A pesar de que no hay una edad específica para el diagnóstico de anorexia y bulimia nerviosa, ambas tienen manifestaciones diversas que pueden comenzar en la infancia con dificultades en la conducta alimentaria o con la presión sobre sus cuerpos. Sin embargo, lo más frecuente es que estos trastornos se presenten en la adolescencia a partir de los cambios corporales y de la percepción del esquema corporal, es decir, cuando se deja la niñez se empieza a asumir un rol diferente y el vínculo con el otro, más que nada con madre y padre, cobra otra relevancia.
La anorexia tiene una distribución en picos bimodal, con una mayor incidencia entre los 13 y 16 años, en tanto que la bulimia suele presentarse entre los 18 y 19 años. Se puede constatar que es en la adolescencia en donde se evidencian los trastornos alimentarios porque funciona como una etapa “bisagra”. “Es el segundo período de separación e individuación que supone un trabajo de independización de los padres, una búsqueda de autonomía y de nuevas identificaciones”, explicó en diálogo con Sala de Redacción la psiquiatra infantil Irene García.
Una de las problemáticas de fondo es “la falla para acceder a una identidad sexual femenina”, indicó García y agregó que es en el pasaje de niña a mujer, una mujer diferente de la madre, en donde este cambio de roles juega un papel fundamental.
Los trastornos de conducta alimentaria son más frecuentes en mujeres, en una relación de diez a uno con respecto a varones, mencionó García. Los estereotipos de género y las presiones sobre la imagen corporal son ampliamente mayores en mujeres. No obstante, la incidencia de estos trastornos en varones va en aumento y se presenta con una mayor preocupación por la masa muscular, no tanto así por el peso corporal.
La especialista señaló que los trastornos de conducta alimentaria funcionan como conductas adictivas, adicciones sin drogas, o toxicomanías comportamentales. Agregó que actúan como “automedicación” o “autocuración” frente a vivencias depresivas o angustias muy intensas. “Son reveladores de un malestar y un sufrimiento interno importante”, manifestó García.
¡Hay que estar alerta!
Poder dar cuenta de que una persona atraviesa por un trastorno alimentario es fundamental para prevenir consecuencias alarmantes. García se refirió a la tríada sintomática de las tres A: anorexia, adelgazamiento y amenorrea. La anorexia “no es una verdadera pérdida de apetito, sino un control activo de la alimentación, se vuelve restrictiva y selectiva, limitada a ciertos alimentos que son percibidos por la paciente como bajos en calorías”, indicó.
Sostuvo que el adelgazamiento puede ser rápido y “muy marcado”, e incluso llevar a graves descompensaciones. En tanto que la amenorrea -ausencia de la menstruación- es “relativamente bien tolerada por las pacientes que se sienten aliviadas de no adquirir las formas femeninas adultas y verse con un cuerpo infantil”, constató.
La alimentación de estos pacientes es “rígida, estereotipada y repetitiva”, no hay un verdadero gusto o placer, se vuelve una función a controlar. “Cualquier mínima salida de la dieta establecida va a ser vivida con intensa angustia y sentimientos de culpa”, estableció García.
La enfermedad puede llegar a ser negada por las pacientes. “No refieren su deseo de adelgazar, sino que es puesto muchas veces como dolores abdominales o dificultades para tragar”, expresó la especialista.
La bulimia nerviosa se caracteriza por los “atracones” (ingesta masiva de alimentos en un corto periodo de tiempo) seguidos por sentimientos de culpa y vómitos autoprovocados.
Los pacientes con trastornos de conducta alimentaria tienden a sentirse mejor con la intensificación de la conducta nociva y en general no suelen asistir por voluntad propia a las consultas con profesionales, sino que son sus padres u otros cuidadores quienes se preocupan ante el intenso adelgazamiento.
Un arma de doble filo
En ocasiones cometemos el error de creer que todo lo que vemos y leemos en redes sociales es la realidad. Las personas que padecen trastornos de conducta alimentaria son víctimas de discursos e imágenes que suelen empeorar su diagnóstico. “Hay una gran cantidad de mensajes con respecto a la alimentación y a la alimentación saludable de mucha gente que habla de estos temas pero que no son profesionales, como los influencers, que tienen cierta influencia sobre los adolescentes y se convierten en modelos a seguir”, comentó a Sala de Redacción, Viviana Cotelo, psicóloga y posgrado en patologías alimentarias.
Por otra parte, dijo que el vegetarianismo y el cuidado ambiental son temas que pueden llegar a enlazarse con la alimentación saludable, pero que muchas veces los mensajes se malinterpretan. “Se pierde la idea de una búsqueda de mayor salud y terminan siendo mensajes que enferman”, sentenció Cotelo.
En algunos países de Europa se ha comprendido el rol de los medios de comunicación en el agravamiento y perpetuación o desencadenamiento de estas conductas, y se han tomado medidas al respecto. Por ejemplo, en Francia, las modelos no pueden tener índices de masa corporal muy descendidos, para evitar validar una imagen demasiado delgada del ideal femenino.
“La incidencia de la imagen vehiculizada a través de los medios, por supuesto que va a ser mayor en sujetos vulnerables, es decir, con ciertas condiciones para desencadenar este cuadro clínico”, sostuvo García. En ese sentido, las redes sociales también representan un riesgo para los pacientes que atraviesan por estas enfermedades, debido a la difusión de sitios web que avalan los trastornos de conducta alimentaria. Los portales como pro Ana y pro Mia son creados y ejecutados por personas que defienden que tanto la anorexia como la bulimia no son enfermedades sino “un estilo de vida”, a la vez que fomentan el desarrollo de estos trastornos de forma explícita. Estos sitios suelen ser denunciados y cerrados, pero se vuelven a abrir con otros nombres.
La pandemia y los trastornos alimentarios
García mencionó que si bien en Uruguay no se tiene información precisa en relación a números y datos epidemiológicos de los trastornos alimentarios ni a su incremento, “clínicamente asistimos a un aumento de las consultas por la sintomatología alimentaria, ya sea la aparición de nuevos casos o el agravamiento de casos preexistentes”, explicó.
Es evidente que el confinamiento ha afectado la vida de los jóvenes que padecen de trastornos de conducta alimentaria. La adolescencia es una etapa en donde el contacto con el mundo, con el exterior, es fundamental, y la pandemia actuó como un factor limitante. La pérdida de vínculos sociales ha determinado un movimiento regresivo, más que nada en “adolescentes que según los padres ‘se habían acomodado aparentemente bien a la situación de encierro’. Sin embargo, estamos asistiendo a las consecuencias masivas de este encierro”, subrayó García.
A pesar de que los centros de atención que se especializan en el tratamiento de estos trastornos permanecieron cerrados durante la pandemia, en algunos casos se mantuvo el seguimiento. En esta línea, Cotelo señaló que las pacientes se benefician de las consultas presenciales y agregó que “las consultas telefónicas no tienen los mismos resultados”, pero aclaró que en los casos graves se mantuvo la presencialidad. “Ahora estamos volviendo a la presencialidad casi plena y es mucho mejor el tratamiento, el contacto personal es más rico”, valoró.