“No debe ser un impedimento para hacer vida normal”, aseguró la ex odontóloga de la Unidad de Diagnóstico y Tratamiento del Departamento de Especialidades Médico Quirúrgicas (Demequi), María Ramos Valls, en relación a la fisura. La especialista afirmó que “hay muy poca información sobre esta malformación”, pese a que “en Uruguay nacen alrededor de 60 niños al año con malformación labio alvéolo palatina”, según informó a Sala de Redacción.

Esta anomalía congénita se origina antes de la sexta semana de vida intrauterina, cuando alguno de los centros de crecimiento -“cúmulos celulares que indican para dónde y cómo debe desarrollarse el organismo”- se acrecenta menos. En el maxilar superior hay dos centros de crecimiento en la parte posterior -las muelas- y otros dos a la altura de los caninos, explicó, y agregó que “cuando el niño nace, esos tramos no se juntan”. 

La gravedad de cada caso varía en función de cuánto crecen esos centros y se estima que cuando se desarrollan poco la fisura es más grande. Esto puede darse en más de un centro, “cuando se detiene de un solo lado, es una fisura unilateral, cuando dejó de hacerlo de ambos lados, es bilateral”, describió.

La malformación labio alvéolo palatina, según Ramos, es “una alteración del desarrollo que no siempre es heredada”. Además, “si bien no se la considera una enfermedad, sí se considera congénita ya que comienza dentro del vientre materno”. Por otro lado, descartó que la malformación tenga relación con otro tipos de patología. “Está comprobado que no hay interrelación entre estos dos temas. Más del 90% de niños portadores de la fisura son niños sanos”. Por último, señaló que “los niños que nacen con la malformación, se atienden en el Demequi hasta los 19 o 20 años aproximadamente”.

Hay una distinción entre la fisura de labio y la de paladar. “La malformación a veces es sólo a nivel de paladar, lo que genera hendiduras palatinas porque deja de formarse sólo la parte posterior del maxilar, por lo que la fisura no es visible”, explicó Ramos. La fisura, por lo general, viene acompañada de dificultades en el habla, que pueden tratarse con un foniatra.

“El niño con fisura se tiene que alimentar como todos los niños”

Ramos explicó que “cuando nace el bebé, hay que comunicarse con la policlínica del BPS para que en las primeras 24 horas de vida le puedan colocar una placa que funciona como una solución para que el niño pueda succionar y así alimentarse”. Los bebés con fisura “no pueden succionar porque su paladar no tiene continuidad, por lo que hay que darles un piso”, y ese es el rol que cumple esa pequeña placa, a la que Ramos definió como “una dentadura postiza pero sin dientes”. Para Ramos, todos los bebés con fisura deben alimentarse como los demás.

Además, Ramos subraya que “la alimentación no se limita al bebé, también está la mamá”. Y agregó que las madres “sufren muchísimo porque al ser la incubadora de su hijo, sienten la sensación del trabajo mal hecho o el trabajo incompleto. Hay que trabajar con ellas para sacarles esa culpa”.

Sobre este punto, concluyó que para la alimentación de los bebés “se requiere de una mamá que esté emocionalmente apta, que quiera y no tenga miedo”. Pero “en el caso de que el niño no pueda amamantar, con el biberón se puede alimentar perfectamente”. Ramos también detalló que “la costumbre de hace unas décadas era alimentarlos mediante una sonda”, ya que “se creía que no podían comer hasta que no los operaran; hoy esa creencia perdió sustento”.

El proceso

La odontóloga resaltó que “esta malformación no puede prevenirse pero sí detectarse y se puede hacer un diagnóstico prenatal porque se ve con facilidad”. Y resaltó que “es de diagnóstico clínico, es buscarla y verla”.

En el Demequi, contó Ramos, “los bebés con fisura empiezan a ser operados cuando tienen entre tres y seis meses”. Allí se les hace el primer cierre de labio y luego, cuando tienen alrededor de 1 año, se les cierra el paladar. De esa forma, el niño no requiere de prótesis ni aditamento, a la espera de que los dientes le empiecen a salir. Ramos afirmó que a esa edad “el bebé tiene un desarrollo y alimentación normal, como todo niño”.

A partir de los 3 años, se les hace un tratamiento ortodóncico para generar el espacio y dejar el maxilar en buena condición. Y entre los 3 y los 4, es intervenido quirúrgicamente para hacerle un “injerto óseo, con huesitos de su cadera”. Ramos dijo que “hacer el injerto cuando el niño es más grande genera un problema, porque el desarrollo del maxilar se vuelve más lento y después repercute”. Sobre esto, explicó que “al hacer los injertos temprano, el éxito es rotuno. Cambiamos el protocolo, ya que antes el injerto se hacía entre los 7 y los 8 años”.

Cuando las personas terminan de desarrollarse, entre los 15 y los 19 años, se comienza la etapa de las cirugías estéticas: “el pulido de cicatrices y una cirugía plástica de nariz”. Las operaciones son un aspecto que preocupa a las madres, y sobre esto Ramos expresó: “las mamás te preguntan si va a ser normal, y yo les digo que normal ya es. Tienen esa condición, que la tendrá toda la vida, y se le verá más o menos, tendrá más secuelas o menos, pero es como cualquier niño”. 

La especialista remarcó la importancia de que los niños sean fuertes emocionalmente, tanto para enfrentar las cirugías como para enfrentarse al mundo. “Si el niño va a la escuela y la maestra no lo entiende, el niño va quedando para atrás y no aprende, se limita, y se va metiendo para adentro, aislándose de los demás”, contó Ramos. El gran desafío es lograr los mejores resultados posibles en las operaciones: “con eso, hay un ‘discapacitado social’ menos, y una persona y una familia feliz”, ya que “los niños nacen todos iguales, la diferencia son las oportunidades que se les da”, subrayó.

Las personas que nacen con fisura, además de necesitar tratamiento odontológico y quirúrgico, necesitan de acompañamiento psicológico para sobrellevar los posibles daños ocasionados por las cirugías, y asistencia foniátrica para lograr una mejor dicción y desempeño a la hora de hablar.

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