Este país es más que Cartagena y Medellín, café, sales, Miss Universo y música: lo que está pasando en Colombia no es lo que se está viendo. “El país más acogedor del mundo” como destino vacacional no es tal para sus ciudadanos residentes. Colombia muestra lo imposible como algo cotidiano y común. Como su eslogan turístico: es realismo mágico.
A fines de abril, miles de colombianos salieron a manifestarse contra la reforma tributaria propuesta por el actual presidente Iván Duque, quien asumió el cargo en 2018 por el partido Centro Democrático. Disfrazada como la “Ley de Solidaridad Sostenible”, esta reforma -o “el paquetazo” para sus discrepantes- planteaba recaudar 2% del Producto Interno Bruto -unos 6.850 millones de dólares- a través de nuevos impuestos para aliviar las presiones de la deuda externa y preservar el rating crediticio. El país está endeudado por buscar fondos para poner en marcha empresas y no ajustarse al programa del Fondo Monetario Internacional (FMI), pero también por subsanar políticas y situaciones desacertadas de los gobiernos, la industria y el sector financiero. 74% de la recaudación para saldar esta obligación económica provendría de los ciudadanos y el resto de las empresas. Las protestas también son en contra del abuso policial.
Bajo el nombre Paro Nacional, las movilizaciones surgen desde el seno de los sectores más vulnerables, que, impulsados por un profundo enojo hacia la policía nacional, exigen una agenda de derechos y el cumplimiento de los acuerdos de paz que en 2016 firmaron el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). A pesar de que el autoproclamado y poco representativo Comité de Paro parece cargarse al hombro las protestas, las actuales manifestaciones no tienen un líder ni una cabeza visible. Gustavo Petro, del partido Colombia Humana (centro izquierda), es el político más influyente de la oposición y convoca pero no participa de las marchas.
Sería ingenuo pensar que lo que se ve en las portadas de los diarios es todo lo que hay. Quien ve dirige la vista, pero quien observa la detiene. Detener la mirada es lo menos común en las sociedades del scroll down, donde la acción de deslizar el dedo por la pantalla del celular se lleva consigo el grito virtual de un país. Las publicaciones de redes sociales son entretenimiento; la verdadera fuerza y significado de un hashtag se pierde cuando se vuelve redundante y se lo vincula a contenidos que nada tienen que ver con su causa.
Los medios de comunicación, sobre todo los noticieros que se consultan con frecuencia en Colombia, tienen una agenda clara a favor del gobierno y muestran exclusivamente las consecuencias negativas del paro y su vinculación con el vandalismo, que ataca el proceso económico del país. Es la forma de deslegitimar la protesta y volverla solamente el resultado de una “violenta” ola de progresismo.
El gobierno afirma que las movilizaciones están infiltradas por grupos al margen de la ley, milicias guerrilleras y bandas criminales, entre otros. Los periodistas se encuentran en la encrucijada de informar los dichos del presidente, aún cuando saben que, en la mayoría de los casos, no son ciertos. Ni los mismos medios saben con certeza lo que sucede en Colombia. Las redes sociales se prestan para el bombardeo de noticias falsas, pero a la vez es el único escenario donde Cali y el resto el país pueden gritar al mundo. Por fortuna, la transmisión en vivo de Instagram se volvió una ventana que enseña la realidad, pero tampoco está a salvo del control: el contenido comenzó a ser denunciado tantas veces hasta que el algoritmo de las redes lo detectó como spam y comenzaron las censuras.
Llueve sobre mojado
Aunque hoy se manifiesta para salir adelante, el contexto sólo se entiende al mirar hacia atrás y observar la violencia que surge de la confrontación de guerrillas comunistas contra el Estado, enfrentamientos perpetuos pero siempre renovados.
Nadie en el país cafetero llama “estallido social” a estas protestas. Las movilizaciones se remontan a 2019, cuando parte de la fuerza pública bombardeó un campamento guerrillero y asesinó a un grupo de niños que se encontraba en el lugar. Este suceso fue filtrado a la prensa por el congresista Roy Barreras y ni el Ministerio de Defensa ni la Presidencia de la República se pronunciaron al respecto. Este tipo de prácticas no son nuevas y, por ejemplo, fueron presentadas como bajas en combate entre 2002 y 2008, durante gobiernos del liberal Álvaro Uribe Vélez.
Estas estrategias eran conocidas en la jerga militar como “falsos positivos” y las botas de caucho fueron el sello de estos asesinatos. Como existía la idea de que la mayoría de guerrilleros usaban ese calzado, los militares vestían los cadáveres de civiles para montar una falsa escena de combate. Pero en algún descuido, las botas fueron puestas en el pie equivocado, por lo que familiares de las víctimas se dieron cuenta. Sin embargo, el gobierno siempre apoyó la versión de la fuerza pública.
Desde hace muchísimo tiempo, el nivel de abstencionismo electoral en Colombia es muy alto. Como no son obligatorias, en las elecciones nacionales vota entre 30 y 40% del electorado. En la actualidad, Duque solo cuenta con 30% de aprobación, lo que también explica el descontento. Las próximas elecciones presidenciales serán en mayo de 2022 y la situación actual podría ser el puntapié para que se vuelvan una solución al conflicto.
De día Cali, de noche el infierno
Cada noche se baila un ritmo nuevo, pero así es como se baila en Cali. La ciudad capital del Departamento Valle del Cauca está militarizada y, en consecuencia, existen violaciones al orden público. En este tiempo hubo denuncias de heridos, desaparecidos, abusos y muertes.
— Cali es Ciudad Gótica; de noche se escuchan ambulancias, suenan los teléfonos, hay humo por todas partes. Una camioneta blanca pasa y dispara. Mi compañero de al lado ya no aparece, estoy llamándolo y no sé dónde está. Cuando me llama está muy asustado, porque le dijeron que lo iban a tirar en una tina con ácido para desaparecer el cuerpo. Hay reporte de gritos en la estación y en grandes fincas. Hay gente cavando tumbas— contó José*, defensor de Derechos Humanos (DDHH) en Colombia.
Cuando se va el sol, la llamada sucursal del cielo es dependencia del infierno. En las calles hay más gente en el día que durante la noche y se aprovecha esa ventaja para empuñar el arma y disparar. También cortaron los servicios de luz e internet en los momentos más álgidos de la protesta: la única forma de maquillar lo que pasa en Colombia frente al mundo.
— Nos dan como a ratas— amplía José.
La universidad está en paro. Mucha gente perdió el trabajo, pero todo esto ya se ha normalizado. Los habitantes de Cali tratan de buscar un mínimo rayo de esperanza y se cobijan en lo único en lo que todavía confían: otro caleño. De día pueden vivir; cuando se ven por la calle cuentan: “Perdí el trabajo”. Enseguida llega la respuesta: “Parce, yo también”, entonces, se abrigan en un abrazo solidario que con el correr de los días se extiende a más personas.
—Realmente, no es fácil descargarse. Llegar a la casa, acariciar al perro, tranquilizarse un momento y luego seguimos otra vez en la batalla. Estamos sucios, sin comer, pero vamos donde sea.
José pertenece a una red colombiana de protección de DDHH que trabaja en lugares donde su vulneración se registra con frecuencia. Fijan puntos de control desde donde reportar estas faltas de lesa humanidad. El Estado es el responsable número uno de que se violen los derechos de los ciudadanos y no hace mea culpa. Contra eso se pronuncia el clamor popular.
—La gente ha decidido reclamar en la noche, se quedan hasta tarde diciendo “la noche también es mía, no de ustedes”— contó Nicolás*, estudiante universitario.
A través de las redes sociales los colombianos se expresan de formas antagónicas. En simultáneo, una red de DDHH transmite por Instagram cómo sus miembros de chaleco y gorra azul asisten a un grupo de manifestantes heridos, mientras en Twitter otro colombiano pide recomendaciones sobre qué ver en Netflix. De esta misma forma, existe quien acompaña y quien cuestiona las manifestaciones, lo que vuelve aún más confuso el panorama para la mirada ajena. Pero es indudable que las descripciones de José encienden las alarmas.
Apagar un incendio con gasolina
—Incluso viendo el carnet, la remera y gorra azul, al Esmad [Escuadrón Móvil Antidisturbios] no le importa la gente de [organizaciones de] DDHH — opinó Eduardo*, integrante de la primera línea en las filas de manifestación.
Organismos y organizaciones internacionales de DDHH tienen puesta la mira sobre el Esmad, ante los excesos denunciados durante sus operativos en el Paro Nacional en Colombia. Se creó en 1999 con el propósito de apoyar a las unidades policiales, que se habían visto superadas frente a las perturbaciones del orden público promovidas por manifestaciones de estudiantes, trabajadores, campesinos, raspachines -trabajadores del sistema agroindustrial de la coca que se encuentran en condiciones desfavorables-, entre otros.
Según la Policía Nacional de Colombia, el Esmad depende del Comando de Unidades Operativas Especiales y está integrado por personal entrenado y capacitado. Su labor es la de controlar disturbios, multitudes y bloqueos para combatir el terrorismo y la delincuencia, en busca de restablecer los derechos y libertades públicas. Desde 2017 está vigente el Manual para el servicio de Policía en la atención, manejo y control de multitudes para el comportamiento del servicio en manifestaciones y control de disturbios. Según sus instrucciones, la intervención del Esmad debería ser la última opción para establecer las condiciones de convivencia y seguridad ciudadana. Antes de llegar a ese punto deben agotarse todas las instancias de diálogo y mediación con las autoridades.
Este manual establece el armamento con el que puede contar el Esmad: especifica que no portarán armas de fuego y sí fusiles lanza gas, gases lacrimógenos, granadas de humo y de aturdimiento. Estas armas se denominan “medios de control de disturbios” y son de menor letalidad; están permitidas por la normativa internacional de DDHH, aunque producen afectación temporal de las mucosas e imposibilidad de abrir los ojos. Sus formas de uso también están allí reguladas: los lanzamientos de cartuchos solo pueden ser parabólicos, rasantes o rastreros, para evitar que caigan directamente sobre la multitud y ocasionar lesiones. Los oficiales deberán sobre todo tener en cuenta la normativa internacional en materia de DDHH, que contempla, entre otras cosas, que se respete y proteja la dignidad humana. Podrán usar la fuerza sólo cuando sea estrictamente necesario y no cometerán actos de corrupción.
Una cosa debería estar clara: el uso de la fuerza debe ir de menor a mayor y su aplicación ni siquiera debería pensarse en circunstancias de protestas. La cantidad de personas heridas y muertas que resultan de las manifestaciones tienen que ver con que el Esmad no se adhiere al cumplimiento del reglamento, algo que nadie más que las organizaciones de DDHH le reclama. Podría ser consecuencia de negligencia, pero también de una intencionalidad para hacer cumplir la ley, que establece que la fuerza y las armas de fuego deben utilizarse solamente cuando otros medios resulten ineficaces o no garanticen el resultado previsto.
—La guerra tiene sus normas, pero hay ciertas líneas comportamentales que no se respetan. Tenemos registro de que estas armas no letales han afectado la vida, los gases que usan provocan vómitos y diarreas, y han asesinado. Un compañero que recibió una lata de gas en su cabeza falleció por muerte cerebral. En otro caso, un neonato muere por asfixia por el gas. En otro, una jovita muere de un infarto provocado por los gases. ¿Realmente son no letales? Además, están usando armas de fuego, balas de plomo, contra los manifestantes. El exceso siempre es extremo—, afirma José.
¿Por qué las redes de DDHH no se detienen a pensar en que los sujetos detrás de los carros blindados, las armaduras, los escudos, el pelotón y las armas, son también humanos? Porque “ellos ya están resueltos”. “¿Nosotros qué tenemos? Un chaleco de una tela muy delgadita y nos atraviesan las balas, nos golpean los gases, hemos tenido muchas situaciones donde salimos heridos o heridas”, explicó José a Sala de Redacción.
—El Esmad es lo peor que yo he visto en mi vida. Ojalá fueran robots y uno dijera: hay que matarlos y destruirlos. Pero lastimosamente son personas, son humanos que pareciera que no tuvieran sensibilidad— expresó Eduardo.
Todas las fuerzas policiales parecen estar concentradas en manos del gobierno. En Colombia, a pesar de tener un Ministerio de Defensa, la Constitución Política establece que el Presidente de la República es el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, lo que le atribuye la potestad de dirigir y disponer de la fuerza pública. A nivel regional lo hacen gobernadores y alcaldes. El Esmad actúa bajo sus órdenes a través de los comandantes regionales, las metropolitanas o los departamentos de Policía.
— La orden es directa: disuadir la protesta de cualquier forma— afirmó José.
El Estado también pasa por encima de los agentes del Esmad. La Policía no tiene cómo hacer un reclamo sobre el trato hacia las manifestaciones sociales, porque están ceñidos a las políticas del gobierno. El oficial que se haga a un lado o no acate la orden por estar convencido de que la Policía no debería prestarse para eso, porque recibirá cargos.
— Se plantea como si fueran vigilantes de una gran empresa que les paga por defender el gran capital de ese empresario— consideró José.
Abuso a sueldo
“¡Cumpla la orden! ¿O se quiere ir para la zona roja? ¿O quieren que lo trasladen? ¿O quiere que le abra una investigación disciplinaria por desacato directo? ¿Quiere no volver a ver a su familia?”. De esa forma personifica a un superior Sebastián Calderón, ex militar invitado a una de las entrevistas de la serie web Matarife, del periodista, escritor y abogado colombiano Daniel Mendoza Leal. Se trata de una investigación periodística creada para Youtube, que expone los presuntos vínculos existentes entre el ex presidente Álvaro Uribe Vélez con el paramilitarismo y el narcotráfico. Mendoza declaró en una ocasión que temió por su vida, lo que lo llevó a esconderse y mudarse de manera permanente durante meses.
El Esmad funciona como una ficha, y hay alguien que la pone en juego. Calderón es un teniente retirado del ejército, que se atrevió a contar públicamente lo que conoce a partir de su vínculo con las Fuerzas Armadas.
Cuando alguien entra a la escuela militar sufre una transformación psicológica, ya que, paulatinamente, empiezan a meterle un enemigo en la cabeza que antes no existía. “El enemigo es todo lo que sea oposición al gobierno, todo aquel que vaya en contra de sus intereses”, explicó Calderón en el programa. Y es así como “el enemigo” empieza a tomar forma de campesino o de joven universitario que se manifiesta.
En cuanto a capacitación en DDHH e instructivos para el trato civil, Calderón contó que sí recibían clases y les hacían firmar planillas para comprobarlo. Sin embargo, fuera de éstas, el día a día en los batallones era bastante diferente: “Aquí lo que formamos son máquinas de guerra”, le decían. “La dotación de un militar es un fusil 556 Galil y los entrenaron para dar en la diana, en puntos donde se neutralice al enemigo: la sien y el pecho. Estamos hechos para la guerra y nos están presionando para atentar en contra de las personas”, continuó.
Las clases eran dictadas solo para “lavarse las manos”, pero en la praxis era sistemático el intento de introducir terrorismo psicológico en los jóvenes oficiales, a quienes después de pasar cuatro años en la escuela militar les resulta muy difícil recordar que alguna vez fueron civiles. Es tanta la presión que “te llevan netamente a lo que ellos quieren que pienses. Y llega el momento en que uno ni lo nota”, concluye Calderón en la serie.
“Hay muchísimas canciones sangrientas que yo cantaba a todo pulmón: ‘Quiero bañarme en una piscinita, una piscina llena de sangre, sangre subversiva, guerrillera, enemiga'”, tarareó el ex teniente frente a Mendoza Leal. Además, recordó que, alineados en formación, cantaban esa canción cuando iban a almorzar, después de salir de clase de DDHH.
El ex militar admitió haber tenido conductas violentas como consecuencia de su formación. Para él, resultó muy difícil despojarse del odio que le habían fundado sus comandantes y superiores. Lleva un largo trecho deconstruirse y entender que todas las personas del mundo tienen dignidad por su condición de seres humanos.
El servicio militar en Colombia no es ni fue obligatorio cuando se formó Calderón, por lo que nunca fue tarea sencilla conseguir adherentes a las Fuerzas Armadas. Al respecto, el entrevistado en Matarife contó que sus comandantes lo presionaban a salir a los pueblos a buscar jóvenes en los campos para “decirles mentiras”. Para un joven campesino sin demasiadas aspiraciones, que aparezca un uniformado en el portal de su casa para ofrecerle la oportunidad de estudiar o hacer una carrera técnica y ganar un salario mínimo es lo más parecido a un sueño cumplido. “Esto lo hice yo y lo reconozco, bajo la presión de mis comandantes, y con mentiras incorporé a varios muchachos pobres, necesitados. Por Toledo asesinaron a uno y se lo entregué a la mamá muerto”, confesó Calderón.
“Yo diría que el apellido de este gobierno es impunidad”
Desde la primera línea se está al pie de la batalla, por lo que cada paso mal tomado es muerte. En terminología militar, es la primera posición o la más cercana al área de conflictos. Los primeros llevan los escudos y detrás de ellos van quienes devuelven los gases que lanza la fuerza pública. Por último, están los que llevan agua o leche para revertir los efectos de los lacrimógenos, delante de los de primeros auxilios que van al final de la fila para asistir heridos.
—En las marchas, en primera línea estamos atentos y encapuchados, porque el Estado es tránsfuga. Llegan a tomarnos fotos y llamarnos vándalos para que nos judicialicen y nos metan a la cárcel. Por eso tratamos de que no nos reconozcan, pero nunca estamos atacando, siempre manejamos todo con calma— declaró Eduardo a Sala de Redacción.
Por estar en primera línea “no quiere decir que sea un delincuente, un ladrón, porque no soy ninguna de las anteriores. No consumo, no tomo, pero estoy ahí, en primera línea”, concluyó. Él tiene una esposa y un hijo y, a pesar de participar en las manifestaciones activamente, lo hace desde el anonimato. El Eduardo encapuchado no es el mismo que el de la oficina. Sin embargo, el miedo lo acompaña de sol a sol, porque nunca sabe cuándo un enfrentamiento puede ser el último.
Puerto Rellena dejó de ser conocido por relación con la venta de intestinos de cerdos. Desde 2019, el barrio de Cali pasó a ser el punto de encuentro de cientos de manifestantes y también de los de la primera línea. Estos últimos esperaban en el lugar -recientemente bautizado “Puerto Resistencia”- para escoltar a un grupo de estudiantes que se manifestaban por todas las veces que la marcha enlutó por universitarios caídos. A plena luz del sol, un blindado del Esmad apareció en escena. Dieron la voz de alto y pidieron calma: “Vinimos a mirar”. Los de primera línea se pusieron en guardia, pero los manifestantes estaban relajados. “Pensamos que vinieron a supervisar, a cumplir”, narró Eduardo, afligido. El ambiente era tenso. La espera fue larga, pasaron 10 minutos hasta que el primer gas lacrimógeno dibujó su trayectoria en el aire. Muchos de los manifestantes estaban sentados, distraídos, porque confiaron en la palabra de los oficiales. Así, tumbaron la primera línea. También la segunda. “Nos redujeron como 100 metros de los que habíamos tomado y nos dieron como nunca, porque estábamos desarmados”. Este episodio dejó muchos civiles heridos.
—La historia nos ha mostrado que las fuerzas policiales y sobre todo el Esmad golpea y vulnera mucho a las redes de DDHH— lamentó José. Hay una enemistad compleja y es visible.
El 4 de mayo, la red de DDHH a la que él pertenece se encontraba en el sector de La Luna, zona muy concurrida. A pesar de la multitud, se desarrolló una de las confrontaciones más duras que vivió. A las 8 de la noche la policía arremetió contra los manifestantes y dispararon directamente: “20 minutos de bala sin importar quién estuviera allí”, ilustró José. La red tuvo que envolver a la brigada de salud en un cordón sanitario. Afortunadamente, nadie resultó herido. “Uno a uno, nos tocó resguardarnos en los carros que se encontraban en las avenidas cercanas, hasta llegar a un punto seguro y poder trasladarnos al lugar donde estábamos pernoctando”, continuó.
José afirma que en el mismo momento en que los atacaban, una de las unidades de retención inmediata de la fuerza pública atacó directamente a la misión de verificación de la Organización de las Naciones Unidas en otra parte de Cali. Ésta iba acompañada de tres miembros de organizaciones civiles de DDHH, entre ellos la coordinadora de la red de José. “La golpearon, la maltrataron, le jalaron del pelo; dejaron lucir su machismo. Y dispararon en más de tres ocasiones con armas traumáticas [no letales] al cuerpo de la compañera”.
Mañana es víspera del día después
Fiesta de ambidiestros es la sensación
Todos se pelean por una porción
Y cuando vuelve la paz
Una sorpresita másMuchos invitados y nosotros no
Mientras nos enfrentan como distracción
Ya sin poder reaccionar
Luego nos tiran al marSuenan las alarmas, huele a corrupción
¿Qué te hace pensar que sos mejor que yo?
No es tan fácil escapar, alguien te lo va a cobrar
Mañana, quizás pasado mañana,
Pero el destino te lo va a cobrar con furia y con saña
Guante blanco, NTVG.
Hoy, a Colombia no la impulsa la razón, se mueve porque el clamor euforizante de los corazones lleva a su pueblo a marchar por los que ya no pueden hacerlo, a agitar el puño por sus derechos y romperse la garganta al grito de “cuando la tiranía se hace ley, la rebelión es derecho”. Ponen su esperanza en el deslumbramiento del mañana, pero sea cual sea el desenlace, la vista volverá a turbarse después de tanta luz y aparecerá un repentino oscurecimiento.
—Después de que esto pase habrá una cacería de brujas total—, lamentó José. Los integrantes de la primera línea tienen miedo de ser judicializados, por eso cubren sus rostros. La policía, que está identificada, comparte ese mismo miedo. Un destino entre barrotes solo por alzar la voz. En un país en el que manifestar por derechos es sinónimo de vandalismo, ser tildado de terrorista equivale a 30 años de pesadilla.
La voluntad de las redes de DDHH es intentar concretar instancias de diálogo con las autoridades para lograr una transformación real que repercuta en el bienestar de ambas partes, sin recurrir a la violencia. La policía, aún si quisiera, no tiene cómo hacer un reclamo a favor de las transformaciones sociales, porque deben operar a favor del Estado. Unir fuerzas en Colombia resulta muy complicado. “Primero yo, segundo yo, tercero yo”, dice un dicho popular colombiano.
No es más autoritarismo, es más democracia. Ningún proceso de paz se puede dar a través de las armas. Pero las ciudades se mantienen militarizadas, la fuerza pública ataca constantemente. “¿Cómo podemos dialogar si en la calle todavía se están matando?”, cuestionó José, y afirmó: “Hemos aprendido a perder el miedo y la capacidad de asombro”.
Hace falta revisar los protocolos, que se cumplan efectivamente los manuales y resoluciones, saber qué tipo de armamento llevan los oficiales. Prestar atención a cuál es la capacitación en el accionar del Esmad, pero, sobre todo, su capacitación en DDHH. Trabajar sobre cómo entiende a la comunidad y cuál es su rol. No sirve como argumento decir que las piedras, objetos contundentes y artefactos explosivos improvisados con los que en ocasiones los manifestantes también agreden a los uniformados sean considerados objetos que puedan causar lesiones graves. Porque no hay fundamento lo suficientemente fuerte como para justificar el contraataque a la ciudadanía con todo el peso del armamento calificado.
Hasta la fecha, la organización de DDHH cuyos integrantes hablaron con Sala de Redacción registra 73 personas asesinadas y 168 desaparecidos en Colombia, de los que 81 aparecieron con vida y uno muerto. Hay tres personas que continúan desaparecidas y de 83 la red no ha obtenido información. Hasta el momento, se contabilizaron 1.512 heridos, 25 casos de agresiones contra defensores y defensoras de DDHH y 306 detenciones.
“Soy soldado de la patria y un soldado muere soldado. Pero no avalo cuando oficiales o militares se extralimitan en sus funciones. Cuando veo el actuar del ejército que me ve como un enemigo incluso a mí, estoy con la propuesta de los que marchan. Siento como si me fuera a matar el mismo ejército nacional al que le entregué seis años de vida, solo por tener hoy un pensamiento diferente, más humanista, que apoya al pueblo y a los jóvenes”, expresó Calderón a Matarife.
El Estado no será ningún beneplácito divino: el gobierno, cansado de presiones internacionales, por un lado busca la negociación con los manifestantes. Pero por el otro, vende armas y reúne personas en grupos paramilitares para enfrentarse a todo lo que vaya contra su autoridad.
En un país donde todo está en manos de las autoridades gubernamentales, no debería sorprender que los canales tradicionales busquen proteger al gobierno central. Hay un gran sesgo comunicacional que afecta a Colombia y también al mundo.
El 31 de mayo, el Senado uruguayo declaró su preocupación “ante los graves hechos de violencia en el marco de las protestas, que tiene lugar en la hermana República de Colombia”. El escrito, firmado por el senador nacionalista Gustavo Penadés, ratifica que la protesta pacífica es un derecho legítimo, que toda disputa debe resolverse en el marco de las instituciones vigentes y respetar el Estado de derecho.
En las redes sociales, el contenido se mueve de manera emocional. Hay que pensar dos veces antes de enviar. La mirada internacional debe ser muy cuidadosa con lo que divulga, porque la comunidad colombiana confía en su trabajo. “No necesitamos que digan que Colombia entró en dictadura, porque nosotros sabemos que muy probablemente estamos pasando por una dictadura, pero no nos estamos dando cuenta”, concluyó Valentina*, estudiante universitaria. No se calmó Colombia, se censuró Colombia.
-Nosotros hicimos un juramento a la bandera—contó Calderón a Matarife, — maldito, maldito, maldito el soldado que apunte su arma contra el pueblo—.
Yo estuve lavando ropa
“Mientras tanto” – Irene Gruss
mientras mucha gente
desapareció
no porque sí
se escondió
sufrió
hubo golpes
y
ahora no están
no porque sí
y mientras pasaban
sirenas y disparos, ruido seco
yo estuve lavando ropa,
acunando,
cantaba,y la persiana a oscuras.
*Estas declaraciones fueron hechas a Sala de Redacción bajo la condición del anonimato. Con el fin de proteger la integridad de las fuentes y evitar cualquier tipo de consecuencias sobre ellas, cada una es identificada con un seudónimo.
Martina Bayarres y Milene Breito