“Sacrificio, voluntad y conciencia”. Esos son los pilares para el trabajo en el campo según Antonio Moreira, trabajador rural que ha dedicado más de 40 años a labores del campo. Con un tono modesto, comienza la charla advirtiendo que, como peón rural, no es de explayarse mucho al hablar. Él es reservado y yo, por mi parte, tengo que hablar más de lo habitual debido a mi propia timidez, pero logramos mantener una charla muy enriquecedora.

Antonio me cuenta que empieza su jornada desde muy temprano, mientras muchos de nosotros aún estamos dormidos. Cuando es verano incluso madruga más. Se adapta siempre al clima, que rara vez es amable con él. Cuando se trabaja al aire libre, el frío es más intenso y el calor más abrasador. 

“Lo más complicado son las madrugadas, hasta que el sol calienta el cuerpo”, me cuenta, y cuando le pregunto si siempre quiso dedicarse al campo, me responde, sin titubear, que no. “Cuando era joven decía que había que hacer otra cosa, pero no pude”, confiesa. Le hubiera gustado dedicarse a la carpintería, pero por las tareas del campo no continuó estudiando. Sin embargo, con el tiempo, acarreado por las responsabilidades que trae la adultez, fue encontrando lugar en su oficio.

Me relata también que, fuera del trabajo, no suele tener pasatiempos porque no encuentra mucho tiempo: “El día es cansador, uno quiere llegar y descansar”. El sacrificado trabajo del peón rural exige renunciar a ciertas cosas.

Desde el norte

Antonio comenzó trabajando en las plantaciones de caña de azúcar cuando tenía 15 años, en Bella Unión, bien al norte del país, principalmente porque toda su familia, incluidos sus ocho hermanos, se dedicaban a lo mismo. Once años después, cansado de las dificultades del trabajo en el interior, optó por probar suerte en la capital.

“En Montevideo el trabajo es más liviano”, reflexiona, y al escucharlo, me resuenan las palabras de Larbanois Carrero en la canción Peón Rural: 

«Soy servicial, no sirviente, soy libre por vocación y ande’ no me sienta a gusto junto las garras y me voy».

Actualmente Antonio trabaja en la agricultura y la poda, aunque afirma que dependiendo del clima las actividades varían: labra la tierra, cosecha y hasta usa maquinaria. Dice que hoy en día puede admitir que se siente cómodo en la comunidad y le gusta la versatilidad de su trabajo.

“Antes todo se hacía a pulmón, con fuerza y a sangre”, evoca con cierta actitud nostálgica por los días pasados. Para él, la maquinaria ha sido una gran aliada para el día a día del peón rural, pero no sin un costo. Me cuenta que una de las principales razones por las que el trabajo en el campo es arriesgado es precisamente por la maquinaria: “Hay que estar siempre alerta y prestar mucha atención porque podés lastimar a alguien”, advierte.

En 2008 se promulgó la Ley N° 18.441, que establece la regulación de la jornada laboral y el régimen de descanso de los trabajadores rurales por primera vez en la historia de Uruguay. La ley define una jornada laboral de 8 horas diarias y el pago de horas extra, establece el derecho al descanso intermedio, entre jornadas y semanal. Además, delimita la jornada laboral para los trabajadores de tambos y de la esquila.

Antonio observa que ha habido grandes avances legislativos con el pasar de los años y reconoce que ocurrieron gracias al esfuerzo del sindicato de asalariados rurales, aunque considera que algunas posturas son “exageradas”. Con respecto a las ocho horas, dice que en ocasiones pueden ser “rigurosas” porque el trabajo suele demandar más tiempo del previsto.

También piensa que a veces la sociedad no valora el rol del trabajador rural. Menciona, por ejemplo, a los políticos que suelen hablar del trabajo en el campo creyendo entender sus desafíos y dinámicas, sin embargo, su percepción rara vez refleja la realidad de quienes lo viven a diario. “El teórico es fácil, pero la práctica es diferente. Los políticos pueden visitar el campo en ocasiones e incluso participar en algunas actividades, pero difícilmente están dispuestos a asumir de forma permanente las exigencias que este trabajo requiere”, apunta.

Al finalizar nuestra charla, Antonio concluye que para trabajar en el campo es necesario tener un gran sentido de vocación. Me quedo pensando en sus palabras durante un largo rato: el compromiso con el campo va más allá del trabajo cotidiano, es un desafío que exige sacrificio y voluntad, tal como él mismo lo definió al inicio de nuestra conversación.

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