Siendo estudiante de la Facultad de Veterinaria, vivió la última dictadura cívico-militar uruguaya: en 1972 se fue exiliado y 13 años más tarde volvió al país desde Italia. En 2007, después de graduarse como licenciado en Ciencias de la Comunicación, participó activamente en la creación de UNI Radio, emisora universitaria ubicada en la Facultad de Información y Comunicación, de la que fue director hasta 2016, cuando se jubiló. En diálogo con Sala de Redacción, Oscar Orcajo habló sobre cómo vivió el asesinato del estudiante de Odontología Líber Arce en 1968 y del contexto de aquella época.
El 12 de agosto de ese año, Orcajo participó de la manifestación en la que un policía le disparó a Arce, lo que horas más tarde le causó la muerte y lo convirtió en el primer estudiante asesinado en una manifestación. Dos días después, el también militante de la juventud comunista murió en el Hospital de Clínicas y por ello todos los 14 de agosto se conmemora el Día de los Mártires Estudiantiles, ya que a Arce le siguieron otros como Susana Pintos y Hugo de los Santos.
—¿Tenías un rol activo en la militancia estudiantil?
—Participaba de forma activa e independiente con mi grupo. Por ejemplo, en la facultad estaba la agrupación comunista, pero nunca fuimos parte. En 1969, al año siguiente del asesinato de Líber Arce, creamos la agrupación 12 de Agosto. También estuve en el MLN [Movimiento de Liberación Nacional] y, en 1972, cuando todo estaba desmantelado y complicado en Uruguay, los que pudimos y sobrevivimos nos fuimos; fui a Chile, Cuba e Italia, y volví en 1985.
—El 12 de agosto de 1968 estabas en la manifestación que se realizó cerca de la Facultad de Veterinaria, ¿qué recordás de ese día?
—Las manifestaciones y reuniones en ese momento no eran muy masivas; no más de 300 personas. Ese día nos habíamos reunido en el anfiteatro de la Facultad de Veterinaria, y de una movilización llegaron compañeros de odontología cantando, con el tiempo nos enteramos que los milicos ya los habían visto y los tenían localizados. La idea era hacer una manifestación relámpago: llegar a una esquina, quemar cubiertas, tirar volantes, cantar y luego irnos, porque en ese momento la policía llegaba rápido y era la forma de que no nos pudieran disolver.
—¿Qué pasó en la manifestación?
—Llegamos a la calle que actualmente lleva el nombre de Líber Arce y al salir de la facultad nos encontramos con los milicos en la esquina de Marco Bruto, allí empezó el enfrentamiento con piedras; ellos se escondían entre los árboles y tenían un arsenal. Los milicos disparaban y en un momento los corrimos. A las dos cuadras, el oficial Enrique Tegiachi se dio vuelta y fue cuando le disparó a Líber por la espalda, en la vértebra femoral. El oficial perdió la boina, que llevaba dentro su nombre, por eso nos enteramos quién era. En ese momento, llevamos a Líber al hospital y a los dos días murió, tuvo mala suerte. A partir de eso, fue que le pusimos a nuestra agrupación 12 de Agosto.
—¿Cómo viviste el hecho de formar parte de manifestaciones en ese contexto de represión y previo a la dictadura?
—Teníamos miedo, pero éramos muy idealistas, pensábamos que cambiar al mundo estaba a la vuelta de la esquina. No que fuera fácil, pero sí que era posible. De todas formas, el miedo estaba, pero la situación te llevaba a seguir adelante. Claramente, ya no soy el mismo de esa época.
—A partir del asesinato de Líber Arce se dio una persecución continua a estudiantes que se acentuó durante la dictadura. En tu libro Los revolucionarios van al purgatorio se describen historias acerca de las distintas formas que encontraban para movilizarse. ¿Tenían conciencia del peligro que eso les implicaba?
—Hoy, habiendo vivido eso, creo que había cierta inconsciencia, pero en ese momento no te dabas cuenta. Creía que era inmortal, que una bala, al menos a mí, no me iba a hacer nada. Cuando empezaron a darse las primeras muertes, de Líber, Hugo [de los Santos], Susana [Pintos], ahí sí empezamos a ser conscientes.
—Acerca de tu libro, Los revolucionarios van al purgatorio, ¿por qué ese nombre?
—Es una autocrítica, esto viene de La clase obrera va al paraíso, una película de Gian Maria Volonté. En el libro pongo: “Si la clase obrera va al paraíso, los revolucionarios van al purgatorio”. En esa película se realiza una crítica al trabajo en cadena y dice que por todo el esfuerzo que hacían los obreros tenían asegurado el paraíso. Los revolucionarios no son lo mismo que la clase obrera, de alguna forma, nosotros somos un poco más pecadores. Obviamente es una broma, no una denuncia, lo pongo como diciendo que vamos a pasar por el purgatorio porque debemos tener la culpa de algo.
—En ese libro se cuentan distintas historias de la época y también sobre el regreso al país luego de que terminó la dictadura. ¿Qué generó reencontrarse con seres queridos después de tanto tiempo?
—Fue complicado, me vine en invierno con mi esposa italiana y fui a la casa de mis padres, nos costó sobre todo la adaptación, porque, como nos fuimos en esa situación y volvimos, se nos veía de una forma diferente. Y en cierto punto fue así, los que la pasaron mal no fuimos nosotros que nos fuimos, los que realmente sufrieron fueron los que cayeron presos y fueron torturados.
—La sociedad en aquel entonces, era una sociedad bastante polarizada respecto a lo político, ¿Cómo ves esto hoy en día? ¿Considerás que se está dando una situación de polarización nuevamente?
—Sí, hay polarización, pero siempre dentro de un contexto. Comparado con lo que pasa en otros lugares de América Latina no es tan grande, además, hay un colchón de gente que va y viene, eso es bueno. El Frente Amplio, por ejemplo, perdió las elecciones con gente que lo había votado y ahora apuesta a esa gente nuevamente.
—En el prólogo del libro hablás del temor a que esos hechos que se dieron en la dictadura se pierdan. ¿Qué significa para vos el 14 de agosto y qué te genera que los estudiantes salgan a la calle a recordar lo sucedido?
—Me parece bien, son hechos y cosas que no se pueden olvidar, significan mucho, por más que ellos hayan dado la vida en ese momento. Es importante, muestra la rebeldía que ha impulsado al estudiantado desde la rebelión de Córdoba [en 1918] hasta acá, sobre todo en la enseñanza pública y en la universidad; las rebeliones y las revueltas son un punto fundamental para esto.