Maxi es un muchacho de barrio. “Me encanta el fútbol”, repite, y esa frase marca su vida; sea con la camiseta que sea, siempre juega para ganar los partidos más complejos. Con su voluntad, resultó victorioso tras jugar el partido más difícil de su vida. Hace tres años jugaba al fútbol en cuarta división y vestía los colores del Club Sportivo Miramar Misiones, que compite en la Segunda División Profesional uruguaya. El partido que le cambió la vida se jugó un sábado, de visitante, cuando el cuadro rival era el Club Atlético Rentistas. A los diez minutos del primer tiempo, Maxi fue en busca de una pelota cuando un compañero del cuadro rival apareció por atrás y lo empujó; esto provocó una caída sobre su codo izquierdo, que se salió de lugar.
Los médicos lo llevaron al vestuario, lo atendió personal de la ambulancia de SUAT; para reducir la inflamación y el dolor, le inyectaron en su brazo derecho diclofenac en vena cuando era intramuscular y sin haber sido diluido en suero. Relata que el pinchazo provocó que se le quemaran las tres venas principales del brazo: intermedia, cefálica y basílica.
Después de recibir la inyección sintió que el ardor le quemaba el brazo. Se le inflamó y estaba rojo. Se sentía peor del brazo en el que le habían dado la inyección que del izquierdo, donde tenía el codo fuera de lugar. Terminó en el Centro Hospitalario Pereira Rossell. “Ahí empezó todo para peor”, cuenta. El brazo se hinchaba cada vez más y su extremidad izquierda estaba enyesada por la lesión que sufrió en la cancha. Ese día recibió el alta, pero sentía que su brazo no estaba del todo bien. A la noche comenzó a enfriarse y tenía un “hematoma todo feo, negro, estaba mal”, recuerda. Por este motivo regresó al hospital; estuvo cuatro días internado en CTI y le diagnosticaron una trombosis física en el brazo.
En ese momento presentó una leve mejoría, pero la herida del pinchazo no sanaba: estaba abierta, infectada, no cicatrizaba, rememora. Estuvo un mes yendo al hospital para limpiar la herida, hasta que finalmente se curó.
Después de este episodio, Maxi empezó su pre temporada de fútbol: “Arranqué normal, pero había perdido toda la masa muscular del brazo, me lo arruinaron, me lo arruinó ese pinchazo; al realizar movimientos se me cansaba y se me ponía frío; iba al médico, le explicaba lo que me pasaba y no me daban una opción de nada”.
Un proceso duro
Un día, Maxi decidió ponerse a elaborar la comida que mejor le queda, pero en un momento se hizo un pequeño corte en el pulgar de la mano derecha que nunca cicatrizó. El dedo se le necrosó, se le cayó la uña y poco a poco se aproximaba una fuerte tormenta. Llegó el día en que le hicieron una operación para amputárselo; luego su dedo índice sufrió el mismo proceso. Durante un año, Maxi fue perdiendo los cinco dedos de la mano, atravesó 15 cirugías con anestesia general y cada vez que le amputaban los dedos limpiaban las heridas de las operaciones anteriores porque ninguna lograba cicatrizar.
“A lo último, la mano la tenía chiquitita, en cada dedo tuve 10 operaciones que me lo limpiaban y me lo cortaban de vuelta, porque no cicatrizaba, estaba necrosado; la mano estaba muerta, no le llegaba sangre”, dijo Maxi.
Con altas momentáneas de por medio, en total estuvo nueve meses internado en el sanatorio Casa de Galicia, donde los médicos le indicaron morfina y tramadol cada pocas horas porque no lograba soportar el dolor de la mano, que estaba inflamada. “No podía dormir del dolor, eso fue lo peor de todo. 2016 fue un año en el que la pasé horrible”, resume.
Pero, en vez de mejorar, su mano empeoraba. “Pasé mil operaciones, me pusieron un bypass y no sirvió de nada, hicieron mil cosas para salvar la mano y yo también quería salvarla, pero no pude”. Sin rendirse, Maxi, buscó otras alternativas fuera del país, viajó a Buenos Aires, Argentina, a una clínica para ver si encontraba una solución, algo que no tuvo éxito porque no le aportaron información nueva.
Con todas sus fuerzas luchó para salvar su mano, pero la necrosidad del brazo se le extendió hacia arriba y, antes de perder todo, Maxi reflexionó y dijo: “Hasta acá llegué, yo quería la mano pero a lo último no aguanté más”.
Los médicos le realizaron estudios para constatar hasta dónde llegaba la sangre en su brazo y comprobaron que llegaba hasta el codo. En la intervención para amputarle el brazo, el cirujano decidió arriesgar a intervenir de a poco: si encontraba circulación antes del codo iba a suturar en la zona, y decidió hacerlo por debajo del codo. Si bien allí no llega la circulación, Maxi explica que su brazo se congela del codo para abajo, que el invierno para él es terrible porque el frío le genera mucho dolor, que aumenta cuando hace ejercicio, aunque esta última operación terminó con la necrosidad.
Era su brazo hábil, fue todo un proceso acostumbrarse a realizar las tareas con la mano izquierda y, entre risas, menciona que “ahora para volver a escribir parezco un botija de cinco años escribiendo con la zurda”.
Después de su recuperación, Maxi empezó una demanda contra SUAT. Inició el proceso hace siete meses y su abogado dice que es un juicio que tiene todas las de ganar. Por su parte, SdR consultó fuentes médicas que opinaron que se trata de un caso de mala praxis.
Retorno a la normalidad
Las veces que le dieron el alta momentánea, Maxi llegaba a su casa y se iba a jugar al fútbol al campito con sus amigos, incluso cuando le fueron amputando sus dedos no le “importaba nada”, relata. Cuando todo terminó, a la semana ya estaba de nuevo en las canchas, no quería perder la costumbre de jugar con sus amigos.
Actualmente juega al fútbol sala, entrena por la mañana, es director técnico de un cuadro de baby fútbol y con mucho orgullo dice: “Nunca voy a dejar el fútbol, me encanta el fútbol, me encanta entrenar gurises”. Su sueño es jugar para un cuadro de la A en el que pueda tener un contrato.
Ahora retomó su vida normal y afirma que lo que más extrañó fue dormir: la noche que finalmente logró descansar volvió a nacer, asegura.
Maxi envió su currículum a algunos lugares en busca de trabajo para tener otra entrada; lo han llamado de dos supermercados para entrevistarlo, pero no obtuvo el puesto a causa de la situación en su brazo. “No me dejo estar. Yo en mi casa me hago todo, no le pido nada a nadie, a veces le pido a mi hermana que me ate los cordones, pero más nada”, sostuvo.
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La familia de Maxi estaba muy enojada con el SUAT y también con Miramar Misiones, porque el club ni siquiera le dio cobertura mutual ni costearon los medicamentos: “No me pagaron nada, me dejaron en la calle y yo jugando para ellos al fútbol”, afirmó. Cuando su cuadro anterior, Montevideo Wanderers, se enteró del caso, decidieron pagarle la mutualista Casa de Galicia.
“Mi familia la trató de llevar normal, igual que yo, me daban para adelante y tenía lo que precisaba, mi familia siempre estuvo ahí. Mis hermanos y mi padre se quedaban a dormir conmigo allá en el hospital. Ese año la sufrí; cosas que no pensás que te van a pasar… te pasan”.
Hoy Maxi, sin importar qué tan duro sea el recorrido, le pone el pecho a los problemas, saca lo mejor de ellos y sonríe.
Legalidad
Marcelo Barbato, de la Comisión de Seguridad del Paciente del MSP, planteó que la mayoría de los casos de mala praxis médica no llegan a juicios; si bien hay un crecimiento en las denuncias, no todas resultan ser específicamente una mala práctica. Desde la Comisión se busca diseñar planes y generar herramientas para minimizar las posibilidades de ocurra este tipo de fenómenos. Los errores más frecuentes se producen en el diagnóstico y en los medicamentos, por lo cual se hace énfasis en herramientas para que estos casos no se reproduzcan. La mayor equivocación se encuentra vinculada a la medicación, por lo cual trabajan en la forma en que se administran, dispensan y almacenan estos medicamentos.
SdR realizó un pedido de acceso a la información pública al Poder Judicial para saber qué cantidad de juicios civiles y penales hubo en los últimos tres años por mala praxis médica y qué instituciones eran las más demandadas. El Poder Judicial contestó que “no sistematiza sus datos según el contenido de cada causa en particular”.
SdR conversó con Eduardo Aranco, abogado y especialista en juicios de mala praxis médica. Su estudio, Aranco & Asociados, trata de darle compresión a la víctima y familiares, quienes generalmente llegan con un importante sentimiento de frustración y angustia, explicó, y destacó que tratan de mantener la objetividad al llevar adelante los casos.
En cuanto a las soluciones, Aranco explicó que, en primer lugar, se puede buscar un acuerdo extrajudicial entre la institución de salud y el paciente, por un monto económico acorde al daño generado. Por la vía judicial, se puede iniciar un juicio civil para obtener una indemnización por daños y perjuicios. Otro mecanismo es hacer una denuncia penal y también se puede presentar una denuncia ante el MSP, vías que buscan sancionar al centro de salud o al médico, que podrían desencadenar en la inhabilitación del título. Todas estas vías no son excluyentes y se puede hacer más de una a la vez.
Según Aranco, no existe una prevalencia de los casos que se dan en mutualistas privadas respecto a las instituciones públicas. Asímismo, no ha notado un aumento del fenómeno en los últimos años. Aranco & Asociados atiende anualmente entre ocho y nueve casos, pero cada juicio suele ser muy largo, con una duración de unos cuatro años, dijo el abogado. Sin embargo, no todos los casos llegan a esa instancia. El abogado explicó que el estudio recibe mensualmente entre tres y cuatro consultas, pero que, muchas veces, por motivos de costos o por desánimo, las personas no continúan con el proceso; en otros casos, no reúnen los elementos para que se considere una responsabilidad médica.
Para identificar que hay un caso de mala praxis no basta con que exista un error médico, sino que tienen que darse otros tres elementos: que el error sea inexcusable, lo que implica que se cometió con culpa; tiene que haber negligencia, imprudencia; y tiene que identificarse un nexo causal, comprobarse que el daño que se produjo es consecuencia del accionar médico.
Autora: Sadia Baudino