Los escalones se escondieron como siempre, la rampa subió como siempre, Luna se acomodó arriba de ella como siempre, se puso el cinto y esperó a que la rampa descendiera. Se puso el cinto porque el chofer le pidió que se lo pusiera, eso le sonó extraño, nunca se lo piden, nunca le dan tiempo a que se lo ponga. A veces la rampa sube y baja, vuelve a subir y vuelve a bajar, otras se queda trancada en el camino, pero esta vez, la segunda parte que completa la rampa, la parte donde van las ruedas delanteras de la silla, la parte que se apoya en la vereda, se guardó antes de llegar al suelo, se guardó mientras descendía, se guardó mientras Luna seguía arriba y con el cinto puesto. Las miradas tomaron un único rumbo: a la “disca” que colgaba del cinto pidiendo ayuda a los gritos.

Me estoy empezando a sentir muy cómoda con el término ‘disca’, es un poco argentino, pero le quita seriedad al asunto, y además de ser irónico, no tiene género; las discas, los discas, les discas, es genial”, comenta Luna Irazábal, y con la sonrisa intacta cuenta que desde los 3 años no puede caminar debido a una repentina inflamación de la mielina que le generó la muerte de varios nervios. Su segundo apellido es Da Luz, no es casualidad, su reflejo deja huella por donde pasa. De alertas feministas a MediaRed, de MediaRed a la Coordinadora de la Marcha por la Diversidad, de allí a Ovejas Negras. Siempre militando por los derechos, se fue a Brasil a un congreso sobre feminismo y este mes se va a Nepal, convocada por organizaciones feministas que creen en la interseccionalidad y manifiestan la urgencia de visibilizar a las mujeres discapacitadas dentro de la lucha por la igualdad. Con un viaje a Cuba de por medio para rehabilitarse, dos operaciones de columna y 23 años de edad, Luna tiene un solo foco: hacer todo lo posible para que la accesibilidad e inclusión sean moneda corriente.

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A nivel estadístico, el Censo Nacional de 2011 es la referencia para saber cuántas personas discapacitadas hay en Uruguay. Los datos arrojan un 16 por ciento de la población, pero según el coordinador de la Secretaría de Accesibilidad para la Inclusión de la Intendencia de Montevideo (IM), Federico Lezama, “como país no tenemos un criterio único de valoración de la discapacidad, y por lo tanto no tenemos información unificada de cuántas personas tienen qué tipo o qué niveles de discapacidad”. La pregunta del censo “está orientada a la identificación de la discapacidad pero no la define”, ya que consulta sólo si la persona tiene dificultad para ver, caminar, oír o entender, y si la dificultad es leve, moderada o severa.

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Suena su alarma pero no le hace caso, espera al ring de la de la madre que timbra más fuerte y más tarde. No le gusta caer en la rutina pero el café con leche y la galleta con queso no pueden faltar, tampoco los pañales, se lleva uno puesto y otros en la mochila para cambiarse cada cuatro o cinco horas. Ahora que vive en el Centro tiene mayor autonomía, hasta hace tres años, el Cerro era su hogar y ni hablar de ómnibus accesibles, veredas con rampa o simplemente veredas. En seis palmadas a las ruedas llega a la parada, aguarda por el CA1, ya sabe que pasan cada diez minutos, que le para y que poseen rampa manual. Esa es su preferida porque siempre funciona. Con los hoyuelos marcados cuenta qué es lo que hace accesible a un ómnibus: que tenga rampa hidráulica, piso bajo o rampa manual.

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Lezama informa que actualmente hay 1.530 ómnibus circulando por Montevideo pero solo el 29 por ciento de la flota, es decir 452, es inclusiva: 80 unidades son de piso bajo (5 por ciento) y 372 tienen plataformas elevadoras (24 por ciento).

Luna manifiesta que los choferes no saben manejar la plataforma y además, suelen estar rotas, por lo que la mejora de la frecuencia es contrarrestada por la falta de voluntad y problemas maquinarios. Lezama concuerda, y agrega que “la experiencia nos muestra que lo ideal es el piso bajo. Aún si todas las rampas elevadoras funcionaran bien, son más incómodas para las personas que ingresan al vehículo e incluso generan mayor demora”. Asimismo, asegura que la principal razón para que las compañías de transporte elijan esa opción no es por su mejor funcionamiento, sino que el costo de compra es menor, “pero luego con el mantenimiento se empareja”.

Aunque CUTCSA no dio respuesta a las consultas de Sala de Redacción, Lezama sostiene que esta empresa de transporte posee el 60 por ciento de la flota montevideana y es la más partidaria de la rampa hidráulica. COME y las cooperativas UCOT y COETC son las demás empresas permisarias para el transporte público de Montevideo, que junto con CUTCSA están obligadas desde 2010, por decreto de la Intendencia, a hacer de cada nuevo ómnibus un transporte accesible. Mario Alvarello, presidente de UCOT, comentó a La Diaria que este año renovarán su flota y serán todas de piso bajo, pero aún no hay novedad de que esto se haya llevado a cabo.

El coordinador de la Secretaría de Accesibilidad expresa que este año comenzará a haber incentivos para que se incorporen unidades eléctricas, lo que implica comprar nuevos vehículos, una de las razones por las que las empresas todavía no han comenzado a renovar su flota. “Si esto pasa es muy favorable porque todos ellos son accesibles, se fabrican así porque es lo que se está instalando en el mundo y el mundo sabe que es lo más beneficioso”, explica Lezama.

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“Yo tengo fuerza motriz y me puedo agarrar en el ómnibus, pero hay gente que no. Yo me puedo pasar de la silla al asiento del taxi, pero hay gente que no. Yo no necesito taxis accesibles pero otra gente sí”, expresa Luna que trata de interiorizarse sobre los diversos servicios que requiere cada discapacidad.

Los taxis accesibles se han venido implementando desde 2013. Al comienzo fue el “taxi inglés”, un vehículo que se utilizaba en Inglaterra con un diseño fuera de lo común. Fue iniciativa de la gremial de taxis y el servicio era gratuito con agenda de 24 horas de anticipación. La demanda era mucha, la oferta de un solo vehículo.

Posteriormente la Intendencia decidió que para aquellos que quisieran adquirir la chapa de un taxi que fuera accesible, dejaría de haber una diferencia de precio de 10 mil dólares en relación a uno común. Solo se presentaron tres interesados, por lo que continuó la gran demanda y la casi nula oferta. Además, el servicio empezó a funcionar con el sistema corriente de fichas, por lo que dejó de ser gratis.

Federico Lezama sostiene que adaptar un auto para convertirlo en un taxi común o en uno accesible tiene el mismo costo, y sin embargo, actualmente hay solo 25 taxis inclusivos en Montevideo, porque “el problema no es económico, hay muchos dueños que no quieren llevar a personas con discapacidad”. Por otro lado, los remises accesibles continúan siendo un debe.

Más allá de la capital

Según Rampa, revista
sobre discapacidad editada por la Secretaría de Accesibilidad para la Inclusión
de la IM, hay
16 unidades accesibles para los viajes interdepartamentales largos.
En cuanto a los viajes suburbanos, menos del 2 por ciento de la flota es accesible.

Lezama explica que desde hace 20 años el transporte urbano de Montevideo es gratuito para las personas con discapacidad y, asimismo, que el Ministerio de Transporte brinda 3 mil boletos sin costo al año para garantizar el acceso a servicios de salud. A pesar de estos beneficios, el transporte público se vuelve privilegio cuando no todas y todos lo pueden usufructuar. Esto es lo que sucede al casi no haber rampas que funcionen ni espacio para la silla de ruedas, y al no tener ningún ómnibus con paneles audiovisuales que vayan marcando las paradas y calles recorridas, tampoco una luz o sonido identificatorio para cuando el transporte accesible se acerca y quien necesita tomarlo es ciego, sordo o adulto mayor. La identificación es un sticker con el símbolo de la accesibilidad en la parte delantera, trasera y al costado, pero no siempre está o se ve.

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Los últimos cuatro años han sido de cambios. Se creó la Coordinadora de Usuarios y Usuarias del Transporte Público y el Consejo Consultivo del Transporte Público propuesto por el Área de Movilidad de la IM, del que forman parte diversos actores del sistema de transporte junto con la Coordinadora de Usuarios del Transporte Accesible. Integrada entre otros por personas con discapacidad, la Coordinadora tiene como objetivo un 100 por ciento de unidades accesibles que contemplen todas las discapacidades. Con la creación de estos ámbitos “todos los trabajadores, las empresas y los usuarios dialogan entre ellos. Hubo un avance cualitativo enorme en la calidad de la discusión y la identificación de los problemas”, asegura Lezama, y agrega que si bien aún no se ve un gran impacto en la práctica, que se dialoguen los problemas y las propuestas ya es un avance.

La Secretaría generó el Primer Plan de Accesibilidad para la Inclusión en el que se delinearon objetivos hasta 2020, año en que podrán presentar un informe global de los logros. “El plan expresa la sistematización de los avances desde una mirada de política pública y no de buena voluntad y de ir haciendo lo posible, porque podés hacer muchas cosas buenas pero si no tienen continuidad, no transforman”, concluye Federico Lezama. Estos objetivos van desde la renovación de espacios públicos hasta la realización de jornadas de sensibilización en torno a la temática, y planean reforzarlos en un Segundo Plan que presentarán en el marco de la discusión presupuestal el año que entra.

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Luego de la vez del cinto, estuvo casi tres meses sin viajar en ómnibus. Sin miedo pero acompañada, Luna volvió a levantar el brazo derecho, colocarlo horizontal, estirar el dedo índice e intentar que una unidad accesible frenara. El ómnibus se detuvo pero no se acercó a la vereda, Luna bajó con su madre mientras el chofer exhalaba: “Voy a ver si te puedo subir porque nadie nos enseña a manejar esta cosa”. La cosa era la plataforma elevadora. Entre nervios y enojo intentó subir, y en el intento, la silla se dio vuelta.

El capacitismo es la discriminación hacia personas con discapacidad. Luna cuenta que “en nuestra sociedad no está aceptado odiar a alguien con discapacidad, entonces eso se reprime y se expresa de otras maneras”. Pero la batalla no es siempre contra malas intenciones, “generalmente la gente quiere ayudar, sin embargo el sistema no es accesible, y si no es accesible no estamos, y si no estamos, somos invisibilizados”.

Le suelen decir que vaya, que ocupe espacios, que genere molestia, sorpresa o conocimiento, y aunque Luna todavía no resolvió qué posición tomar, hace tiempo está luchando para que no sea solo ella quien se lo cuestiona.

*Ilustración de una mujer en silla de ruedas junto a un cartel de una parada de ómnibus y transeúntes anónimos que caminan a su alrededor. 

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