Tras superar a Peñarol por 88 puntos sobre 71 en la quinta final, Aguada se coronó campeón uruguayo de básquetbol el lunes por la noche. El equipo de la avenida San Martín llegó, así, a su 11º título en el básquetbol uruguayo; alcanzó, además, su cuarta Liga Uruguaya y se convirtió en el equipo que más la ganó desde su creación, en 2004. Por si fuera poco, festejó su segundo título en el Antel Arena, en donde ya lo había hecho en 2019. 

El clima acompañó la jornada de definición, con una temperatura agradable y un índice de humedad bajo, poco frecuente en estas fechas. Antes del comienzo, sobre las inmediaciones del Antel Arena ya se escuchaba el helicóptero policial que recorría la zona y cientos de efectivos de la Guardia Republicana estaban dispersos por los alrededores del estadio. Un operativo intenso y extenso en términos de seguridad. 

Aguada llegaba 3 a 1 ganando la serie. Con el primer punto había golpeado fuerte la mesa, al ganar de visitante; luego consiguió las dos victorias en su casa y quedó a un triunfo de alcanzar la gloria. Con esa ventaja, los hinchas del rojiverde agotaron las entradas en poco más de una hora del mismo día en que se pusieron a la venta. Para quedarse con el triunfo, el carbonero estaba obligado a ganar tres partidos seguidos; sus fanáticos agotaron su sector en la tarde previa al juego.

Peñarol y Aguada son de los dos equipos más populares en el país, así que el marco de público era el ideal para una final. Además, era la primera final de la serie en que ambas parcialidades estuvieron por primera vez frente a frente, porque los cuatro juegos previos, disputados en los estadios de los equipos a partir de una decisión económica de los clubes, sólo habían contado con hinchada local.

El quinto juego de las finales tuvo como novedad, entonces, el retorno al Antel Arena, que estableció un protocolo estricto de elementos permitidos y prohibidos. Los elementos que dan más color a la fiesta en la tribuna, como instrumentos de percusión o banderas, se quedaban afuera. Incluso, el termo y mate tampoco fueron bienvenidos en uno de los mejores estadios de básquetbol de Latinoamérica. Estas medidas poco le importaron a la hinchada y a falta de dos horas para el arranque, ingresaron los primeros fanáticos de cada lado. Como es habitual, en el rectángulo de juego, ambos equipos hacían tempranamente los primeros ejercicios de activación.

A pocos minutos del arranque del partido el clima era de fiesta, con unas 8.000 personas presentes. De un lado Aguada y del otro Peñarol. Ambas hinchadas se las ingeniaron para llevar la fiesta a la tribuna y burlar las medidas de seguridad: “Los dueños del básquet” era la bandera que lucía el sector rojiverde, mientras que “Barra Amsterdam” hizo lo propio en el sector carbonero. Las luces se apagaron, el narrador presentó los equipos y en pocos minutos la naranja estuvo en el aire.

Fuera de juego
La serie estuvo cargada de polémicas de inicio a fin: luego del triunfo aguatero de visitante en la primera final, la parcialidad carbonera arrojó varios objetos a la cancha y los jugadores tuvieron que retirarse a las corridas. Después, al término del segundo encuentro, hubo gestos y señas amenazantes por parte del basquetbolista Jayson Granger, de Peñarol, sobre su rival Santiago Vidal. Esto llevó a la Fiscalía a actuar de oficio, pero el caso no pasó a mayores porque no se efectuaron denuncias.

En la tercera final, que tuvo lugar en el Palacio Peñarol, la parcialidad local arrojó proyectiles aunque de menor índole en comparación al primer juego; y en la cuarta, que tuvo lugar en cancha de Aguada, la hinchada local entonó cantos racistas contra Granger, lo que generó una serie de comunicados públicos y desembocó en la intervención de la Secretaría de Derechos Humanos de Presidencia de la República. En síntesis: una serie de hechos violentos que seguirán en la Justicia por varias semanas y que empañaron el marco deportivo.

La última función

La quinta final no arrancó nada bien para los aguateros, quienes recibieron un parcial de 7-0 muy rápido que obligó al minuto de tiempo tempranero de su entrenador Germán Cortizas. El primer cuarto tuvo el dominio claro de Peñarol que se llevó una ventaja cómoda al descanso. Hizo lo que tenía que hacer: no tenía mañana y así encaró el arranque del partido.

Ya en el segundo periodo apareció la mejor versión de los rojiverdes. El equipo se sacó la presión y los nervios del arranque y fue liderado por su jugador estrella, Donald Sims, que convirtió tres triples seguidos para mandar a los suyos al frente en el marcador. Encontró la solución con la receta de todo el año: el tiro exterior. Aguada se fue al entretiempo ganando 45 a 40.

El comienzo del tercer cuarto fue muy similar al arranque del juego. El aurinegro sabía que estaba obligado a ganar y apeló a la rebeldía, más que al funcionamiento de juego. Por momentos tuvo el control, pero fue muy inconsistente. A dos puntos por debajo, entró de cara al último cuarto y todo parecía indicar un final muy parejo e incierto. 

Sin embargo, apareció la otra carta de oro que tiene Aguada y se llama Victor Rudd: un jugador que aunque parezca ausente en muchos tramos del juego, siempre tiene la última palabra. Anotó siete puntos consecutivos en el amanecer del último cuarto y fue una daga para la moral del carbonero. Un Peñarol que se desdibujó completamente en el final y vio rápidamente cómo se esfumaba el sueño de ser campeón por primera vez desde su retorno al básquetbol.

“Y al grito de campeones

Todavía quedaba mucho tiempo en el último cuarto y, sin embargo, el ambiente ya reconocía al campeón. El final no tuvo nada de incertidumbre. Los cánticos exhaustivos, el desahogo y la sensación de campeón reflejaban el sentimiento aguatero en los minutos finales. Una vez que sonó la bocina, los parciales más privilegiados, ubicados a nivel de cancha, coparon el rectángulo de juego y lo tiñeron de rojo y verde.

Fue así que se produjo la mancomunión entre directivos, jugadores y aficionados por toda la cancha. Santiago Vidal y Juan Santiso treparon a los aros para cortar las redes, porque “donde emboca campeón, no emboca nadie más”. Mientras preparaban el estrado para la premiación, en los parlantes sonaba el himno de Aguada. De arriba a abajo exclamaban su “Triunfará, triunfará, ra ra ra”, como si se tratase de un grito de guerra que resonó por todos los rincones del Antel Arena.

Los festejos se trasladaron al estadio del Club Aguada, donde a pesar de ser un lunes, una gran cantidad de hinchas se acercó a celebrar con los jugadores. Niños y ancianos participaron de una fiesta que tuvo mucha algarabía y duró hasta altas horas de la madrugada, como está acostumbrada la avenida San Martín, testigo de los cuatro trofeos que ganó el club en los últimos 12 años. 

Los cuatro fantásticos

Están quienes dicen que los campeonatos se ganan en los períodos de pases y eso fue lo que hizo la directiva de Aguada diez meses atrás. Fueron a buscar una estructura que ya había resultado, cuatro jugadores que se conocen de memoria y que los disfrutó Biguá durante varias temporadas. Dos estadounidenses, un dominicano y un uruguayo, son los mayores exponentes de esta conquista. 

Uno de ellos es Donald Sims, considerado el mejor jugador extranjero en Uruguay. Nuevamente elegido como MVP (mejor jugador) de las finales, ya había obtenido el mismo premio en 2020 y 2021. En la noche del lunes fue el líder de su equipo y aportó 34 puntos para ganar el título. Por su parte, Victor Rudd volvió a ser determinante con sus destellos de jerarquía; un jugador que despierta amor y odio en el hincha por su actitud en ciertos momentos. Sin embargo, reafirmó lo que se comenta en el ambiente y el porqué Aguada lo fue a buscar: “cuando tiene ganas, es distinto”.

Santiago Vidal llegó silbando bajito, pero su compromiso, calidad y jerarquía lo llevó rápido al corazón del hincha. En un contexto muy difícil, demostró mucha personalidad y fue respaldado y ovacionado por el público de Aguada en cada noche. Luis Santos completa the big four, otro jugador reconocido por su adhesión al equipo y por ser determinante en muchos momentos del campeonato. Una vez más, estos cuatros jugadores se pararon en lo más alto del básquetbol uruguayo y pasaron al salón de la fama como quienes marcaron una época. 

La obsesión continuará
El anhelo de Peñarol de ganar la primera Liga y de ser campeón uruguayo después de 42 años se verá demorado, al menos por un año. La mochila se la colocó solo el carbonero, luego de destinar al básquetbol el mayor presupuesto en toda la historia de la competencia. La llegada de Jayson Granger en vigencia, jugador de calidad y con más de 15 años en Europa, junto con la contratación de Shaquille Jhonson, MVP de la liga de Brasil, sumados a jugadores locales de destacado nivel nacional, el objetivo era uno solo y estaba muy claro.

Sin embargo, las situaciones problemáticas fueron recurrentes. Desde un cambio dirigencial en plena temporada a raíz de las elecciones del club, hasta el fracaso en la Liga Sudamericana y el posterior cese del entrenador Pablo López, ya se avizoraban turbulencias en el inicio de la temporada. Luego llegaron lesiones de diferentes jugadores, algunas sanciones por indisciplina y la duda constante del rendimiento de los tres extranjeros, que en esta liga eran quienes debían aportar mayor calidad al equipo. También hubo problemas internos que fueron saliendo a luz y una química de equipo que nunca apareció. Peñarol llegó a la parte más importante del campeonato con muchas más dudas que certezas, y lo pagó muy caro. La cara de la derrota golpeó fuerte en filas aurinegras y pese al gran esfuerzo económico quedó lejos del título.

La obsesión y la ilusión se renuevan muy rápido, por eso es que Peñarol ya planifica la próxima temporada. Quiere ser campeón, necesita jerarquía y un ganador comprobado. Pocas horas después de la derrota, ya trascendió que la primera opción es intentar contratar a su verdugo, el legendario Donald Sims.

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