Parado junto a la barra se lo puede ver: lánguido, anónimo, decadente; lleva puesto un sobretodo gris y un sombrero negro. Ensimismado en un vaso de whisky, de a ratos pita el último de sus cigarros, dándole la espalda a todos desde el rincón más oscuro del bar. Son las primeras horas de la madrugada, y a su alrededor parejas glamorosas y grupos de amigos bailan felizmente o se distraen entablando diálogos amenos. Pero a él, a ese hombre tan lúgubre, de mirada ausente y entregado a la bebida y a los amoríos de corto aliento, todo lo trae sin cuidado.

Como a un tipo en las últimas, o igual que el protagonista de una novela de Raymond Chandler, así se lo puede ver a Frank Sinatra en la foto de portada de su álbum de 1959, No One Cares, trabajo responsable de dar broche final al periodo más oscuro de toda su discografía.

Es harto conocida la imagen de Sinatra como la de aquel ídolo adolescente encargado de alborotar las hormonas de millones de jovencitas durante los años 40 del siglo XX. Siempre pulcro, carilindo, de camisa almidonada y sonrisa radiante, le supo cantar como ningún otro crooner de su tiempo al amor careta y a todos sus derivados sentimentales. Pero con los años, por suerte, Frankie llegó a demostrar ser mucho más que eso.

Fue un perfeccionista incansable, un hombre de temperamento volátil –“implacable con sus enemigos, protector con sus amigos”-, un amante de las multitudes que hacía hasta lo imposible para que no lo dejaran solo. Pero, por sobre todo, fue un intérprete capaz de conjurar en sus oyentes una sensibilidad apabullante; no por nada se lo llegó a apodar “La voz”. Nunca quiso repetirse y siempre arriesgó cuando lo más fácil hubiera sido apoyarse sobre el bastón de sus logros pasados. Por ejemplo, cuando parecía que estaba viejo y pasado de moda, se animó a ser de los primeros artistas fuera de Brasil en experimentar con la bossa nova.

Fue a principios de la década de los 50 cuando el cantante llegó a encontrarse en el punto más bajo de su carrera. Desahuciado, sin contrato discográfico y protagonista de uno de los divorcios más escandalosos de su época, Sinatra parecía condenado al ostracismo de cantar en pequeños salones de bailes para públicos cada vez más indiferentes.

Un resurgir

Adelantemos la fecha al año 1953. Alan Livingston, en aquel entonces vicepresidente de Capitol Records, decide arriesgarse y apostar por un artista en el que nadie ponía un peso. Le ofrece a Sinatra un contrato discográfico de siete años y le presenta a su futuro colaborador en los estudios de grabación, un imberbe compositor y arreglista de nombre Nelson Riddle, quien será responsable de cranear algunos de los mejores acompañamientos musicales en la discografía del cantante. A la vez que ocurría esto, Ava Gardner, una de las actrices más icónicas de la edad de oro hollywoodense, movía cielo y tierra buscándole entre sus amistades un rol protagónico en la película From Here to Eternity, la que, junto con los discos Songs for Young Lovers (1954) y Swing Easy (1954), terminó propulsándolo de nuevo hacia el máximo estrellato.

Y ahora sí, como si nunca le hubiera pasado nada Sinatra volvía a convertirse en ese imperio inexpugnable de producción de hits, que lo llevaron a obtener premios Oscar, una seguidilla de discos exitosísimos, o escapadas junto a su grupo de amigotes de Hollywood, conocidos como Rat Pack -en castellano, pandilla de ratas. Nada podía salirle mal a Frankie. Cuando la música pop y el rock and roll eran poco menos que un sarpullido de acné adolescente, Sinatra se jactaba entre risas de ser la voz que se escuchaba de fondo en los dormitorios de toda pareja gringa haciendo el amor a altas horas de la noche.

Todo eso estaba muy bien, hasta que en julio de 1957, tras seis años de un matrimonio turbulento, con peleas e infidelidades de ambas partes, el cantante decide divorciarse de la mujer que para muchos de sus allegados será el gran amor de su vida: Ava Gardner. Los detalles más escabrosos de la relación se convertirán en la comidilla de biógrafos oportunistas y periodistas de chimentos durante décadas. Intentos de suicidio, abortos, noches de alcoholismo y trompadas con fotógrafos entrometidos son sólo algunos de los pormenores más coloridos que adornan las biografías de Sinatra durante esos años.

Frank Sinatra y Ava Gardner. Foto: Ben Van Meeredonk.

Lo cierto es que un poco la cosa ya se les veía venir. Cualquiera que estuviera prestando atención a algunas de las canciones que el artista elegía interpretar por aquel entonces podía darse cuenta de que algo no estaba saliéndole bien. Cuentan que después de efectuado el memorable vibrato de voz que cierra “When Your Lover Has Gone” -del disco In the Wee Small Hours of the Morning (1955)-, Sinatra rompió en un llanto desconsolado en pleno estudio. Años después de terminado el divorcio, el cantante y la actriz seguirían siendo amigos, incluso ayudándose mutuamente en épocas de dificultades económicas.

Suicidios ejemplares

El último dentro de una trilogía de álbumes de estudio, No One Cares, se destaca entre sus predecesores por su ánimo particularmente suicida. Es, además, la última placa de estudio con la que el artista cerraría una época dorada. Una vez iniciados la década del 60 Sinatra fundaría un nuevo sello discográfico -Reprise records- y entraría en la etapa más despareja de toda su carrera.

Ya los dos discos anteriores –Where Are You? (1957) y Frank Sinatra Sings for Only the Lonely (1958)- trataban abiertamente temas como la soledad, el abandono y los desencuentros en el amor, tópicos por lo general no asociados a la imagen pública del artista, quien aún era visto como el epítome del varón canchero y ganador. Con todo, ya los títulos de las canciones dejaban muy en claro que lo que se estaba a punto de escuchar no era jazz pop para divertirse: When No One Cares (cuando a nadie le importás), Stormy Weather (tiempo tormentoso), Just Friends (sólo amigos), I’ll Never Smile Again (nunca volveré a sonreír). Conceptualmente hablando, No One Cares es otro más de esos clásicos álbumes que giran en torno al intérprete después de una separación amorosa, casos que sobran en la discografía de los grandes artistas, más allá de que no siempre sean los más destacados.

When No One Cares es la canción encargada de abrir el disco, y ya desde el principio Sinatra induce a sus oyentes en un estado de melancolía. La interpretación íntima, por momentos algo dramática de la voz, es complementada por arreglos de cuerdas discretos y elegantes, que enfatizan el lamento del artista sin llegar a exagerarlo. Versos como: “Con cada lágrima / no podés creer que un amor como el de ella / podría venir de alguien nuevo / cuando a nadie le importa -sólo a ti-”, expresan muy bien la imagen de Sinatra como la de un hombre interiormente vencido, que ya conoció lo mejor del amor y que a partir de eso todo lo que sigue no es nada especial. La canción en sí no es una maravilla, pero sirve de adelanto de muchas de las cosas que vendrán a continuación.

Ahora bien, A Cottage for Sale ya es otra cosa. Para empezar, es con seguridad una de las canciones más deprimentes que Sinatra entonó en toda su carrera -si no es la más-. La letra pone al intérprete en el papel de un hombre viudo que se ve obligado a vender la casa que compartía junto a su esposa. Lo desolador del texto (“en todas las ventanas / creo ver tu rostro / pero cuando me acerco a mirar bien / sólo encuentro un espacio vacío”) es potenciado por la voz del artista, cuya interpretación no está exenta de provocar en quien la escuche momentos de incomodidad notables. Una verdadera piña en el estómago, cuyo drama no estaría para nada fuera de lugar en un relato corto de Raymond Carver.

Desde el principio

Varias de las canciones que integran el álbum fueron grabadas por Sinatra a principios de su carrera, cuando este era apenas un pimpollo imberbe que cantaba en la Tommy Dorsey Orchestra. Casi todas ellas encuentran aquí su versión más creíble. Y es que con el paso del tiempo lo que la voz de Sinatra perdió de angelical lo compensó con control y expresividad vocal. Ejemplos de esto son Stormy Weather y I Don’t Stand a Ghost of a Chance With You. Mientras que en Why Try to Change Me Now, quizás el tema más lindo del disco, se vuelve conmovedor escucharlo bajar la guardia y hacer suyos los versos de Cy Coleman: “Y entonces camino bajo la lluvia / tengo costumbres que ni yo puedo explicar / puedo salir a dar una vuelta, aparecer en España / ¿por qué querés cambiarme ahora?”. Al igual que los otros dos temas, Why Try to Change Me Now se sostiene a partir de un ritmo lento, propio de la balada, y encuadrado a su vez en un exquisito acompañamiento de cuerdas compuesto por Gordon Jenkins, quien se encargó de cranear todos los arreglos del álbum.

Frank Sinatra. Foto: William Gottlieb.

Just Friends es otra de esas canciones que tratan sobre lo que ocurre cuando una relación amorosa se deforma y da paso a una amistad mediocre. Es uno de los momentos más jazzeros del álbum y en el que mejor brillan los arreglos de cuerdas del disco, que hacia el final toman el protagonismo por sobre la voz de Frank, creando uno de los momentos instrumentales más bellos del álbum.

Eso sí, de a ratos se extraña la mano de Nelson Riddle en los arreglos. De hecho, podría elegirse cualquier canción al azar de, por ejemplo, In the Wee Small Hours of the Morning o Sings for Only the Lonely -ahora me vienen a la cabeza Mood Indigo y Blues in the Night– y compararlas con algunos de los momentos menos logrados del disco. La diferencia en cuanto a la calidad del acompañamiento instrumental puede llegar a ser enorme. A algunas canciones les hace falta color, variedad y ese diálogo extraordinario que había entre Riddle y Sinatra cuando encaraban juntos un tema. De todos modos, si el propósito de discos como Blue o Blood on the Tracks -por citar ejemplos de discos arquetípicos de separación- es hacer sentir acompañado al oyente mientras este se regodea en lamentaciones y en el recuerdo de amores pasados, No One Cares cumple con creces su objetivo y es uno de los trabajos más subestimados en su discografía.

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