Un auto al costado de la ruta. Un Ford Fiesta blanco. Absolutamente incinerado. Adentro, un cuerpo. Las manos esposadas tras la espalda. Uno, no, dos tiros en la nuca. Una cámara. Estaba todo quemado. Asesinado. Alguien lo hizo. Un crimen a sangre fría. Dejaron un cuerpo olvidado al costado de una ruta argentina. Periodista, reportero, fotógrafo. Lo que quedó de José Luis Cabezas, olvidado en un escenario infernal.
Asesinado.
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El 25 de enero de 1997, en Pinamar, Argentina, ocurrió un hecho que dejó una mancha imborrable en la historia de ese país y, en especial, de sus periodistas. Un hecho que generó preocupación y, sobre todo, miedo. Una imagen mortificante que significó la pesadilla de toda una profesión. El eslabón final de una cadena en la que el periodismo trata de sobrevivir y mantenerse a flote. Un caso particular ejemplificando el asecho al periodismo libre.
El periodista vive cuidándose la espalda. Una profesión que puede ser tan polémica como lo es necesaria. Directamente atada al libre acceso a la información, a la libertad de expresión y, por supuesto, de prensa. Aquí entra una aclaración: la libertad de expresión consagra el debate y la discusión, por más que esta sea ofensiva, irrespetuosa e insultante. Actualmente, los periodistas están constantemente sujetos a críticas e insultos por redes sociales -como lo está cualquier individuo que se expone-, pero eso no puede ser considerado como una falta a la libertad de expresión. En este aspecto, pocas profesiones pueden ser objeto de tanto feedback o represalia como la del periodista. Sin embargo, siempre hay una línea: la que marca un atropello a la libertad del comunicador, del investigador, del periodista.
¿Cuándo existe una restricción a esta libertad y, concretamente, a la libertad de prensa? El concepto clave es la amenaza desde el poder -no necesariamente político-, que constituye la línea que no se debe cruzar: la situación en la que un periodista es amenazado por alguien que abusa de su posición hegemónica para impedir que realice su trabajo es un atropello a la libertad de prensa. A partir de este punto, todo lo que viene después es repudiable.
En muchos países latinos el periodismo viven en situación de amenaza: México acumula 33 periodistas asesinados desde 2018, Honduras 92 desde 2012 y la situación en países como Nicaragua, El Salvador, Colombia, Cuba y Venezuela es tan grave como inabarcable. Además, en 2021, se registraron asesinatos de periodistas en países como Brasil, Ecuador, Guatemala y Haití. Organizaciones como la Sociedad Interamericana de Prensa y Amnistía Internacional han catalogado a América Latina como una región crecientemente peligrosa, no sólo para la labor periodística sino también para el activismo por los derechos humanos.
Existen diversas organizaciones en cada país que registran e informan sobre las amenazas y restricciones a la libertad de expresión. En el caso uruguayo, el Centro de Archivos y Acceso a la Información Pública (Cainfo) publica, desde 2014, un informe en su sitio web sobre “amenazas y restricciones al ejercicio de la libertad de expresión de las personas periodistas en el Uruguay”. Según el último informe de Cainfo refiere al período comprendido entre el 1º de abril de 2021 y el 31 de marzo de 2022, en el que se registraron 69 incidentes, lo que significa un aumento del 40% con respecto al año anterior. La mayoría de casos caen en la categoría de restricciones al acceso de información de interés público (19) y procesos civiles y/o penales (19), y le siguen los de discurso estigmatizante (14).
Si bien es válido afirmar que no se está en una situación en la que los periodistas uruguayos corren constante peligro de muerte -como sí sucede en otros países latinoamericanos-, Uruguay no es ajeno a la tendencia regional de amedrentar y amenazar periodistas por realizar éticamente un trabajo necesario para la construcción de una sociedad democrática e informada.
“En muchos lugares, cuando aumentan las amenazas, aumenta la autocensura”, dijo Fabián Werner, presidente de Cainfo, a Sala de Redacción, y agregó que es un fenómeno “muy difícil de medir”. Con respecto a la situación uruguaya y latinoamericana en relación a Europa -en donde se encuentran los países con mejores indicadores en este sentido, por ejemplo, Noruega, Dinamarca o Suecia-, Werner indicó que la comparación es complicada porque el grado de avance del periodismo investigativo en el continente europeo es mucho mayor. Aclaró que se realizan investigaciones periodísticas en mayor cantidad y profundidad, ”por lo tanto, es natural que existan episodios contra periodistas de manera mucho más asidua”, comparó.
En el último informe de Cainfo, publicado en abril, se constata una tendencia creciente de juicios a periodistas, y Werner comentó que esto se observa en países en los que “se han despenalizado los delitos de comunicación, por ejemplo España, entonces se elige una vía diferente de hostigar a periodistas”. Esto constituye llevar a cabo demandas de carácter civil, que implican grandes costos económicos y personales, además de la posibilidad de un desprestigio profesional.
Consultado por la situación uruguaya en la época del asesinato de Cabezas, Werner respondió que el caso no tuvo grandes efectos en Uruguay, ya que la agenda mediática nacional estaba concentrada en los casos de corrupción y juicios vinculados al cierre de bancos financieros. Sostuvo que “aún así, hubo episodios de violencia, pero ninguno con la gravedad del caso de Cabezas”.
José Luis Cabezas
El fotógrafo y el cartero: El crimen de Cabezas, documental estrenado en Netflix y dirigido por Alejandro Hartmann, consiste de 106 minutos que abarcan, con minuciosa exhaustividad, archivo, relato y calidad cinematográfica de primera, un hecho que marcó un antes y un después en la historia del periodismo argentino.
En 2022 se cumplieron 25 años de un crimen cargado de dolor, lucha política, corrupción desmedida e impunidad. El asesinato de Cabezas es el claro ejemplo de lo peor que le puede suceder al periodista: morir por cumplir su rol. Representa la punta de una carencia que sufren todos los países, especialmente los latinoamericanos, que es la amenaza mortal al periodismo ético. Es la máxima expresión de todo ello.
Reportero y fotógrafo de la revista Noticias, Cabezas se convirtió en un mártir e ícono del periodismo argentino. Sin spoilear mucho la historia contada en el documental -se recomienda verlo- para aquellas personas que no la conozcan a fondo, Cabezas fue asesinado por un conglomerado corrupto entre la policía bonaerense y el peor tipo de empresariado. Fue amenazado antes de su muerte y se demostró que su asesinato fue planeado premeditadamente durante un gran período temporal.
¿Qué podrá haber hecho Cabezas para merecer ese final? En 1995, el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, había acusado al empresario Alfredo Yabrán de ser una suerte de líder mafioso, protegido política y judicialmente. Cabezas le sacó una foto aunque él no haya querido ser fotografiado, expuso una cara que quería permanecer anónima, convirtió un nombre público en una persona pública. En este sentido, su actuar no fue gratuito ni mucho menos inexplicable; a Cabezas le pasó lo peor que le puede pasar a un periodista.
25 años después de uno de los hechos más aberrantes del periodismo argentino y regional, nuestro continente sigue siendo protagonista de un flagelo que obstaculiza el verdadero desarrollo de las naciones. Desde situaciones relativamente no tan graves como tienen países como Uruguay o Chile, hasta otras totalmente alarmantes como México, Venezuela, Colombia ¿Qué nos dice esto de nuestras naciones? Razones por las que seguimos siendo catalogados como países subdesarrollados, “del tercer mundo”, puede haber muchas. Esto no ayuda.
De la mano del ataque y amenaza al periodismo libre y la libertad de prensa, se le suma la impunidad sistemática, que lleva a los casos más graves de América Latina a estar lejos de la situación deseada. Actualmente, tanto autores materiales como intelectuales, del asesinato de José Luis Cabezas están libres, y los que no, murieron sin pagar por sus crímenes. Uno de ellos dijo que el poder es tener impunidad. Procuremos que se consagre la justicia, el periodismo puramente libre y ético, y la memoria.
No se olviden de Cabezas.