y eso es clave en el cooperativismo de ayuda mutua: se ahorra una enorme cantidad de dinero, porque trabajan los cooperativistas mientras mantienen su empleo normal.
-¿Cómo fue combinar el trabajo de obra con la filmación del documental?
-Hay una cosa que es importante: en ese momento yo tenía una cámara que no era muy grande y eso me permitía grandes posibilidades. En el caso de este documental, prácticamente todo fue filmado con la cámara en hombro. Trípode, luces y demás no se precisaban. Yo llevaba la cámara colgada en la espalda y trabajaba en lo otro. Una de las imágenes de la obra que más me impresionó fue cuando se hormigoneó el techo del salón comunal. Ver subir y bajar la hilera de baldes me dio la sensación de que aquello era un ballet. Pero no lo pude filmar, porque estaba cargando baldes.
–Y cuando filmabas: ¿La presencia de la cámara alteraba el clima de trabajo?
Generalmente, a la gente le gusta que la filmen, pero no le gusta comprometerse. A tal punto que en los intervalos, cuando comíamos y demás, vi a dos cooperativistas hablando, y uno decía “evidentemente sin este método no podría tener techo nunca”. A mí me pareció brutal la clarificación del hecho, y le pedí para filmarlo diciéndolo, pero se negó por temores políticos. Entonces cuando iba a filmar, tenía que tratar de hacerlo sin que me vieran, porque en cuanto me veían estaban todos en pose.
-La construcción de esta cooperativa empezó en los 70′, ¿Cómo repercutió la llegada de la dictadura?
-Desde el punto de vista de la continuidad de la construcción no hubo mayores problemas, se pudo seguir, aunque más lento y sin apoyos, pero no hubo tanta injerencia dentro de todo. Lo que sí hubo, una vez terminado el documental, fue censura: cuando los militares lo vieron, lo prohibieron. No se pudo exhibir porque era iniciar a la gente en el cooperativismo y eso no les gustaba. Lo que sí sucedió fue que se mandaron copias a Suecia y a Finlandia, y al poco tiempo vino información de que en esos lugares se empezaron a hacer cooperativas de este tipo. En Uruguay nunca se proyectó, la dictadura duró 12 años y después no sé. FUCVAM se interesó y nos apoyó una vez que se estaba haciendo, pero creo que el problema es que en ese entonces estaban muy dedicados a la construcción y no tanto a la difusión de lo que es el cooperativismo.
Además, se había hablado, teóricamente, que una vez terminada esta película era necesario hacer otra sobre la convivencia cooperativa, sobre cómo convivir en forma cooperativa. Pero no se pudo hacer nada por falta de presupuesto. De alguna manera pienso que esto es una falta actual para muchos casos. En esta cooperativa, que tiene 23 casas individuales, hay muchas diferencias con otras de más arriba [en referencia a zona de cooperativas ubicadas por Alberto Zum Felde al norte de Avenida Italia]. Ahí la gente está más compenetrada en el cooperativismo.
En esta, [ubicada al sur] y en otras de la zona, cada casa individual parece más una propiedad privada, y la mayoría de los que están, a los que nadie asesoró sobre cooperativismo, les gusta ser propietarios. En más de una oportunidad, estuve en la comisión directiva de aquí y discutíamos sobre el cooperativismo. Yo preguntaba: “¿Por qué querés ser propietario?”. “Por ser propietario de algo mío”, me decían. “Pero sos propietario de 23 casas, junto a otros socios”… Les costaba entender. El hecho de tener el certificado de propiedad les pesaba, porque no había, ni hay, suficiente educación sobre cooperativismo, que yo pienso, todavía hoy es fundamental. En las primeras etapas de esta cooperativa, cuando empezó a funcionar, todavía había gente que apreciaba esto, no eran gente de clase media alta. Pero, ¿qué fue pasando con el tiempo? Por motivos diversos, muertes, divorcios o porque se fueron a otro lado, las casas se fueron vendiendo y el que la adquiere, ya tiene que poner una cifra importante, que no es una cuota. Entonces el que está entrando es alguien de clase media alta y los criterios entran a ser distintos.
–¿El cooperativismo se da sólo en la necesidad o puede elegirse, también, como opción de vida?
Aunque no lo necesites, el cooperativismo tiene sus ventajas: unir a la gente, trabajar en conjunto, la solidaridad. Aunque no sea una necesidad económica imperiosa, lo otro es muy importante. Pero hay que transmitirlo; si nadie lo dice, la gente no lo entiende. Es muy bueno que se siga construyendo y que el cooperativismo siga avanzando. Pero el conocimiento profundo del cooperativismo, eso no se desarrolla solo.
-Hay una parte del himno de FUCVAM, “La canción de las cooperativas”, compuesta por Rubén Olivera, que dice: “Vecino, no vaya a olvidar que levantar nuestras casas es el principio y no el final”. ¿Qué pensás al respecto?
-Claro, es eso. Hay gente que entiende eso clarito. El problema es que ese mensaje no les llega a todos. El que entra en la cooperativa es un tipo que está trabajando fuerte para pagar una cuota y demás, a veces no hay tiempo para andar documentándose por sí mismo. Cuando alguien se le acerca y le explica, y él tiene tiempo para recibirlo, entonces lo comprende. Hay que transmitirlo, eso es lo que falta.