“¿Quién tiene 10 minutos para escuchar la palabra de Dios?”, les decía María Rodríguez a las privadas de libertad de la Unidad Nº 5, Cárcel de Mujeres, buscando que alguna se sumara a la hora semanal de encuentro. Rodríguez pertenece a la Iglesia Misión Evangélica del Uruguay, de línea bautista. Hasta finales de abril asistían a dicha unidad, pero al momento se encuentran en stand by, mientras consiguen la renovación de los permisos para sumar otro año de predicación del evangelio.

Actualmente, a partir de una reorganización del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), hay 27 cárceles en todo el país. De todas ellas, sólo a tres no asisten congregaciones religiosas; una de estas es la Unidad Nº 8 “Domingo Arena”, donde están recluidos quienes cometieron delitos de lesa humanidad durante la dictadura civico-militar que, al momento, son únicamente 11.

Según datos oficiales proporcionados por el INR, son 46 las iglesias que asisten a los centros penitenciarios de todo el país, con una amplia mayoría de evangélicas sobre católicas. El amplio espectro evangélico, que abarca las 24 cárceles restantes, se manifiesta en pentecostales, neopentecostales, bautistas y adventistas pero, los que continúan prevaleciendo son los dos primeros. Por otro lado, los mormones y testigos de Jehová también tienen su presencia.

Varias de estas iglesias gozan de un vacío informacional. No aparecen ni en Google, ni en Facebook, ni en la red más remota de la web. Y aunque pueda sonar extraño, esto no es una excepción. Miguel Pastorino, filósofo y docente estudioso de las religiones, comenta a Sala de Redacción que “lo que sucede es que para ser pentecostal lo único que necesitás es leer la Biblia, tener un testimonio conmovedor y un poco de oratoria, entonces en cada esquina se te puede abrir una iglesia”. Así, un cúmulo de estas instituciones evangélicas se forman incluso en garages, como suele suceder en el Interior y en barrios pobres, con tan pocos fieles como personas que saben de ellas. “Pero como aparecen, desaparecen”, afirma Pastorino.

El pentecostalismo, que viene de “Pentecosté” y significa Espíritu Santo, es un movimiento religioso perteneciente a la Iglesia Evangélica, que surge a principios del siglo XX en Estados Unidos y rápidamente se ha extendido por el mundo. Nicolás Iglesias, trabajador social especialista en religión, resume que “los pentecostales hacen énfasis en lo emocional, en la conexión espiritual con Dios, en una vida de santidad y en una moral estricta en el día a día”. Además, se caracterizan por realizar rituales, alabanzas y exorcismos, con la base fundamental de la palabra bíblica como razón y emisión.

Los neopentecostales surgen más adelante, en los setenta en Estados Unidos y en los ochenta en América Latina. Si bien comparten con los pentecostales cierta forma de manifestación, utilizan más la tecnología, los medios de comunicación y las herramientas del marketing para llegar a un mayor número de adeptos. Sobre todo, se guían por la teología de la prosperidad y la teología espiritual. Esta última “es una comprensión del mundo que separa el bien y el mal. De un lado, el bien, representado por sus valores cristianos y morales y, por otro lado, el mal, representado actualmente por el feminismo, la diversidad, y antes, por el comunismo u otras religiones”, subraya Iglesias. El “mal” es “parte de lo demoníaco, a lo cual hay que combatir, especialmente a las religiones más de matriz afro”, agrega.

Si hablamos de la teología de la prosperidad, esta valora a la pobreza como castigo de Dios. Iglesias explica que, en consecuencia, “en la medida que tú le des a la iglesia, Dios te va a dar diez veces más, 100 veces más, te va a prosperar. Es una relación de tipo mercantil con lo divino”.

Una diferencia importante entre la Iglesia Evangélica y la Católica que remarca Iglesias, es que esta última es jerárquica y centralizada: papa, cardenales, obispos. En la Evangélica, en cambio, para ser pastor no se requiere de una formación ni institucionalización específica, basta con la creencia y la interpretación de la biblia. Es así que no se tiene una autoridad central porque, a su vez, se generan denominaciones, esas pequeñas ramificaciones de iglesias dentro de lo diverso e inmenso de lo evangélico.

Números celestiales

No es casualidad que la unidad con mayor ingreso de religiones sea la Cárcel de Mujeres de Colón, la cual hasta hace 30 años, aún cuando era Cabildo, se encontraba en manos de las monjas del Buen Pastor. Pareciera que las 327 reclusas fueran más que los 3.187 de la Unidad Nº 4 de Santiago Vázquez, ex Comcar, el centro que le sigue en visitas de congregaciones. En suma, la tercera cárcel con mayor ingreso de iglesias es la Nº 9, exclusiva de madres con hijos e hijas, habitada en este momento por 19 reclusas y 15 niños y niñas.

La Iglesia Católica está presente en 16 cárceles mediante la Pastoral Penitenciaria Nacional de Cáritas Uruguaya, que posee un equipo de 150 personas voluntarias denominadas “agentes pastorales”. Cabe decir que, según Elsa Musso, secretaria general de Cáritas, asisten a 21 unidades, pero según el INR, lo hacen en 16. Los grupos que visitan cárceles ubicadas en Montevideo funcionan como comisión independiente dentro de la Pastoral, con Daniel Sturla como monseñor.

En algunas cárceles, como el ex Comcar, hay una lista de aquellos reclusos que desean concurrir al encuentro y, en otras, simplemente los agentes se acercan a los módulos o barracas y avisan que la Iglesia Católica llegó. Una vez por semana, entre una hora o dos, se reúnen en el centro interreligioso de la unidad penitenciaria, otras en el salón de visitas o, también, en los módulos. La asistencia de los privados de libertad varía: a veces van dos, a veces van 15.

Los católicos tienen una particularidad; su fin, antes que nada, es ir a escuchar. “Nosotros procuramos dignificarlos, y eso lo hacemos primero que nada a través de la escucha, ellos necesitan hablar. La idea es generar un espacio de hospitalidad y fraternidad donde se sientan queridos”, cuenta José María Robaina, director de la Pastoral Penitenciaria de Montevideo. Otra particularidad es que, según Robaina, están distanciados del proselitismo y no les importa si el recluso cree o no. Aunque la fe esté explicita en el vínculo, “nosotros no vamos a convertirlos en católicos, no es nuestro objetivo. Nosotros queremos que ellos vayan en busca de su propio camino”.

Asambleas de Dios es la iglesia evangélica de corte pentecostal que asiste a más unidades y, también, la iglesia de Uruguay y América Latina con más adeptos. Alto Refugio pertenece a Asambleas de Dios, pero funciona autónomamente, con un equipo de dos hermanas que arriban a las unidades Nº 5 y Nº 9 dos veces al mes. Mercedes Cedrés es una de ellas, y cuenta que su función allí “no es hacer una obra social”, “nosotras vamos pura y exclusivamente a llevarles a Jesucristo como mediador para que esas personas pasen un mejor momento. Pero más que nada, para que salven su alma”.

Asimismo, su ida a las cárceles la toma como un mandato de Dios. Según Cedrés, en un pasaje de la Biblia, Cristo dice: “estuve preso y no me visitaste”. Es así que, a través de estas palabras, considera que tiene una “misión de amor”. Esta misión “no es solo para los enfermos, sino también para con los presos”.

Marcelo está privado de libertad en Punta de Rieles viejo (Unidad Nº 6), pero también lo estuvo en la cárcel de Canelones y en Santiago Vázquez. Bautizado como católico, desde que es recluso se ha acercado más a la Iglesia Evangélica. Aún así, cuando puede, asiste a las reuniones de las distintas congregaciones, con la Biblia como objeto preciado y el afán de relacionar el estudio bíblico con el de la filosofía.

La iglesia te da un propósito de vida, te hace sentir que vos sos importante”, dice, y asegura que con los católicos se habla más sobre la convivencia y su estar actual, mientras que en las evangélicas, casi todo pasa por la palabra de Dios en la Biblia. Marcelo conoce a todas, porque asiste, y porque trabajó cinco meses en el centro interreligioso de la unidad.

Ese mismo centro fue construido por reclusos y financiado por la Iglesia Evangélica y es el mismo que, según Marcelo y Diego, está bajo el cargo del área de educación. Diego es el preso que gestiona todo lo que respecta a las religiones y, arriba, el área de educación es la que controla y organiza los horarios de ingreso de las distintas congregaciones y de los talleres educativos. Marcelo cuenta una anécdota: en “semana santa” para ellos, “semana de turismo” para otros, la iglesia no pudo asistir porque los que trabajan en la oficina de educación estaban de licencia. Juan Miguel Petit, el comisionado parlamentario penitenciario, no niega ni afirma que eso sea así. “No creo, pero puede ser”. El subdirector técnico del INR, Diego Grau, responde con esas mismas palabras.

Bloque en bloque

Las iglesias que asisten a más unidades a nivel nacional deambulan por el pentecostalismo, neopentecostalismo, catolicismo y testigos de Jehová. En el año 2013, el INR aprobó un protocolo elaborado por instituciones religiosas para regular el ingreso de las mismas. Desde entonces, las organizaciones deben tener personería jurídica y quienes concurren deben estar identificados.

La subdirección técnica del Instituto Nacional de Rehabilitación puede saber, así, quiénes son los referentes religiosos que van a ingresar, las actividades que irán a desarrollar y, tomando en cuenta eso, aprobar o no a la congregación. “En cada unidad hay un subdirector técnico que se encarga de las gestiones, deriva el trabajo a trabajadores, operadores religiosos, que reciben y organizan los horarios en cada centro penitenciario”, asegura Grau. Aún así, Musso, de Cáritas, dice que el protocolo suele desconocerse, y eso a veces dificulta la entrada a los centros.

No se sabe en cuántas unidades la religión está administrada por la oficina educativa, pero algo es seguro: todo privado de libertad que quiera puede asistir a las instancias religiosas. Sin embargo, si se habla de educación, tanto formal como informal, las plazas educativas están lejos de ser una oportunidad para todos y todas.

El deseo de estudiar es de muchos y el deseo de salir de la celda, también. Federico es recluso de la Unidad Nº 6 y, anteriormente, de la Unidad Nº 7. No es creyente, pero comenta a Sala de Redacción que, en su momento, hizo de cuenta que sí lo era. “Yo iba con el interés de que me abran la puerta. Me hacía el religioso, me hacía el que creía en Dios”. En las dos unidades que estuvo Federico, el sistema penitenciario es completamente distinto: la Unidad 6 es de contexto abierto y, la de Canelones, cerrado. Esto produce, dice, que la asistencia en un predio cerrado sea considerablemente mayor y que, en una cárcel abierta, sólo asistan los que verdaderamente creen en Dios.

En aquel entonces todas las personas tenían tres horas de patio y 21 horas estaban trancados en su celda, para salir muchos de nosotros buscamos diferentes actividades y, entre ellas, ir a la iglesia”, narra Marco, ex preso del Penal de Libertad y de Santiago Vázquez durante cinco años. Al comienzo iba porque alguien le dijo y porque todo es bienvenido cuando el hacinamiento y el encierro son la norma. Con el tiempo, cuenta Marco, “la palabra empezó a hacer cabida en mi corazón, empecé a tratar de aprender más acerca de Dios y a ver las cosas de otra manera”.

Alejado de los centros penitenciarios, pero más cerca de la religión: Marco es ahora copastor de la iglesia pentecostal Seguidores de Cristo, pero aclara, firmemente, que nada tienen que ver con la teología de la prosperidad. Marco hace énfasis en la diversidad que existe dentro del mundo pentecostal y del neopentecostal y cree que dicha teología sólo se trata de engaños y del aprovechamiento de los fieles.

Pero Marco no es el único ex privado de libertad que continuó en las riendas del señor. José Madrazo es pastor del Centro Cristiano del Buen Samaritano, una de las iglesias evangélicas pentecostales que va a la unidad Nº 6 y que también supo estar en el Penal de Libertad desde el año 1990 hasta el 2000. Madrazo está orgulloso de sus frutos, cuenta sobre Marco, cuenta sobre muchos, y cuenta del caso excepcional: Márquez, un recluso que al salir del Penal de Libertad cruzó el charco, instaló una iglesia propia y, hoy por hoy, tiene más de 2 mil miembros.

Cambio y fuera

La libertad de culto está, la libertad para que elijan otros caminos, generalmente, no.

Denisse Legrand, coordinadora de Nada crece a la sombra, programa socioeducativo que trabaja en cárceles, asegura que “cuando no está la política, cuando no está el Estado, la que aparece es muchas veces la religiosidad, en forma de perdón, en forma de promesa, y es difícil cuestionarlo desde una lógica más atea”. Esta presencia, que ha tenido un gran avance en los territorios durante las últimas décadas, “tiene que ver con la ausencia del relato de la política y la ausencia de la gestión política en el día a día”.

En este sentido, Petit manifiesta que el Estado debe cuidar que “la desesperación de la persona que está mal no sea aprovechada por ningún tipo de acción exterior”, sin embargo considera que en las cárceles “hay una buena práctica”.

Legrand explica que cuando en la cotidianeidad “no hay una razón de ser que trascienda, que esté vinculada a lo terrenal, a lo que voy a hacer hoy, a lo que voy a hacer mañana, al lugar que ocupo en mi familia o dentro de la misma cárcel, claramente lo que aparece es la religión”. Lo que estas hacen “es algo muy básico: darle un lugar en el mundo a la gente”.

Ni el Estado más laico, ni el país más secularizado, ni la población más atea pueden negar que, si algo necesitan los privados de libertad, es sentirse personas. Se quiera o no se quiera, la iglesia así los hace sentir. Pero tampoco se puede negar que, si la oferta educativa y laboral se ampliara, si el sistema penitenciario se alejara de la lógica punitiva y si el hacinamiento dejara de ser la regla, ese no sería el único lugar al que acudir.

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