El País sin Indios es un documental que interpela e incomoda a la sociedad uruguaya, mientras que debate con la historiografía, la academia y la clase política. Cuestiona el discurso de país europeizado, que se construyó a fuerza de violencia, de la civilización contra la barbarie, que tanto se arraigó en la construcción de la identidad nacional. El documental comienza con una sucesión de imágenes de distintos lugares de Uruguay, que se contraponen con la lectura de una carta que Fructuoso Rivera envió a Bernabé Magariños el 15 de abril de 1831, cuatro días después de la masacre en Salsipuedes. En la carta se narra cómo fue la matanza de los indios charrúas.

Pero El País Sin Indios no es un documental histórico, sino que trata sobre la actualidad, concretamente sobre el presente de los charrúas en Uruguay. Los protagonistas son Mónica Michelena y Roberto Rivero, aunque su verdadero rol es el de poner voz y rostro a toda una comunidad de personas que se dicen y sienten descendientes de charrúas o charrúas. Mónica es docente de matemática en un liceo de Montevideo; es una mujer fuerte en sus convicciones, militante, pero también con una espiritualidad que la conecta con sus ancestros. Roberto trabaja en el medio rural, principalmente domando caballos de una manera pacífica y amorosa. Es un hombre que parece hablar poco pero decir lo justo. Se lo ve muy ligado a la naturaleza y conectado a su identidad a través de este vínculo con el campo y los animales.

Nicolás Soto, quien dirige la película junto a Leonardo Rodríguez, dijo a Sala de Redacción que la elección de los personajes se hizo porque “nos pareció que se complementaban muy bien, no sólo por ser hombre y mujer, rural y urbano, sino porque Mónica, más allá de que también tiene su espiritualidad y está trabajando en eso, tiene un discurso bien político. Y Roberto venía a representar la espiritualidad, esa conexión con la tierra, con los animales. Entonces, dijimos ‘acá está: es el abrazo entre lo racional y lo emocional’, sin desconocer que en Mónica también está esa otra parte”, afirmó.

La sociedad de la contradicción

Según Soto, hay un tercer personaje que es la sociedad uruguaya y está representado de diversas maneras: los turistas que se sacan fotos en el monumento en el Prado a los últimos charrúas; la voz de la academia, representada por los antropólogos Mónica Sans y Nicolás Guigou; la respuesta del presidente de la República, Tabaré Vázquez, al reclamo de una integrante de la comunidad indígena; el ex presidente Julio María Sanguinetti y el historiador Lincoln Maiztegui en un programa de televisión en el que niegan la presencia de charrúas; y los periodistas que se refieren a la “garra charrúa” para hablar de gestas heroicas a nivel futbolístico. El co director comentó que en el documental se intentó mostrar “quiénes somos como sociedad, qué hacemos con este tema y las contradicciones que hay desde todo punto de vista, consecuencia de esa cosa no resuelta que se viene arrastrando desde hace más de 200 años”.

Más allá de la pluralidad de voces, el documental deja clara la postura de los realizadores. El nombre del documental es una antítesis con lo que allí vemos, un país plagado de población indígena que existe, vive y reclama por sus derechos.

En diálogo con Sala de Redacción, Michelena reflexionó sobre cómo fue el trabajo de los directores durante estos años de investigación y rodaje: “Ellos mismos hicieron todo un proceso que les costó años, es el mismo que tiene que atravesar la sociedad. Yo entiendo la visión que tiene la sociedad sobre nosotros, porque durante 200 años nos inculcaron que Uruguay era un país sin indios y desde la educación se reforzó eso. Creo que este documental va a permitir empezar a correr ese velo, el ocultamiento, la invisibilización. Va a ser como un antes y un después”. A su vez, dijo que tiene confianza en que el audiovisual se convierta en una herramienta más de lucha para el movimiento indígena en Uruguay. “Un documental puede más que mil reivindicaciones y marchas, llega a todos, es diferente”, consideró al respecto.

El desafío de hacer cine en Uruguay

Soto y Rodríguez se conocieron y comenzaron sus investigaciones en 2014. Al año siguiente, el documental ganó un fondo del Instituto Nacional del Cine y el Audiovisual Uruguayo (ICAU) para telefilm documental emergente. De acuerdo a lo que contó Soto, ese fue el dinero con el que se costearon todos los gastos de producción y traslados. En suma, obtuvieron un premio de Atlantidoc que les ayudó mucho en la etapa final. No obstante, sólo los técnicos cobraron un sueldo por su trabajo, cosa que no hicieron ni los directores ni Isabel García, parte del equipo de guionistas.

En cuanto a la decisión de estrenar el documental en el Festival Internacional de Cine y Derechos Humanos Tenemos Que Ver, Soto explicó que, además de ser pertinente para la temática, les habilita pantallas en el interior del país, algo que es muy importante para ellos. “Yo quiero acompañar la peli a donde pueda, llevarla a todos lados, porque hay una expectativa, una necesidad de hablar de esto y es para lo que la hicimos”, afirmó.

Leonardo Rodríguez (izquierda) y Nicolás Soto (derecha) en la presentación del documental en Tenemos Que Ver. Foto: Tenemos Que Ver.

Soto dio más detalle sobre cómo fue el proceso de elaboración del documental en sus distintas etapas. En particular, habló sobre la elección del tema, de los actores y del enfoque de la película.

-¿Cómo se acercaron al tema indígena en Uruguay y por qué decidieron hacer un documental sobre eso?

El interés surge a partir de un viaje que hice por algunos países de Latinoamérica, fui a un pueblo en el norte de Perú donde había campesinos que hablaban sólo quechua y eso me marcó bastante. Creo que me tocó algo, porque ahí yo sentí que quería volver a ver qué había pasado acá con eso. Para mí es interesante porque, de alguna manera, los pueblos nativos son hermanos; gracias a eso hice todo lo que hice.

-¿Cómo fue el proceso de elegir a los protagonistas entre tantas personas que integran en el movimiento indígena en Uruguay?

Antes de conocernos con Leo ya veíamos que Mónica era la referente, la líder, la que hablaba siempre en los eventos que organizaban. No la elegimos por eso, sino por la claridad que tiene al hablar, por lo que transmite, por su credibilidad y su sabiduría. Habla con fuerza pero siempre con respeto. Es una persona muy centrada, muy clara y una luchadora. No teníamos dudas de que ella tenía que estar en el documental, pero como queríamos incluir otra voz que representara a todos los descendientes que no están en un movimiento, que son la mayoría en Uruguay, era importante encontrar a un protagonista que no estuviera en ningún colectivo. Ahí era más jodido porque era como encontrar una aguja en un pajar. Empezamos a buscar, Mónica también nos hizo recomendaciones, nos daban un nombre, un celular, llamábamos y caíamos a conversar. Íbamos con la cámara, en un momento hacíamos una entrevista de prueba y así fuimos conociendo a algunas personas hasta que nos pasaron el contacto de Roberto y nos tiramos hasta Paysandú. Estuvimos toda una jornada con él, de la que nos fuimos con esa sensación de que habíamos encontrado al personaje.

¿Consideran a los personajes como charrúas o como descendientes de charrúas?

Es una incógnita que siempre está, porque hasta el día de hoy algunos se llaman charrúas y otros se llaman descendientes. En la sinopsis del documental quisimos destacar que no hay dudas de que son descendientes, ese término es seguro. Si se llaman charrúas es un tema personal, pero desde el documental el concepto de descendientes lo manejamos como algo seguro, entonces elegimos hablar desde ahí.

¿El objetivo del documental siempre fue darle voz y visibilidad a esta comunidad?

No, en realidad el objetivo principal era hablar de la identidad nacional, referida sobre todo a la temática indígena. Los colectivos son una parte del tema, pero no es un documental sobre los colectivos. Fuimos conscientes de que la mayoría de la descendencia nativa no está dentro de ningún colectivo, porque directamente no es consciente de esa ascendencia, entonces, si hacíamos un documental sobre los colectivos íbamos a dejar gente afuera.

-¿Desde el principio tuvieron clara cuál iba a ser su postura en el documental?

Siempre estamos aprendiendo de este tema, fuimos afinando la visión y entiendo mejor. Lo que siempre tuvimos claro es que no queríamos hacer algo panfletario que fuera totalmente pro nativista. Pero, a la vez, no queríamos hacer algo neutral, frío y sin compromiso con el tema, porque ya estábamos comprometidos. El desafío era cómo decir sobre esta realidad que nos rompe los ojos sin caer en lo obvio y aburrido, porque si hacemos algo muy flechado es un embole. Entonces, nos propusimos decir lo que nosotros encontramos y que la gente saque sus conclusiones; exponiendo lo que está ahí, se cae de maduro. La postura que terminamos tomando fue la de habilitar ese discurso, visibilizar esa lucha, contrastarla con otras cosas.

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