En las afueras de Montevideo se encuentra Piedras Blancas, un barrio donde la incidencia de la pobreza alcanza cifras superiores al 19%. Fundado a principios del siglo XX y con mucha historia, hoy se caracteriza por la feria de los jueves y los domingos, la Casa Quinta de José Batlle y Ordóñez y la Escuela 119 Campamento. Es en este lugar donde nace el proyecto de Las Águilas, con el propósito de fomentar el deporte y construir un espacio de encuentro desde lo recreativo.
“El objetivo no era formar un equipo; era recuperar un espacio público deteriorado y promover la convivencia”, resalta en conversación con Sala de Redacción Federico Maritán, entrenador de Las Águilas, maestro comunitario de la Escuela 119 y periodista por afición.
Corría 2018 cuando Maritán y su pareja, la también maestra Melina González, convencieron a la Unión de Rugby del Uruguay (URU) y al Municipio F de seguir costeando a un profesor que enseñaba rugby en una plaza de Manga, pero que no contaba con suficientes alumnos para entrenar. A partir de esa coordinación empezaron a asistir a las clases niñas y niños de tres escuelas públicas: la 119 de Piedras Blancas, la 308 de Manga y la 230 de Puntas de Manga.
La experiencia superó las expectativas. En 2019, un grupo de chicas de la Escuela 119 empezó a liderar el equipo y solicitaron jugar partidos de verdad. Lo que en un principio surgió como un grupo mixto se transformó en un espacio femenino que terminó por consolidarse al año siguiente como un club. En ese momento, relata Maritán, “formalmente nos sacábamos la túnica y la moña”.
Ingresar a la URU normalmente conllevaría papeleo y costos, pero en este caso no fue así. En 2021 Las Águilas fueron registrados oficialmente como un club para la Unión de Rugby y se sumaron al rugby comunitario. El rugby femenino en Uruguay no está profesionalizado y se compite de forma amateur. La categoría la integran el Círculo de Tenis (CTM), Trouville, Montevideo Cricket Club y Las Águilas. Actualmente, en la categoría de mayores, el equipo está conformado por 15 jugadoras que asisten a los entrenamientos y partidos; este número puede variar según la categoría.
Maritán subraya que la escuela continúa siendo “el centro de referencia por excelencia para todos los niños, no importa si es una escuela más pobre o más rica”. Cada generación de sexto año prueba el rugby; si se interesan, las adolescentes se pueden integrar a Las Águilas. Para el entrenador, el éxito del club se forja con la identidad que se forma a través de la institución: “Con estas gurisas logramos formar un club, algo totalmente contracorriente de la cultura dominante que dice ‘hacé la tuya’; ellas le están demostrando a la sociedad que Piedras Blancas puede tener cosas muy buenas, como esto”.
Este tipo de oportunidades, además de la gratuidad, reflejan el hecho de que el plantel haya logrado la mayor cantidad de jugadoras menores federadas en el país, algo impensable en el rugby femenino entre los países del Mercosur. Esto llevó a la URU a presentar a Las Águilas como ejemplo ante el ente rector del continente, Sudamérica Rugby.
Desde adentro de la cancha
Entre esas jugadoras que se sumaron con el tiempo se encuentra Milagros Rodríguez. Estudia Derecho en la Universidad de la República, vive en Las Acacias y juega para la categoría mayor. Al contrario de la mayoría de las jugadoras, ella no fue alumna de la 119 y se integró recién en 2024, aunque al principio se mostraba algo indecisa. “Se tiene un poco conocido que el rugby es de gente un poco más ‘cheta’, de un barrio más diferente y eso me tiraba un poco para atrás”, cuenta. Además, no encontraba muchos equipos cerca y pensaba que debía trasladarse más lejos si quería practicar el deporte. Cuenta que un día dio con una publicación de Instagram de Las Águilas y al ver que entrenaban a 15 minutos de su casa, decidió probar.
Con un poco más de un año en el equipo, Rodríguez no duda en mencionar qué es lo que distingue a Las Águilas de los demás clubes, algo que se le puede atribuir en mayor medida a Maritán y González: “Nosotras no pagamos una matrícula, en general no tenemos gastos con el club”. Además, señala que “Melina y Federico siempre están pendientes de que estemos estudiando, que vayamos al médico regularmente, no solamente de lo que se necesita para competir. Han hecho de psicólogos, de médicos, de terapeutas y de maestros; se han partido el lomo por nosotras y lo siguen haciendo”.
“Acá entrenamos todas mezcladas; si juegan las mayores, las M15 y las M17 vamos a estar apoyando, vamos a estar alentando”, dice la jugadora con convicción. Esto se refleja en el escenario de un domingo a la tarde en las canchas de Montevideo Cricket Club, donde se pueden ver jugadoras de todas las categorías alentándose mutuamente, alcanzando pelotas o corriendo para adentro de la cancha con botellas de agua en cada pausa.
A mal tiempo, buena actitud
Sin embargo, el mayor problema sigue siendo el espacio. Entrenan los martes en el Club Social Piedras Blancas, que les presta una cancha de fútbol 5 para poder entrenar y “sin cobrar un peso” . En palabras de Maritán, es una directiva muy joven que está comprometida con el barrio, pero aún así, una cancha de fútbol 5 “está lejos de ser el escenario real de donde vas a jugar”. Los jueves les toca en la Plaza de Deportes N°8, en donde el ambiente es más acorde, pero sigue sin ser realmente el ideal.
Esto es lo que a veces interfiere en mantener una buena asistencia a las prácticas: “Cuesta el mantener un buen número, el que todas vayan a las prácticas, que se mantenga unido en sí el equipo, porque a veces las chicas no van a las prácticas y van a los partidos y es difícil sostener porque no conocés al otro”.
Otro problema es que, si bien toda ayuda es voluntaria, la mayoría de los recursos dependen del bolsillo de los entrenadores: botiquín, materiales, chalecos, pelotas o championes. A veces esto se logra costear con rifas que realizan o donaciones de otros clubes u organizaciones, pero eso sucede en pocos casos.
Jugar para cambiarlo todo
Para Rodríguez, el vínculo formado con sus compañeras y cuerpo técnico es más fuerte que cualquier dificultad que se presente en el camino: “Si me caigo, sé que alguien va a levantarme; yo sé que si vengo con una semana complicada, va a llegar el día de la práctica y voy a sacarlo todo ahí”. Para las jóvenes, el rugby es un espacio para canalizar frustraciones y ansiedades, y actúa como una herramienta para la transformación social: “Muchas de nuestras chicas han tenido problemas personales muy grandes y hoy en día son excelentes jugadoras”.
Maritán coincide en el potencial que tiene el deporte y expresa que, en barrios con problemas de convivencia, el rugby “sube un poco la vara de los valores como la solidaridad y la humildad”. Los objetivos del entrenador son claros: “Estaría bueno que Águilas siga existiendo y poder tener nuestra cancha”.
Rodríguez apunta para el mismo lado: “Queremos seguir creciendo a nivel barrial, nacional e internacional, luchando por el lugar que nos merecemos. Es un lugar a donde ya llegamos, pero queremos seguir demostrando que estamos acá y no nos vamos a ir”, concluye la jugadora.