La cuarentena y el distanciamiento físico representan una amenaza para la salud mental de la población. Los vínculos sociales y las rutinas se están viendo distorsionados. El teletrabajo y las clases virtuales han surgido como alternativas para que trabajadores y estudiantes puedan continuar con sus actividades. Sin embargo, aún hay sectores de la población que no son contemplados. El futuro es incierto: no se sabe cuánto durará la pandemia en nuestro país. Ante la falta de una vacuna para el SARS-CoV-2, se intensifican los cuidados y las medidas preventivas. En este marco habló Loarche con Sala de Redacción

¿De qué forma puede impactar el aislamiento en la salud mental de las personas?

–Depende del grado de vulnerabilidad al que está expuesta la persona y las comunidades: no impacta en todos igual. Para muchas personas, el estar conviviendo con otros aumenta el riesgo en grados de violencia. En otros casos es una oportunidad para generar nuevas redes, o fortalecerlas. No podemos hablar de una única consecuencia. Si bien sabemos que hay reacciones que son más comunes, como pueden ser personas que presentan mayor ansiedad, problemas para dormir, cambios en el humor y enojos, la idea es no patologizar esas reacciones, sino verlas en este contexto, y ver cómo generamos vías para contener emocionalmente a las familias.

Tenemos un alto porcentaje de personas que viven solas; muchas son adultos mayores. Hay altos índices de depresión e intentos de suicidio, por lo que tendría que haber un plan de contención para estas personas. Por otro lado, más allá de que pasemos este episodio de la pandemia, van a quedar secuelas por mucho tiempo. Están pasando cosas a nivel social que tienen que ver con las situaciones de vida: despidos, seguros de paro, personas que por ahí pasan a ser inempleables por la edad que tienen. 

La falta de movimiento y de acceso a espacios abiertos de recreación, ¿incide en la salud mental de las personas?

–No es lo mismo vivir en una casa que tenga jardín, patio, en la que puedas salir a tomar sol o moverte, a vivir en un lugar cerrado y pequeño, en donde la convivencia se hace más difícil. Se transmiten mensajes que te dicen que aproveches este tiempo para hacer ejercicio, para leer un libro. Eso está bien, está buenísimo para aquellos que lo pueden hacer, pero está faltando respaldo para todas las personas que no tienen esa posibilidad. Sería esencial que a nivel estatal se impulsen acciones para aquellos hogares que tienen limitaciones en ese sentido.

También aparece la cuestión de la transgresión. En una cuarentena que no es obligatoria, habrá gente que te va a bancar unos días el quedarse en su casa, pero después necesita caminar por algún lado. Está bien que sea una sola persona en la familia la que sale a hacer los mandados, pero ¿qué pasa con el resto?, ¿qué pasa con los niños que no tienen cabal comprensión de lo que está pasando? Desde Facultad de Psicología opinamos que está bien y es necesario el distanciamiento físico, pero no el aislamiento social. Le estamos llamando aislamiento social a la distancia física. Y no hay que caer en esta cuestión de que todo pasa por las redes virtuales, hoy hay mucha gente que no accede a eso. Hay que buscar otros modos de no perder la red de contención social y familiar.

¿Qué rol cumplen las redes sociales en este contexto?

–Las redes, o cualquier medio de comunicación, tienen un rol fundamental en esta situación. El tema es cómo se usan, porque podés tener a nivel comunicacional una cantidad de iniciativas para mitigar los efectos del encierro, pero también circula mucha información tremendista, falsa o sesgada por lo político. Los canales están constantemente hablando del coronavirus en todos sus programas, lo que genera un bombardeo de información. Hay gente que puede dosificarlo, y hay otra que está muy prendida. Por otro lado, si hay algo que tiene esta pandemia es justamente el acceso global a la información, el poder estar siguiendo minuto a minuto todo lo que va pasando en el mundo, y eso asusta. Hay que tratar de dosificar la información en cuanto a qué necesito saber, y tratar de evitar estar todo el día con la tele prendida. Lo otro es ser críticos con la información que recibimos: poder pensarla en función a las necesidades que tenemos.

¿Y qué sucede con los vínculos comunitarios?

–Hay redes que comienzan a surgir. Por un lado tenés el apoyo que dan los comedores diarios, que resurgen frente a la necesidad de ayuda en sus barrios y brindan desde la alimentación y contención hasta acompañamiento. Está bueno a nivel vecinal que cada uno pueda detectar a aquellas personas que viven solas, que saben que sufren violencia en el hogar o que pueden estar teniendo otras dificultades. Pero, por otro lado, la pandemia también está trayendo lo peor de la gente. Ya se ha quejado personal de la salud porque en sus edificios los miran mal o les piden que se vayan a otro lado por miedo al contagio. Capaz que esa misma persona después te está aplaudiendo desde un balcón para darte las gracias. Tampoco es que de golpe nos convertimos en un país solidario y que tenemos actividades colectivas, eso es algo que se va generando de a poco y en algunos casos. Hay que buscar modos de fortalecer las redes comunitarias y empezar a tener especial cuidado con las personas que están más desprovistas de estas.

¿Qué tipos de mecanismos se pueden utilizar para controlar factores como el estrés y la ansiedad?

–Uno son los mecanismos propios que tienen las personas: todos tenemos capacidades, seguramente hemos pasado por situaciones difíciles y las hemos sobrellevado. Hay que buscar qué hacer para sentirse mejor. Otra es conocer que esas reacciones son normales, que son diversas en las personas, y no tener una preocupación excesiva por eso que nos está pasando. Hay que entender que la mayoría de esas reacciones se van a ir mitigando con el tiempo, ser conscientes de que pueden aparecer otras y que tal vez en un momento haya que pedir ayuda especializada. El poder tener lugares de escucha, hablar con alguien sobre lo que está pasando, tener estrategias de afrontamiento colectivo, tiempo de creatividad, no estar ociosos, ver cómo ayudar a otros, no ponerse en el lugar de víctima o de pasividad, sino pensar cómo podemos ser protagonistas en este momento, cada uno en su justa medida. Lo que estresa es estar continuamente preocupado con la situación, por lo que hay que buscar la forma de distraerse. No de evadir la situación y de negar lo que nos está pasando, pero sí pensar en qué ocupar el tiempo.

¿Qué lugar ocupa el teletrabajo en la distorsión de rutinas?

–Hay personas que ya estaban acostumbradas o que parte de su horario tenía que ver con el teletrabajo. Habrá hogares en los que uno se podrá armar su oficina y decir “en este horario estoy trabajando”. En otros eso es imposible, porque al teletrabajo le sumás el tener que hacerte cargo de tus hijos o de otras personas, mientras a su vez cumplís el horario laboral. Tiene el peligro de que muchos empiezan a estar disponibles siempre, a cualquier hora. A veces se hace difícil que el del otro lado entienda eso. Y otros que la tenemos más difícil, como los docentes, que estamos trabajando un poco a demanda porque los estudiantes te escriben en cualquier momento y esperan que vos le contestes enseguida, y muchas veces no tenés respuesta para darles. Hay toda una cuestión de aprendizaje, que lleva un tiempo y requiere paciencia. Para otros, el teletrabajo ha sido una innovación. Nos están reciclando laboralmente, y entonces pueden estar descubriendo un mundo que está muy bueno, que da otras posibilidades. No es igual para todos.

¿De qué forma se ven afectadas las trayectorias educativas?

–Es difícil, porque no se sabe si estamos hablando de un semestre o de todo el año. No todo se puede hacer online, hay prácticas, por ejemplo, que requieren presencialidad. Después empiezan a haber diferentes aspectos que se deben tener en cuenta, por ejemplo el estar atento a las personas con alguna discapacidad. Armás una plataforma y por ahí tenés a alguien que precisa traductor de señas y ver cómo también en esa diversidad uno se va adaptando. Veremos el resultado en un tiempo: si se perdió, qué se perdió, o si también esto nos muestra que en realidad los cursos virtuales bien usados y planificados son una solución a la masividad. A nivel escolar tenés mayores dificultades para lo virtual, porque no siempre los padres pueden apoyar a sus hijos en las tareas domiciliarias. Cualquier plan va a tener que adaptarse a la realidad de cada hogar, y tendrá que tener una amplia gama de posibilidades para que nadie quede excluido de esto, porque no todos disponen de los medios electrónicos o de la velocidad de Internet adecuada.

¿Hay falta de conciencia preventiva en la población?

–Uruguay no tiene una fuerte cultura preventiva. Si uno pensara esta problemática en la línea de la gestión integral del riesgo, lo que tendría que estar haciendo el país es poner en funcionamiento protocolos pensados para situaciones que tienen que ver con eventos extremos, y en tal caso, acomodarlos al evento, y no tener que pensarlos a posteriori de su comienzo. Justamente, los protocolos permiten ya tener una gama de respuestas posibles. Al no tenerlos, hay que estar trabajando en ellos a la misma vez que se está atendiendo y dando respuestas a la población. Una cultura preventiva sería aquella que hace que sus comunidades sean resilientes; en los programas escolares hay una formación y una capacitación en resiliencia, permitiendo que el impacto sea menor, ya que la población reconoce sus emociones y las puede poner en contexto. Eso es lo que da cuenta de la vulnerabilidad que tenemos como país en cuanto a cultura preventiva: la gestión de riesgo no es solo dar respuesta ante un evento, sino cuán preparados estamos para afrontarlo.

Como especialista en emergencias sociales y desastres, ¿qué diferencias encontrás entre un desastre natural, como por ejemplo el sucedido en la localidad de Dolores en el año 2016, y una emergencia sanitaria como la que actualmente se atraviesa?

–Tienen cuestiones similares a la que tiene cualquier evento extremo, y otras particulares. En Dolores teníamos un tornado que había afectado a un territorio y a una población limitada. El tornado fueron unos minutos y pasó, a partir de ahí viene la reconstrucción. Ahora, esto es una pandemia, tiene efecto global, todos estamos corriendo cierto peligro, a cualquiera nos puede pasar y eso genera mayor miedo. Por otro lado, está la cantidad de población afectada en diferentes niveles, no sólo por el virus, sino por el desempleo, por ejemplo. Esto tiene efectos para todos, y no todos tenemos las mismas herramientas para afrontarlo. Es así que hay que pensar políticas más macro, de recuperación, pero a su vez sin perder las singularidades, porque Uruguay será un país pequeño, pero somos muy diferentes de acuerdo a las localidades en donde vivimos: cada zona tiene distintas costumbres, modos de conectarse, de convivir y de pensar lo colectivo.

Pensando en el futuro: ¿se pueden ver afectados los vínculos sociales?

–Claramente tiene efectos porque es algo que va a pasar a ser parte de nuestra historia. El haber atravesado esta situación puede significar para muchos un cambio de identidad; en lo territorial, en lo laboral, en cómo quedó afectado, si fue infectado o no fue infectado, si tiene algún familiar que lo fue o no lo fue. Hay muchas personas que cambian sus roles dentro de la familia, ni qué hablar de aquellos que han tenido familiares fallecidos, y de golpe pasaron a ser huérfanos o viudos. También, los que pasan a ser desempleados, que de repente han perdido las posibilidades laborales que tenían. Entonces, el impacto va a ser mucho, y por un largo tiempo. Ahí va a haber que pensar cómo se sale de esto colectivamente, cómo va a ser el apoyo ya no sólo a nivel monetario, sino uno que nos sostenga como sociedad y como colectivo. Hay algo que queda claro, y es que nadie sale solo de esto: hay que pensar proyectos de fortalecimiento colectivo, comunitario, que ayuden a acomodarnos rápidamente.

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