“Para mí, ella es una gran madre”, dice Paola con un marcado acento colombiano y una sonrisa que delimitan labios de color violeta. Tiene 29 años y viajó a Uruguay en representación de Negrocéntricas, una organización de mujeres inmigrantes negras residentes en Chile, donde “está poco cimentada la negritud, fíjate que en pleno 2019 acaban de reconocer a la población afrochilena como un pueblo tribal, como si antes no existieran”. Además, en su caso y en el de sus compañeras, está el hecho de ser extranjeras: “hay una triple relación de violencia con el Estado chileno: como negras, inmigrantes y mujeres”. El pañuelo alto que lleva en la cabeza se mueve cuando habla. Lo hace con seriedad, segura de cada palabra, pero a la vez transmite una calidez inusitada, familiar.

Hace unas horas participó de una mesa de discusión sobre la realidad de las mujeres negras en América Latina junto a otras compañeras y la activista antirracista y feminista estadounidense, Angela Davis. Ahora, Paola es parte de la multitud que espera aglomerada frente al escenario que atraviesa la avenida 18 de Julio, recortado contra la luz mortecina de la tarde montevideana que muere lentamente mientras aumenta la cantidad de gente. El murmullo también va en ascenso, pero es cortado en seco por el sonido de las sirenas de la Policía que escolta a cuatro autos. En uno de ellos va Davis. Los vehículos dan una vuelta a la manzana que ocupa el edificio central de la Universidad de la República para volver a la parte trasera del escenario. La gente, temporalmente enmudecida, recupera la voz cuando el característico peinado afro de Davis sale del auto y entra por la puerta secundaria del edificio, para luego aparecer brevemente en una ventana del segundo piso.

El escenario todavía está vacío. Sólo se ve la mesa con micrófonos y en el fondo, una pintura gigante de Angela Davis, puño en alto y con tres pulseras de diferentes colores: verde, amarillo y rojo, los colores del panafricanismo. Frente al escenario, un grupo de jóvenes salta y entona un cántico: “Negra, negra, negra”.

Al costado, con una bandana violeta alrededor de la cabeza y lentes que combinan, las observa complacida Verónica Villagra, miembro de Mundo Afro. “Yo soy una señora grande, y Angela nos marcó a todas las mujeres afro de esa época”, comenta. Tuvo la oportunidad de cenar con Davis la noche anterior, además de integrar el Grupo de Trabajo que constituyó el Consejo Nacional de Equidad Racial, que asesorará al Estado en el desarrollo de políticas públicas con perspectiva étnico-racial. Para Villagra, no hay que olvidar que la visita de la activista afroamericana se da en el marco de la instalación de dicho Consejo.

Es tu voz la única que resuena

20 minutos pasadas las 18, las presentadoras suben al escenario y llaman a través de los micrófonos a Álvaro Mombrú, vicerrector de la Universidad, a Ana Frega, decana de la Facultad de Humanidades, a Carmen Midaglia, decana de la Facultad de Ciencias Sociales, y a tres representantes de los órdenes que componen el cogobierno de la Universidad: estudiantes, docentes y egresados.

El primero en hablar es el vicerrector, que lee la resolución del Consejo Directivo Central, órgano máximo de la Udelar que resolvió por unanimidad entregar el doctorado honoris causa a Angela Davis. “El honoris causa es el máximo reconocimiento que otorga la Universidad, se entrega a las personas que hayan hecho contribuciones a la ciencia, la cultura y que hayan colaborado al bienestar de la sociedad”, explica a Sala de Redacción Diego Pérez, asistente académico del rector, Rodrigo Arim. “No sería la primera activista que recibe el honoris causa, pero es de las que articula una gran trayectoria académica con su militancia política y social”, complementa.

La oratoria continúa con Ana Frega, que lee versos del poeta cubano Nicolás Guillén: “perteneces/a esa clase de sueños en que el tiempo/siempre ha fundido sus estatuas/y escrito sus canciones”. El poema de Guillén habla de Davis como un “material ardiente y áspero” debido al ímpetu irrefrenable que demostró cada día de su vida, desde su nacimiento en Birmingham, Alabama, un pueblo del sur profundo estadounidense marcado por la segregación racial y los ataques con dinamita a las casas de los afroamericanos.

Gracias a la beca de una iglesia que buscaba dar oportunidades a jóvenes negros, Davis pudo dejarsu pueblo natal y viajar a Nueva York con 14 años, donde fue inscripta en una escuela privada y asistió a clase con profesores destituidos de la educación pública por el macarthismo. Así, tuvo su primer contacto con ideas de izquierda y tomó real conciencia de la discriminación racial que imperaba, sobre todo en el sur de Estados Unidos. Luego pasó por varias universidades, entre las que se destaca la escuela de Frankfurt, donde fue alumna de Theodor Adorno. Con el devenir de los hechos de finales de los sesenta, el movimiento por los derechos civiles, el partido de los Panteras Negras y las movilizaciones estudiantiles, Davis decidió volver en 1967 a Estados Unidos e ingresó en la militancia activa.

El enemigo es torpe/quiere acallar tu voz con la suya” dice Guillén en sus versos. Cuando se desempeñaba como profesora de filosofía en la Universidad de California, fue destituida de su cargo por pertenecer al Partido Comunista de Estados Unidos. En 1970, tres jóvenes afroamericanos tomaron de rehenes a un juez y a otras dos personas para exigir la liberación de George Jackson, militante de los Panteras Negras encerrado en la cárcel de Soledad, y justicia por el homicidio de W L Nolen, también militante y asesinado en la misma prisión por un guardia, en lo que los tribunales determinaron como un “homicidio justificado”.

Luego de que fueran abatidos en un tiroteo con la policía, el FBI de Edgar Hoover y el entonces gobernador de California, Ronald Reagan, dejaron saber a la prensa que las armas utilizadas por los jóvenes estaban a nombre de Angela Davis -que había seguido muy de cerca los casos de Johnson y Nolen- y se ordenó su inmediata detención. Fue arrestada en octubre de 1970 y condenada a prisión. Sin embargo, la repercusión internacional del caso y la cantidad de movilizaciones en favor de su liberación, terminaron por surtir efecto en febrero de 1972. Dos meses después, fue absuelta de todos los cargos.

“Pero todos sabemos/que es tu voz la única que resuena”.

No cambió nada

Luego de que la oratoria de la decana de la Facultad de Ciencias Sociales termina, se procede con la entrega del título de Doctor Honoris Causa, a manos de Noelia Ojeda y Jorge Chagas. Davis, que durante las exposiciones se limitó a asentir y modular cada tanto un “thank you” silencioso, se levanta de su silla y posa sonriente con el reconocimiento.Se mueve con gracilidad pese a sus 75 años, se dirige al extremo izquierdo del escenario y comienza un pequeño discurso de 40 minutos. Gesticula con una mano y se dirige tanto a las personas que están en el escenario como al público. La que habla en este momento es la muchacha que vemos en las fotos: flaca, estilizada, con un prominente afro que vuelve a ser negro. La rebeldía le sale por los poros.

Recuerda los lazos entre poetas uruguayos, latinoamericanos y estadounidenses. Destaca la educación como uno de los pilares fundamentales para que las comunidades afro peleen por sus derechos y la define como “el lugar indicado para luchar contra el racismo”. Además, llama a tomar medidas contra el racismo estructural: “Es más probable que haya personas negras en las cárceles, es menos probable que tengan una buena cobertura de salud, y es más probable que tengan trabajos con menor remuneración. Las personas negras siempre han tenido y siempre van a tener viviendas precarias”.

También convoca a luchar contra la administración de Donald Trump y sus aliados en el Cono Sur, y no se olvida de mencionar el asesinato de la activista brasileña Marielle Franco, lo que arranca un aplauso que sube como una corriente por la espina dorsal. Finaliza con un llamado a la población uruguaya: “Ustedes saben que la militarización de la policía no es la solución. Que eso sólo genera más racismo, más represión y más miedo”.

“Sin racismo hay mejor democracia”, dijo emocionada Noelia Ojeda, militante de Horizontes de Libertad, cuando entregó el título a Angela Davis. Ahora, abajo del escenario y mucho más calmada, insiste en que nunca soñó con este momento. “No lo creía posible, que venga y que además tenga un discurso tan atento ante la oleada derechista que hay en la región. Ayer decía que somos el faro democrático en la región y como movimiento social, tenemos que estar a la altura”. Además, reconoce la importancia de luchar contra los discursos conservadores que resurgen cada vez con más fuerza, y que es el rol de toda la sociedad comenzar a plantear políticas y prácticas que refuten esos discursos.

En el escenario, se ubica la banda de Ruben Rada, mientras la decana de la Facultad de Humanidades, Ana Frega, observa el movimiento cruzada de brazos. “Mi madre me habló sobre ella, fue la primera vez que escuché de Angela Davis, esta mujer que estaba peleando y que todos teníamos que pelear un poco más para liberarla”, recuerda. Al mismo tiempo que comienzan a sonar notas del candombe-funk característicode Rada, Frega cavila sobre el compromiso de la Universidad con la transformación social. “Creo que la presencia de Angela en Uruguay nos devuelve la esperanza de que aunque los procesos liderados por el pueblo conozcan derrotas, siempre encuentran resquicios por donde emerger”. Frega se alegra de ver tanta juventud reunida y movilizada por la presencia de Davis, lo ve “como una demostración de que las luchas no mueren con una generación”.

La figura de Angela Davis ha sido elevada hasta el rango de “ícono” por parte de los movimientos sociales. Y no es para menos, la lucha incesante de Davis, su presencia en varios lugares del mundo para dar una charla, prestar el oído o recibir una distinción, es movilizadora. Mientras la multitud baila ante el ritmo de Rada, se puede estar seguro de que, en todas las personas reunidas, se encendió algo. Un poco de Angela Davis caló en cada uno. Es momento, como dice Guillén, de “cambiarte los muros que construyó el odio/por claros muros de aire”.

Texto: Camilo Salvetti Curbelo

Fotos: Tomás Hernández

FacebookTwitter