Oriundo de Paysandú, el apellido Scanavino es uno de los más reconocidos en la historia de la natación de nuestro país. Carlos Scanavino participó internacionalmente en varias competencias durante la década de los ochenta, en las que se destacan los Juegos Olímpicos de 1984 y 1988.
Su ilusión y sus ganas de competir permanecieron intactas hasta las que iban a ser sus últimas olimpiadas, las de 1992 en Barcelona, cuando el sueño olímpico se vio truncado por falta de apoyo del Comité Olímpico Uruguayo (COU) y la Federación Uruguaya de Natación (FUN).
Camino sinuoso
Durante su carrera, Scanavino fue condecorado en varias oportunidades. En los Juegos Panamericanos de 1983 obtuvo la medalla de plata en 200 metros estilo libre y en los de 1987 ganó la medalla de bronce en 1500 metros, también en estilo libre. Además, en los Juegos Sudamericanos alcanzó la cima del podio con medallas de oro en las pruebas de 100, 200, 400 y 1500 metros estilo libre, donde también sumó medallas de plata en las competencias de relevos de 4 x 100 combinados, 4 x 100 y 4 x 200 libres.
También ostenta un galardón que no ha sido igualado en más de cuarenta años: fue el único nadador uruguayo de la historia en ganar todas las pruebas individuales y en conjunto en un campeonato nacional. Ganó todas las carreras en todos los estilos en un torneo realizado en el verano de 1982 en la piscina del Club Remeros de Paysandú. Y en su palmarés cuenta con un Premio Charrúa de Oro, obtenido en 1983 –se trata del premio que se le otorga al mejor deportista de cada año en el país–. Más adelante, estuvo presente en la premiación de los 100 años de la camiseta celeste, donde dejó una huella en la historia del deporte uruguayo.
Sin embargo, su trayectoria no fue fácil. La familia de Scanavino no tenía condiciones económicas suficientes para solventar sus gastos deportivos. En diálogo con Sala de Redacción, recuerda, en particular, que comprar las mallas y lentes no les era sencillo. Esta situación económica hizo que en 1982 tenga que tomar una drástica y prematura decisión: dejar de nadar.
Durante su retiro, el presidente del COU le consiguió un trabajo dentro del Ministerio del Interior que le brindó la posibilidad de volver a entrenar lentamente. Para 1984 ya se había mudado a Maldonado, donde comenzó a trabajar como guardavidas en la intendencia municipal tras hacer un curso. Durante su jornada, recuerda, aprovechaba para entrenar. Ese nuevo sustento económico fue determinante para retomar su desarrollo profesional.
En su memoria está guardado el recuerdo de su primera medalla en el panamericano de 1983, cuando pudo compartir la buena noticia con su familia recién 20 horas después y vino a enterarse de que ya estaban al tanto por una primicia obtenida vía telegrama por el diario sanducero El Telégrafo. En aquel entonces, las noticias sobre natación eran difundidas únicamente cuando sucedía algún mundial, olimpiada o panamericano.
Todo un desafío
Ser deportista de élite en Sudamérica implicaba diversos obstáculos asociados a la falta de recursos, muchos de los cuales se mantienen hasta el día de hoy, como la dificultad para conseguir sponsors, un factor de suma importancia para poder desempeñarse adecuadamente. Estas limitaciones son tan profundas que, incluso con patrocinios, no se tiene suficiente para vivir del deporte, dice el ex nadador, especialmente en disciplinas como la suya. “Acá es más entrenar por amor propio”, admite.
Scanavino apunta que esto también se ve reflejado en la diferencia entre la forma de entrenar de los países desarrollados y los sudamericanos. Y advierte que el apoyo e infraestructura son dos factores claves que hacen falta para la práctica del deporte en Uruguay. “Si un deportista tiene la oportunidad de irse por una beca afuera, es lo mejor que puede hacer”, recomienda. Pese a esto, actualmente la tecnología cumple un papel “fundamental” en equilibrar estos desbalances de oportunidades, ya que, principalmente, permite saber cómo entrena un nadador profesional y qué competencias existen para participar.
Por otra parte, Scanavino recuerda que durante su carrera, entrenar siete horas diarias le producía muchos altibajos emocionales y que desde entonces ya era evidente la necesidad de contar con apoyo psicológico para no solo poder competir de la mejor manera, sino también mantener la salud mental de los deportistas. “En aquella época, en la natación no teníamos ni médico deportólogo ni psicólogos. Mi apoyo psicológico venía por parte de mi técnico y mi familia”, rememora.
Es que no hace demasiado tiempo que empezaron a visibilizarse los efectos psicológicos de la presión a la que están sometidos los deportistas de élite. Actualmente, muchos se han manifestado al respecto y el cuidado de la salud mental se ha vuelto un aspecto de vital importancia dentro del deporte, lo que ha generado una mayor incorporación de psicólogos deportivos.
Manuela Díaz / Guadalupe Pérez