Se abren las puertas de la FIC y el ascensor principal está rodeado con las fotos de los rostros de uruguayos desaparecidos. Walter Zeballos y Mario Mujica sonríen y se emocionan por el homenaje. Ya en la biblioteca, quedan impactados con el edificio. “Esto es impresionante”, dice Mujica, mientras que Zeballos se sumerge rápidamente en los libros.
Siendo adolescentes Mujica y Zeballos estuvieron recluidos en el Instituto Álvarez Cortés, dependiente del Consejo del Niño (hoy INAU), en diferentes momentos. Se conocieron hace apenas unos años cuando fueron convocados por las mujeres expresas del hogar Yaguarón. “Éramos una cantidad grande de compañeras y compañeros que nos juntamos y ahí fue que apareció la idea de formar el grupo de la memoria del Álvarez Cortés”, contó Zeballos.
El Instituto se encontraba donde hoy es el predio de la UTU de Malvín Norte y el club de baby fútbol Alumni. Los expresos políticos del Álvarez Cortés, que se conformaron como colectivo en 2023, lograron en 2024 que el predio sea declarado sitio de memoria. Su objetivo es dar visibilidad a un lugar “que fue un centro del horror”, sostuvo Mujica. Instalaron una placa y plantaron un roble blanco, símbolo de la libertad en la cultura vasca.
Centros del horror
En abril de 1975 Zeballos estaba en su casa de Treinta y Tres cuando los militares lo detuvieron y llevaron al batallón de Infantería Nº10 en el mismo departamento. Allí, junto a un grupo de 25 adolescentes, estuvo preso durante un mes por causas políticas, viviendo todo tipo de torturas a pesar de que eran menores.
Los trajeron desde el interior a Montevideo, encapuchados y con las manos atadas. “Era una noche de mucho frío”, recordó Zeballos visiblemente emocionado. Durante el período que estuvieron detenidos no los avaló el Código de Menores porque no existía una pena por la cual procesar a niños o adolescentes por causas políticas. Entonces pasaron “por la órbita de la justicia militar”, afirmó. Algunos quedaron en libertad vigilada en acuerdo con sus familias y otros fueron llevados al Consejo del Niño: “las compañeras fueron al hogar Yaguarón y los varones fuimos al Álvarez Cortés”, comentó.
“Creo que el caso de Treinta y Tres es emblemático porque es uno de los pocos de los cuales hay registro y documentos”, comentó Zeballos haciendo referencia al libro Crónica de una infamia, de Mauricio Almada, que relata el secuestro de los 25 adolescentes olimareños integrantes de la Unión de Juventudes Comunistas y el operativo de prensa que llevó adelante la dictadura para difamarlos. Además “verifica que Gregorio Álvarez participó en la planificación del caso”, sostuvo el expreso político.
A Mujica lo detuvieron en 1974 en una calle de Montevideo a la salida del trabajo. Tenía 16 años. Lo trasladaron al “Enlace Nº5 de inteligencia” (Servicio de Inteligencia y Enlace). Allí eran 9 varones y 9 mujeres. “Recibimos lo básico que se le hacía a la gente en la época; la capucha, el plantón, la paliza, eventualmente el submarino”, mencionó. “La tortura era para obtener información, información que ya tenían. Así que pensábamos que lo hacían por deporte o para ‘curarnos’”, afirmó.
Después de unos días, un juez de menores internó a las mujeres en la congregación de monjas “El Buen Pastor”, convenido con el Consejo del Niño, y a los varones en el instituto Álvarez Cortés: “terminamos allí como un lugar de depósito”. En el Álvarez Cortés había niños de 5 años hasta adolescentes de 17. Estaban todos juntos, no había separación por edad. Convivían los niños abandonados junto a los menores infractores. “No había criterio para separarnos, lo único que se distinguía era si eras primario”, relató Mujica.
El instituto tenía tres zonas de reclusión. En un primer piso de lo que hoy es la UTU estaban los “peligrosos con alguna muerte encima” y en la planta baja ubicaron al resto. Recuerda Mujica que había contacto entre todos los presos que estaban en la UTU, y que para bañarse tenían que subir al primer piso -donde estaban los presos peligrosos- en una situación que los dejaba en extrema vulnerabilidad, por lo que subían a ducharse acompañados de a dos por el terror de lo que pudiera llegar a pasar.
La tercera zona era un pabellón de seguridad “con presos que no dejaban salir al recreo, en muy malas condiciones de reclusión”, comentó Mujica, quien confesó que “sabía que había un pabellón de seguridad” pero nunca supo dónde se localizaba. Hace dos años, se enteraron que ese lugar es donde funciona ahora el club Alumni. Era el sitio donde se encontraban las celdas de seguridad, donde los ponían en solitario, durmiendo en el hormigón sin colchón y sin luz natural. Hoy en día todavía se pueden ver las celdas en el Club.
“Ahora estamos trabajando sobre el club Alumni con la connotación de que es un sitio de memoria, un sitio donde las paredes cuentan una historia. Nosotros queremos que se sepa cada vez más qué fue lo que pasó ahí y cómo la dictadura también se ensañó con los niños y las niñas”, planteó Mujica.
“Las condiciones de reclusión eran horribles, el lugar, la comida, el trato que nos daban los funcionarios”, relató Mujica. Lo que hoy tienen más presente son “los horrores diarios que se vivían allí, las violaciones o los intentos… y el sentirse muy impotentes frente a una realidad que nos pasaba por arriba”. “¡Y lo que veíamos!”, acota Zeballos. “Lo que veíamos”, reafirma Mujica con la mirada hacia abajo.
“De alguna manera había que dejarnos destrozados”
Zeballos recuerda haber estado aproximadamente seis meses en el Álvarez Cortés. Los adolescentes del grupo de Treinta y Tres salieron con la firma de sus padres con la condición de que no participaran en ninguna actividad política. “A pesar del dolor físico, creo que lo que más sufrimos fue el dolor moral”, sentenció.
Los adolescentes de Treinta y Tres fueron presos por haber organizado una convención política en un balneario, pero como “para los militares era un problema justificar que tantos menores estuvieran presos” por un motivo como ese, “crearon un plan en el que decían que allí teníamos campeonatos sexuales y orgías”. Incluso, expuso Zeballos, “a las compañeras se les daba inyecciones contra enfermedades venéreas, como para cerrar el cuento.”
Vivían en un departamento “donde todos se conocían con todos” y con el relato instaurado por la dictadura a través de la prensa “era difícil andar por la calle, sobre todo para las compañeras a las cuales hostigaban por ‘haber estado en una orgía’”, explicó Zeballos. Trabajó en AFE hasta que “se dieron cuenta” que había sido parte de ese grupo y lo echaron. “No podíamos estudiar, no podíamos trabajar”, relató. Incluso cuando obtuvieron la libertad estaban vigilados.
En su caso, Mujica no pudo recuperar el trabajo que tenía antes de ser apresado y tuvo que asisitir a un colegio privado para terminar el preparatorio. “Todos los que estuvimos presos en esa época siendo menores, no podíamos ir más a la enseñanza pública. Tuvimos que ir a liceos privados o escuelas agrarias”, recordó. Se inscribió en el IPA, para hacer el profesorado de historia y le negaron el ingreso. Se anotó en la facultad de Derecho y tampoco pudo continuar. “Ahí estaban rompiéndome otra vez”, señaló.
Zeballos agrega que “fuera de la tortura, el daño que más nos hicieron fue más de tipo moral que otra cosa. Muchos de los presos políticos adultos ya tenían una profesión y cuando retornó la democracia pudieron continuar con sus vidas, pero los presos menores perdieron su vida de estudio. Quedamos en un período totalmente paralizados”. Muchos de sus compañeros no lo pudieron superar y se les complicó la vida. “De alguna manera u otra había que dejarnos destrozados. Ese era el plan”, complementó Mujica.
“Para nosotros la memoria tiene capas como una cebolla”, sostuvo Mujica. Todo “empezó con el tema de los presos políticos, después vino el tema de los rehenes, después se empezó a hablar de las mujeres ‘rehenas’ y se siguen destapando capas de víctimas”, expresó.
Un efecto contrario
Puedo afirmar, dice Zeballos, que “la cana o el Álvarez Cortés nos hizo un efecto contrario”. Tenían ciertas ideas políticas pero no eran dirigentes de primera línea. No habían leído El Capital de Marx. Solo tenían el concepto de que la vida tenía que ser más justa, luchaban por la igualdad, por la educación y contra la pobreza; “todas ideas generales”, afirmó Zeballos.
Pero en la práctica vieron la desigualdad y las injusticias; “¿cómo un niño puede ser violado o cagado a palos?”. Cuando sus compañeros del instituto les contaban sus historias de vida los hacía pensar “que todavía hay muchas cosas que cambiar”. La dictadura y el Álvarez Cortéz, más que solaparlos con lo que vivieron o lo que vieron, les hizo “un efecto contrario” de decir “pucha, no estábamos tan equivocados en lo que pensábamos”, contó Zeballos orgullosamente.
Mantener viva la memoria
“Para nosotros la memoria tiene capas como una cebolla”, sostuvo Mujica. Todo “empezó con el tema de los presos políticos, después vino el tema de los rehenes, después se empezó a hablar de las mujeres ‘rehenas’ y se siguen destapando capas de víctimas”, expresó. Después fue el turno para hablar de ellos —los presos políticos adolescentes—, y luego los niños que estuvieron presos con sus madres o que nacieron en cautiverio. También los niños que descubrieron que sus padres eran torturadores. Aparecieron “diferentes dimensiones de violencia”, añadió Zeballos.
La memoria colectiva, según Mujica, se convierte cuando se narran historias y testimonios de manera vivencial y natural para que los adolescentes de hoy puedan absorberlas. “Tratar de que los jóvenes imaginen lo que realmente pasó. Nosotros íbamos a bailar, teníamos una noviecita, a veces hacíamos una vaca para juntarnos. Les contamos que en ese momento vinieron los militares a buscarnos…”, relató. “Así lo conté hace poco en una charla con jóvenes y me dijeron: ¡No, eso no puede ser! ¡Es lo mismo que nosotros hacemos ahora!”, recordó.
Zeballos añadió que si bien es importante documentar, colocar placas, organizar charlas, lo más importante es que la memoria atraviese a la educación. “Si no logramos eso, se pierde. A la memoria en la educación le falta un concepto de Estado y para eso hay que darle vida, hay que discutirla”, señaló.
“La memoria tiene una relación con lo humano; ¿qué tipo de seres humanos queremos que vivan en nuestra sociedad?. Y eso no empieza en la escuela, empieza en el CAIF analizando la manera en la que se relacionan los niños”. “A partir de ahí es que hay que crearles valores si lo que verdaderamente queremos es que nuestra sociedad funcione como un concepto humano, social y cívico”, cerró Zeballos.
