En Treinta y Tres es una tarde otoñal y calurosa. Los árboles están dejando caer sus hojas amarillas. Las calles están vacías. Una mujer sale de su casa y al levantar la mirada se topa con el Batallón de Infantería N°10. Su estructura monumental pintada de anaranjado y blanco resalta entre las humildes casas que lo rodean.

Parece un día como cualquier otro, ella sabe que no lo es. Comienza a recorrer su barrio y descubre fotos de personas estampadas en paredes acompañadas de carteles que tienen escrita la palabra “presente”. Realiza una pausa para observar la placa en honor a Luis Batalla. Fue el primer asesinado durante el gobierno de Juan María Bordaberry, torturado hasta la muerte. Al continuar su camino descubre que las imágenes están en el recorrido tradicional de la Marcha del Silencio del departamento. Hoy es 20 de mayo, como todos los años es un día de reflexión y memoria para recordar a los detenidos y desaparecidos en la última dictadura militar del país.

Como toda ciudad del interior, Treinta y Tres tiene su barrio céntrico en el que se ubican los edificios más antiguos: la jefatura, la iglesia, la intendencia y en el medio la plaza principal, donde los pocos habitantes suelen pasar las tardes. Cuando caiga la noche estos lugares icónicos van a encontrarse iluminados momentáneamente con proyecciones de fotografías tomadas a personas del pueblo, sosteniendo carteles de cada uno de los desaparecidos. Roberto Gomensoro, Amelia Sanjurio, Luis Alberto Carvalho, todos van a estar representados. A pesar de ser una ciudad anacrónica, entre margaritas deshojadas por cada rincón, logró adaptarse a una nueva forma de manifestarse en tiempos de pandemia.

Ojos que reflejan tristeza e impotencia, puños apretados con rabia, son algunas de las emociones que transmiten los retratos tomados días atrás por un grupo de fotógrafos que se unieron para llevar adelante esta iniciativa convocada por Jóvenes por la Memoria.

“No hay sociedad democrática y abierta que no aprenda de su propio pasado, del mismo modo que una herida en un individuo no sana si no es con verdad, así sucede con los países. No hay un presente solidario y futuro sano para todos hasta que no sepamos dónde están todos los desaparecidos”, expresa la proclama escrita por el colectivo, y agrega: “Porque cuando termine el aislamiento hay quienes seguirán sin ver a sus familiares. Porque la memoria está viva y sigue luchando. Porque los vamos a encontrar a todos”.

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En la lucha para exigir que se sepa el paradero de los detenidos y desaparecidos, la palabra familia se resignifica para alcanzar a todos los comprometidos con la causa. Personas de diversas edades, profesiones y partidos políticos se unieron para llevar adelante la marcha de forma virtual. Debían concurrir a uno de los dos locales donde se montaron rústicos estudios de fotografía. Allí, debían buscar la historia que querían representar. Muchos se dejaban guiar por el azar, por coincidencias con fechas importantes o directamente querían una persona específica. Una de las características que llamó la atención a los fotógrafos fue la cantidad de personas que buscaban visibilizar a las detenidas desaparecidas.

-Mamá, yo quiero esta foto porque tiene el mismo nombre que el técnico del Barcelona- dijo Vinicio de 8 años, mientras tomaba con inocencia y timidez la imagen de José Enrique Michelena, detenido y desaparecido en 1977 en Argentina. El primer acercamiento del niño con los hechos de la última dictadura tuvo lugar en la Marcha del Silencio del año pasado. Mientras llovía, le preguntó a Carmen, su tía abuela, por qué se juntaba tanta gente. Ella le contó parte de su experiencia como presa política y así comenzó a entender un poco más la historia de su familia.

No son sólo fotos de personas que reposan en mesas de madera que están a la espera de ser seleccionadas, son personas que ya no están a causa del terrorismo de Estado. Detrás de esas fotos hay un pueblo que busca saber dónde están. Los fotógrafos iniciaban la conversación con los participantes preguntándoles por qué querían decir “presente”. A partir de este punto las reacciones eran diferentes. Relatos de compañeros que de un día para otro no supieron del paradero de sus amigos y familiares, experiencias propias en las cárceles, muchos herederos de vivencias. Sobre todo predominaba la empatía.

En muchos casos los interpelados por las emociones fueron los fotógrafos. Diego Hernández fue uno de ellos. Ha participado de diversos trabajos que buscan mantener la memoria viva. A esto se suma que su tío, Miguel Ángel Mariño, estuvo preso 13 años. La realidad lo toca de cerca. Expresó que uno de los momentos que lo marcó fue retratar a su padre.

-Sentí que un día él no va a estar, no se sabe la vida. Sentí que estaba mostrando lo grande que es para mí. Pensé en Carlos Sanz, que le falta la mamá y la hermana, no sé cómo explicarlo. Yo sé que a papá lo tengo todos los días. Tengo a mamá, a mis hermanos, a mis amigos y no me falta nadie, veo la riqueza.

Ana Ferreira fue otra de las fotógrafas que colaboró en la toma de los retratos. Hace muchos años que no vive en la ciudad, recorrió varios países desarrollando un trabajo documental de la enfermedad de Chagas que suele afectar a personas de sectores más vulnerables, pero dadas las circunstancias de la emergencia sanitaria tuvo que retornar.

En conversación con las personas que concurrían a tomarse fotografías recuerda un grafiti pintado en San José que decía “maldita normalidad”, ubicado frente a la casa donde vivía. Entre risas teñidas de angustia cuenta cómo en un viaje reciente fue de visita para estamparlo en un recuerdo y ya no estaba. Se encargó de volverlo a pintar. La “maldita normalidad” actual la interpeló y decidió participar de este proyecto. Además lo ve como una forma de acercar la fotografía documental “al pueblo” y romper con la hegemonía montevideana.

Diego Alboa, Iván Álvarez, Humberto González y Andrés Tuerca también forman parte del grupo de fotógrafos que llevó adelante la iniciativa.

-Me duelen mucho los gobiernos ausentes. Tenemos la obligación de saber dónde están, por lo menos para llevar una flor. Por suerte la vida me dio la posibilidad de tener una cámara en la mano. Durante todo el proyecto hubo lágrimas mías que quedaron ocultas- comentó Tuerca.

Hoy las calles están vacías, pero el silencio es más fuerte.

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